domingo, 27 de abril de 2008

Miradas


Si al mirarme te abandonas,
y te dejas, y te olvidas...
Si al mirarme me envuelves
con esa nube de calima,
con ese magnífico aura,
con esa admiración callada
que sólo merezco a ratos...
Si al mirarme enmudeces
y te quedas observando...
Hazme caso.

No pongas voz a tu palabra
y sigue,
continúa,
permanece
y quédate mirando.

viernes, 25 de abril de 2008

¿Quién dijo miedo?



“¿Quién dijo miedo?”, me atreví a susurrarte.

Me abalancé contra tu pecho de vellos de medusa, flotantes ramitas de un bosque varonil que esperaban el disparate de mis dedos inmisericordes. Me gustó jugar con tus rizos, tu cuerpo cálido, tus brazos fuertes que se convirtieron en mi salvavidas protector, al menos durante unas horas. Me encantó dominarte y saberte dominado, disfruté con la complacencia en tu desnudo, aprendí que quien tiene el poder puede, en una décima de segundo, verse transformado en un dócil corderillo. Supe distinguir en el brillo de tus ojos la dulzura de la picardía, la indolente dejadez de la mirada más perversa, la inocencia constante de la travesura por llegar.


“¿Quién dijo miedo?”, me contestaste.

Me apretaste las muñecas con infinita mesura, dosificando las fuerzas y provocándome un daño que no dolía, un tormento que esperaba y que olía a picardía de niños en cabaña de árboles, a juego detrás de las rocas de la playa. Me buscaste las cosquillas, con esa dulce tortura de azúcar que tanto me gusta y tanto persigues. Me buscaste los besos, aquellos que se asemejan a la medicina que auxilia en los momentos más delicados. Supiste encontrar el justo equilibrio entre lo indecente y lo correcto, entre el placer y el dolor, entre lo divino y lo humano.


¿Quién dijo miedo si, por muy desvalidos que nos sepamos, siempre hallaremos el consuelo de tenernos? ¿Quién dijo miedo al deseo y al amor? ¿Quién dijo miedo?

Sana, sanita...


¡Hola a todos!


Les escribo desde el ordenador de mi hermano porque, efectivamente, el mío está malito "del todo". Ahora mismo están mirándolo en "el hospital de los ordenadores" a ver qué narices le ha pasado y evaluando si tiene arreglo o si mejor -¡glup!- me compro otro.


Y es que, sí, como bien dice el doctor Krapp... dependemos muchísimo de "estos cacharros" -el amigo Ybris dixit-...

Ay, doctor... ¿qué haríamos ya sin estas terribles cajas tontas?

Gracias, amigos, por seguir acompañándome y por estar ahí. Ya les iré informando.

Besos,


B.

miércoles, 23 de abril de 2008

¡SOCORRO!


Hoy, amigos, día 23 de abril, Día del Libro, pensaba dedicar mi post a uno de los grandes recuerdos de mi infancia: la primera vez que gané un premio literario. Tenía la foto preparada para escanear (yo, en el Ayuntamiento de Cádiz, una enanita de ocho años entre multitud de señores mayores del más tardío franquismo -imaginen, 23 de abril de 1975-, recibiendo un diploma, un ejemplar de las "Novelas Ejemplares" de Cervantes y un apretón de manos de alguien ahora no identificado del Ayuntamiento, mientras un sonriente alcalde Jerónimo Almagro Montes de Oca -un manco que dicen tenía especial habilidad pelando gambas y langostinos- me miraba con arrobo).


También tenía lista para escanear la hojita, ya amarillenta y ajada por el tiempo -han pasado 33 años- donde escribí la redacción que me hizo vencedora entre muchos niños de los colegios de Cádiz y su provincia.


Sí, con todo preparado, y, sobre todo, con las ganas enormes puesto que ya le he cogido de nuevo el pulso a esto de escribir... va y se me jode el ordenador. ¡Socorro!


Menos mal que la buena de mi amiga Faly -mi mejor amiga, mi hermana, mi compañera, como ella sabe que lo es-, me ha cedido un cachito de su tiempo y de su espacio para, al menos, contestar a los correos y pasarme por la cajita antes de que se pudra alguna cerecita en mi cerebro.


