viernes, 30 de mayo de 2008

Amor constante más allá de la muerte...




“Amor constante más allá de la muerte”… Es uno de los versos que conforman uno de los sonetos más bellos de la literatura. Quevedo supo plasmar, con este precioso poema, el amor desesperado, la llama eterna que ni siquiera la muerte podría apagar.

No puedo evitarlo. Cada vez que rememoro la historia de amor y de entrega de Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí, me vienen a la memoria estos versos de Quevedo. Podría recordar alguno de los hermosos versos de Juan Ramón, el hombre que abominaba de la letra g, el poeta que supo hacer de un borriquillo de algodón y ojitos de azabache un símbolo perfecto y bello de la literatura universal, pero me quedo con los de Francisco de Quevedo. Juan Ramón, un marido que quedó desolado de amor cuando el cáncer atenazó hasta la muerte el cuerpo de su amada Zenobia, esposa, amante, secretaria, compañera y amiga.

Hoy, 30 de mayo, día de San Fernando, se cumplen cincuenta años del fallecimiento del Nobel español y andaluz universal. No quería dejar pasar la ocasión de rendirle homenaje con estos bellísimos versos, y el amor constante más allá de la muerte -mucho más allá de la muerte-, que sintió por su fiel Zenobia. Ignoro si los escribió tras su fallecimiento, imagino que sí -quizá mi buen amigo Fermín me pueda ayudar en este trance-. Pero si no fue de esta manera, y lo hizo sólo como muestra de su genialidad, da igual. Es un precioso y triste homenaje que bien pudiera servir para ella y para su amor constante más allá de la muerte...



¡Que goce triste este de hacer todas las cosas como ella las hacía!
Se me torna celeste la mano, me contagio de otra poesía
Y las rosas de olor, que pongo como ella las ponía, exaltan su color;
y los bellos cojínes, que pongo como ella los ponía, florecen sus jardines;
Y si pongo mi mano -como ella la ponía- en el negro piano,
surge como en un piano muy lejano, mas honda la diaria melodía.


¡Que goce triste este de hacer todas las cosas como ella las hacía!
Me inclino a los cristales del balcón, con un gesto de ella
y parece que el pobre corazón no está solo.
Miro al jardín de la tarde, como ella,
y el suspiro y la estrella se funden en romántica armonía.


¡Que goce triste este de hacer todas las cosas como ella las hacía!
Dolorido y con flores, voy, como un héroe de poesía mía.
Por los desiertos corredores que despertaba ella con su blanco paso,
y mis pies son de raso -¡oh! Ausencia hueca y fría!-
y mis pisadas dejan resplandores.

5 mordiscos a esta cereza:

Fermín Gámez dijo...

No sé contestar a tu pregunta, Belén, no soy especialista en la obra ni en la biografía del poeta de Moguer. Pero sí decirte que Juan Ramón Jiménez es para mí el poeta clave, el poeta por antonomasia. El poema que has puesto supuso también para mí mucho en mis primeros momentos de aprendizaje en estos de garabatear cuartillas y folios.

ybris dijo...

Necesario y hermoso poema como homenaje a tan gran poeta.
Sobrevivió malamente dos años a Zenobia y aunque no fuera escrito tras su muerte (no he logrado encontrar la fecha de ese poema) refleja bien sus sentimientos.

Besos.

Belén Peralta dijo...

Lo sé, Fermín, sé que te encanta y que te parece clave dentro de la poesía española, y por eso pensé que lo mismo lo sabías.

Muchas gracias Ybris, a ti también, por tus halagos y por intentar buscar la fecha del poema.

Un beso lleno de sábado para ambos.

B.

Doctor Krapp dijo...

Ese poema es de una desolación aterradora. Sientes por dentro el vendaval atroz de la ausencia; de la pérdida absoluta, total e irreparable.

Luis Antonio dijo...

Zenobia no fue la sombra luminosa de Juan Ramón, Zenobia Camprubí fue su luz...

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