domingo, 11 de mayo de 2008

La vergüenza de los niños esclavos




Anoche estuve viendo en el imprescindible canal Odisea un magnífico reportaje de investigación producido por la BBC. Era la segunda parte de un trabajo sobre los niños esclavos. Lamenté haberme perdido la primera, y me voy a poner a rebuscar a ver si aún tengo oportunidad de verla.

Ya el pasado 30 de junio escribí sobre el tema de los abusos infantiles, y comenté las condiciones infrahumanas en las que trabajan muchos niños de, sobre todo, los países más subdesarrollados. Trabajos sexuales, de confección de ropas, de montaje de armas, de tejido de saris o telas de seda, de balones flamantes que luego destrozarán a patadas nuestros bien nutridos niños del primer mundo...

Las historias que vi anoche de Darleen (camboyana recluida a los doce años en un burdel con la excusa de que entraba para limpiar), Rahul y su primo Amit (indios de doce y nueve años dejados por sus padres, ante la imposibilidad de mantenerlos, en unos telares clandestinos de bellísimos saris donde trabajaban 18 horas diarias, sentados sobre suelo de hormigón y sin poder moverse), Alí (yemení de siete años, con una vocecita que sobrecogía, abandonado en Riad para mendigar entre coches de alta gama, y quedarse sólo con un uno por ciento de lo recaudado)... entre otras horripilantes historias, me volvieron a demostrar que es necesario no mirar hacia otro lado, que hay que intentar implicarse de alguna manera (lo siento, pero aún no sé cual sería la definitiva), para que no vuelvan a repetirse.

Sí, sé que es muy cómodo alzarse en una tribuna desde una casa que tiene todas las comodidades de las que ellos no gozarán -incluso la tele de pago donde viví sus miserias-, pero al menos, ya que dispongo de esta oportunidad que sé que llega a mucha gente, quería aprovecharme de ella.

Por cierto, no se me quita de la cabeza la cara de Rahul -que en el tren de vuelta donde le habían metido sus policías liberadores decía: "Qué ganas tengo de volver a casa y ver a mi madre y a mi familia"-, cuando llegó y la madre se revolcó en el suelo llorando y gritándole: "¿Para qué has tenido que volver? ¿No tengo ya demasiadas miserias encima?". Rahul, con una gravedad impropia de sus doce años, imagino que forjada a palos por la dura vida que llevaba hasta el momento, sólo le dijo: "Cállate, mamá, por favor".

2 mordiscos a esta cereza:

Doctor Krapp dijo...

La vergüenza de los niños esclavos es la vergüenza de los niños soldados y la vergüenza de cualquier injusticia o humillación, no importa el sexo del injuriado, ni su país, ni su edad. Es la propia vergüenza del ser humano en su infinita desvergúenza aunque sean términos antitéticos y contradictorios.

Belén Peralta dijo...

Lo cierto es que cuando he colocado el símbolo de "No a la esclavitud infantil" en una columna a la izquierda del blog, dudé en si poner "No a la esclavitud infantil" o "No a la esclavitud" a secas, porque, como bien dices, doctor, no importa el sexo del injuriado, ni el país, ni su edad. Quizá me centré en ese momento en los niños, y a ellos dediqué mi texto, por el crudo reportaje que acababa de ver.

Magnífica reflexión, la tuya, como es habitual en ti.

Por cierto, anoche intenté dejarte un mensaje en tu blog y no pude porque me daba error. A ver si luego puedo.

Un beso y gracias por tu opinión,

B.

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