Así que quizá no pueda meterme por aquí en unos días... Aunque intentaré ir pescando de aquí y de allí para poder seguir colgando mis tonterías, o, lo que es lo mismo, seguir llenando poco a poco esta cajita de cerezas yguindas que piden mordiscos. (No, desde el trabajo por las mañanas no puedo...)


Ahora mi pregunta es... ¿tardarán mucho en arreglármelo? Mañana por la tarde lo llevaré al hospital de los ordenadores, a ver qué diagnóstico me dan. (Menos mal que hace una semana lo metí todo -al menos eso espero- en un flamante pendrive.)


En fin, con la angustia de tener mi ordenador "escacharrao", ahora que le cogía el gusto a esto de escribir de nuevo, les mando un dulce beso de buenas noches, que tienen hoy un especial gusto a cereza jugosa pero desencantada.


Por cierto, lean mucho y disfruten de lo que lean.


Belén.

martes, 22 de abril de 2008

Amor de martes






Fuiste un amor de martes.
De un día corriente,
surgió un amor corriente
con un hombre corriente.
Pero ni tus besos,
ni tu sonrisa,
ni tu cabello,
ni el poniente que trajiste
y que alborotó mi corazón,
sacudiéndolo como hoja seca,
se pueden considerar corrientes.

Fueron extraordinarios.

Como extraordinario se hizo
aquel amor de martes,
que viró,
por tu fastuosa magia,
de corriente a fascinante.

lunes, 21 de abril de 2008

Mis mil besos prestados


La inconsciencia eterna
de mil besos prestados
cuando en su momento
debí regalártelos, donártelos,
dártelos enteros,
que fueran una dádiva perpetua.


Así, ahora,
no me arrepentiría
y mi mochila no estaría tan llena,
tan insultantemente cargada
de mis mil besos prestados.
Preferiría
que no me los hubieras devuelto
y que te los hubieses quedado
para continuar, en tu soledad,
reviviendo degustándolos.

domingo, 20 de abril de 2008

Victoria





Como cada mañana, Victoria se miró al espejo. En ese gesto automático se escondían la certeza de hallar un rostro cada vez más ajado y, simultáneamente, el terror a hacerlo. Factores que no se excluían y que se entrelazaban en una maraña de sinsabores que martilleaban a la mujer. Habían sido muchos los sufrimientos, los días de incertidumbre, los besos sin vuelta, los desprecios inmisericordes y los momentos de soledad no elegida, los que paulatinamente le habían pasado factura, hasta tal punto que el reflejo del azogue conformaba un patético cuadro, una imagen decadente. Una victoria derrotada. Una Victoria, sí, derrotada.


Aquel día, mientras saboreaba uno de los tantos cafés amargos de su vida –amargos por las circunstancias que lo rodeaban; amargos porque le caían en el estómago como una losa implacable, pero era incapaz de dejarlos, como ella lo fue de dejarlo a él, algún día; amargos, en fin, porque no le agradaba enmascarar su dureza con el dulzor del azúcar- pensó que ya había llegado la hora de hacer algo. Bastante tiempo llevaba ya digiriendo una vida que no la llenaba en absoluto, que la alienaba hasta tal punto que se sentía mucho más vacía de lo que mostraba a los demás. Su matrimonio estaba totalmente acabado desde hacía cualquiera sabía cuando; sus tres hijos habían echado a volar y estudiaban fuera de la ciudad; no le esperaba ninguna madre en la que poder refugiar sus penas y que le alimentara vanidades recordándole a su hija que una vez fue hermosa aunque ahora algunas arrugas recorrieran su cara como los meandros de un río.


A pesar del profundo asco que su aún marido le deparaba, aunque cuando se acostaba en la cama matrimonial era incapaz de acercar un centímetro de su cuerpo al suyo, a pesar de que apenas se dirigían en privado palabra alguna, fustigándose ambos con una dolorosa indeferencia, Victoria se sentía incapaz de cerrar este capítulo de su vida que le había proporcionado tres hijos estupendos y una amalgama de recuerdos inconexos, pues los dichosos y llenos de ilusión se amontonaban, en un abigarrado caos, con los crueles y desesperados. Últimamente, ganaban éstos. A Victoria ya no le quedaban fuerzas para asirse a los coletazos de una unión moribunda, ya que apenas esfuerzos hacía para resistir a los embates de la vida en común, y tampoco se le escapaba que a su marido le ocurría lo mismo. Siempre, eso sí, dentro de casa. De cara a los demás, era una pareja como había millones en el mundo. Quizás menos de lo que ambos pensaban, en realidad, y los millones eran más bien un reflejo de lo que ocurría de puertas para adentro. Eso probablemente hubiera supuesto un consuelo, -débil pero al menos pulsante- para esta mujer desencantada.


La mañana anterior se había encontrado a una vieja amiga del taller de pintura al que asistió hacía varios veranos. Marisa la encontró triste, distraída, y con más arrugas en el alma que en la cara, pero no le dijo nada para no desanimarla. Supo encarrilar la conversación hasta convencerla de que ahora que tenía mucho tiempo libre, con los hijos ya mayores y estudiando fuera, debería animarse a matricularse ella misma en la universidad y sacarse una carrera. "Aunque tardes diez o quince años, da igual. Lo importante es que te pongas a ello", le había dicho Marisa, en esa mezcla de remedio del alma y consejo con aires de medicina. Porque lo que la amiga pretendía en el fondo no era que Victoria adquiriera unos conocimientos que, por diversas circunstancias, no había podido alcanzar en su momento. Nati buscaba que Victoria volviese a vivir, en suma, ya que no llegaba a ver, en ningún momento de la conversación, el brillo en aquellos ojos que un día se enamoraron de la luz y eran capaz de captarla, con unas manos mágicas, en los lienzos de un taller.


Victoria terminó su café -amargo, negro, sin azúcar, como a ella le gustaba aunque le sentara como esa losa implacable y que lo era cada día más-, y se dio una ducha. Mientras el agua caliente y el jabón resbalaban por su cuerpo, pensaba en el paso que estaba a punto de dar. Por un lado tenía miedo, pero por otro, curiosidad. Por uno, le aterraba la perspectiva de acudir a clase junto a chavales que serían de la edad de sus hijos, pero por otro, el orgullo que sentía por sobrepasar ese miedo lo exudaba por todos los poros y ni siquiera la espuma era capaz de parar. Por uno, sabía que a su marido no le iba a hacer gracia que se matriculara, pero por otro... le daba igual.


La primera vez que le vio fue en la ventanilla de secretaría, cuando ya estaban metidos de lleno en el primer cuatrimestre. Alto, espigado, era un chico moreno de "veintidós o veintitrés, no creo que tenga más", con ademanes resueltos y toda la vida concentrada en una sonrisa perfecta. No era especialmente guapo, aunque la percepción de la belleza cambie tanto entre unos y otros, a pesar de ser todos humanos. Pero no, no era especialmente guapo, aunque a Victoria le pareció que si ella hubiera tenido treinta y tantos años menos, lo hubiera abordado sin reservas ya que se le antojó un capricho de dioses, una ambrosía hecha hombre. Un gusto para sus sentidos, abotargados y adormilados desde hacía tanto tiempo.


Alberto volvió a coincidir con ella en un curso que concluiría a la par que las clases, cuando junio estuviera llamando a los exámenes finales y a los primeros paseos por la playa. Victoria se apuntó a él, más que para subir la nota y conseguir créditos, para comprobar si las hadas del destino, en las que ella confiaba desde muy niña, eran más picaruelas que el hado del mismo y dichoso destino y las harían coincidir con el chico en un encuentro algo más que académico, como amantes más que como meros compañeros.


Lo que Victoria no se podía ni imaginar es que Alberto estaba loco por quedarse a solas con aquella mujer madura y hermosa que había alimentado muchas de sus noches febriles y tardes burbujeantes de hormonas. Se le disparaba la imaginación inventándose senderos de dedos por filos de encaje, de manos abarcando pechos algo caídos por el tiempo y la lactancia, de uñas cortas arañando sin lastimar, de vello de su pecho aplastado contra el vientre femenino. Le bullía la mente intentando adivinar cuánto costaría aquel perfume caro, esa ropa que le sentaba como un guante, aquellas botas de amazona con tacones como puñales. Ropa, perfume y calzado a los que adorar de forma irreverente en un altar imaginario de virgen que ya hacía mucho que perdió la inocencia.


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La noche en que, Victoria, una vez junto al veinteañero Alberto y riéndose de todo y de todos, descubrió caminos nuevos, rutas vírgenes y mapas ignotos hasta ese momento, dio por buenas las horas y horas y horas y horas frente a esos libros de la Facultad que, además de proporcionarle una carrera, le hicieron descubrirse como una mujer nueva, diferente, y, sobre todo, llena de vida a los mucho más de los cincuenta.

sábado, 19 de abril de 2008

Siempre la misma luna





La luna me acompañará esta noche, en mis sueños, y espero que en el de todos ustedes, aunque no sé siquiera si la de hoy es nueva y no aparece en el cielo. Da igual; sé que está ahí.



Noto mis párpados pesados, y la semana ya pesa sobre mi cuello, mi espalda, mis brazos, toda yo. Quizá el dolor del alma duela más que el del cuerpo, pero esta noche la fatiga es más física. Tengo ganas de meterme en la cama y soñar con mil cosas, pero especialmente, con la luna, que tanto me gusta mirar y que tantas veces me ha acompañado en mi soledad.



Luna blanca, luna grande, luna redonda, luna menguante, luna creciente... Siempre la misma luna lunera cascabelera de las mismas noches.



Que ustedes, probablemente lunáticos como yo, descansen bien.



viernes, 18 de abril de 2008

Sigo esperando


Tus besos, corbardes,
ya no anhelan rondarme.
Tu sombra, ausente,
no aspira a tenerme.
Tu ansia
-antes desaforada, ahora invisible,-
esquiva mis dedos apresurados.
Tu deseo, en fin, evaporado,
vaga inmarcesible en mi recuerdo.

Y mientras
en una urdimbre de sueños
tejo mi desvelo,
sigo esperando,
sigo esperando...

miércoles, 16 de abril de 2008

Un fuego implacable


Déjame acurrucarme en tu regazo.
Sentiremos nuestro mutuo calor
con brasas ardientes avivándolo.
Avanzará el implacable fuego
anegándonos de llamas
hasta que las pavesas se apaguen,
hasta que los rescoldos no calienten.

Entonces, cuando eso ocurra,
tendrás mi boca, mis manos,
mis muslos, mis piernas enroscándote.
No nos hará falta más fuego.

Sólo yo en tu regazo.

lunes, 14 de abril de 2008


Como la mirada inocente de un niño y con la ilusión que siempre va pegada a esos ojos, poco a poco voy retomando el pulso a esto tan complicado de escribir.


Han sido meses duros, difíciles. Falleció la bisabuela de mis hijos, una mujer a la que tenía verdadero aprecio. Mi madre se puso peor aunque no hubo que ingresarla. Y más cosas relacionadas con... bueno, qué más da.


Mis ánimos cayeron bajo mínimos. No enchufaba el ordenador ni tenía ilusión por escribir nada.


Mi hermano mayor oyó que estaba a punto de cerrarse el plazo de inscripción en un taller de escritura dedicado específicamente a los cuentos, y promovido por la Diputación de Cádiz. Ya hablaré más ampliamente de él, porque merece la pena hacerlo. El caso es que me animó a apuntarme y lo hice el último día, apurando las horas, porque no me veía con fuerzas para escribir una vez inscrita. Yo ya había leído sobre la convocatoria, pero no me animaba a inscribirme, puesto que no tenía ganas de escribir. Mi hermano y la premura de tiempo, junto con la sensación de que me perdería algo bueno si no lo hacía, me empujaron a matricularme.


Me admitieron, me llamaron, y ahí estoy compartiendo mis letras y mis ganas renacidas con un buen puñado de compañeras. Sí, digo bien compañeras porque todas somos mujeres en esta edición.


Como la mirada inocente de un niño, y la ilusión pegada a esos ojos, retomo de nuevo y poco a poco mis ganas de escribir. Ojalá no sea sólo un espejismo reflejado en lo diáfano y puro de esos ojitos.

sábado, 12 de abril de 2008

Letanía


Que el candor del blanco no te frene.
Que escruten, nerviosas, las lanzas de tus dedos,
que tus manos trémulas no cesen,
que el deseo contenido se desborde,
que mis manos destapen lo tantas veces ansiado,
que tus manos auxilien a ello sin premura.


Que una sonrisa adorne tu rostro
cuando, finalmente y agradecidos,
tus ojos descubran mi tesoro.

;;

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