lunes, 30 de julio de 2007

¿Adicta al blog?


Empecé con la idea de abrir este blog cuando era una cosa que jamás me había llamado la atención. Me gustaba mucho leerlos e ir descubriendo nuevos día a día, pero no me animaba a abrir ninguno. Al final, tal y como expliqué en la presentación del mismo, quería encontrar un espacio donde recopilar muchas de las cosas que he ido escribiendo, como así mismo poder ir plasmando mis pensamientos, comentarios, y aquellos relatos nuevos que fueran surgiendo.

En esta curiosa página, encontramos un test con aire divertido en el que te muestran si eres o no un adicto a los blogs. Mi resultado -un 62 %- me preocupa ligeramente: ¿me estaré convirtiendo en adicta?

Bueno, si se trata de que lo soy por visitar los blogs de mis amigos... sinceramente este supuesto enganche no me molesta en absoluto... ;-))))http://mingle2.com/blog-addiction

sábado, 28 de julio de 2007

La Dama descalza



“Mis canciones tratan de cosas perdidas y nostalgia, amor, política, inmigración, y realidad. Nosotros cantamos sobre nuestra tierra, sobre el sol, sobre la lluvia que nunca llega, sobre la pobreza y problemas, y sobre cómo vive la gente en Cabo Verde.” (Cesárea Évora, nacida el 27 de agosto de 1941 en Mindelo, Cabo Verde.)




Es curioso. Son las cinco menos veintinco de la madrugada, acabo de entrar en casa, y lo que menos deseo en este momento es meterme en la cama. Lo que más, escribir mi crónica particular sobre el fascinante -no por esperado lo ha sido menos- concierto que he vivido hace escasas horas. Sobre el escenario, la maravillosa Cesárea Évora: la Dama descalza. Canta sin zapatos en solidaridad con los niños y mujeres pobres de su país y los sin techo.

Otra cosa curiosa. Acabo de leer una antigua reseña de El País digital donde también la llaman así. Yo ya venía de la calle con la idea de titular esta entrada de esta manera, y he dudado durante unos segundos si cambiarla por La Dama de Cabo Verde. Pero a pesar de la similitud con el reportaje de El País, he decidido dejar este título: La Dama descalza. Ahora que la he visto majestuosa, grande -por lo gruesa y por lo artista-, sobre el escenario del teatro al aire libre José María Pemán, con ese vestido de dos piezas de aires inconfundiblemente africanos, y unos collares de oro colgando sobre su pecho, no puedo, no deseo imaginármela de otra manera que no sea descalza, mostrando sus anchos tobillos, sus pies gorditos marcando uno, dos, uno, dos, el ritmo que marcaban ocho músicos excepcionales. No me imagino a la señora Évora con zapatos, como no podría imaginarme a Dalí sin Gala o a La joven de la perla, de Vermeer, con su oreja izquierda desnuda. No, no puedo imaginarme a Cesárea pisando fuerte como lo hace con las plantas desnudas de sus pies si tuviera zapatos puestos.

Piano, bajo, guitarra, saxo, violín, batería, timbales, y una especie de guitarra pequeña de la que no entendí bien su nombre cuando Cesárea presentó a aquellos hombres. Todos ellos en conjunción perfecta, alineándose como lo hacen los planetas para extasiar con su música; unos músicos que nos han transportado a momentos fastuosos durante la hora y media que ha durado el concierto -algo más si contamos el bis-.

Cesárea ni siquiera dio las buenas noches y no hizo falta. Bastaba su voz de terciopelo, su maestría a la hora de cantar sin ningún tipo de esfuerzo, su presencia de señora sobre el escenario, sus sesenta y algo años dando lección de fuerza desgarradora y vital.

Dejando aparte la anécdota de la noche -en un momento determinado, la cantante dijo que nos dejaba con música de percusión, porque "iba a fumarse un cigarrito", cosa, que, literalmente, hizo sentada en una silla dispuesta a tal efecto sobre el escenario-, yo me quedaría, por lo que esa deliciosa canción significa para mí, con el Saudade. Magníficamente acompañada por sus músicos, especialmente por un cubano que tocaba el violín y por el delicioso saxofonista, Cesárea evocó con su voz de terciopelo la fragancia de las flores nocturnas en una noche ideal de verano, sin gota de viento desagradable, y también llamó a la soledad, a la melancolía. Voz inconfundible que nos transportó a África en otras de sus canciones, o a un frenético carnaval en la que cerró el concierto. Fue la segunda canción de un bis largamente solicitado por el público, y que se vio precedido por una desgarradora -por lo hermosa- versión del "Bésame mucho".

Yo ya me puedo morir tranquila. He visto a Doña Cesárea Evora, la Dama descalza, en concierto. Algo que ansiaba desde hace unos años, cuando canceló su visita a Cádiz por problemas de salud. Aquella mujer africana, descubierta en Francia en 1988, y fiel exponente de lo que se ha dado en llamar "world music" o música étnica, volvió de nuevo cuando se recuperó y pudo hacer un huequecito en su agenda, pero entonces ya me fue imposible ir a verla y disfrutarla. Ahora, por fin, he podido degustar su voz y soñar con sus canciones que siempre serán eternas. Unas canciones que ofrece bajo el sello del estilo morna, que es el de su tierra, Cabo Verde. Un estilo musical que se asocia a las islas y combina la percusión de África Oeste con los fados portugueses y las modhinas brasileñas.

Doña Cesárea, si me permite el consejo, cuídese y no fume demasiado, por favor. Aún le debe quedar cuerda para rato, y nosotros así lo deseamos para poder seguir disfrutando del terciopelo verde de su voz.

viernes, 27 de julio de 2007


Estoy haciendo limpieza de papeles -decenas, cientos de papeles; no hay nada peor para una casa que ser su propietaria una recopiladora compulsiva y para colmo desordenada crónica-, y he encontrado incluso todos los comentarios que abrían mi magacine en Radio Puerto desde septiembre de 1999 a septiembre de 2001, fecha en la que entré en Onda Cero -en una primera etapa, porque luego volví a entrar-. Increíble la cantidad de cosas que se pueden escribir, la de temas que se pueden tocar. Hay textos de los que guardo memoria. De otros, poseo fe escrita en forma de columnas publicadas en el Diario de Cádiz. Pero algunos de esos escritos pasaron fugazmente entre mis dedos y murieron lentamente, marchitándose, en carpetas y cajones, ocupando sitio en muebles diseminados por mi casa, que no en mi corazón, porque apenas los recuerdo.


Revolviendo esos papeles, y desechando con dolor muchos de ellos, porque ya cumplieron su función en su momento y hoy por hoy estorban, he encontrado esta delicada poesía de la académica Carmen Conde, y deseaba compartirla con todos ustedes, sobre todo por la poco extendida faceta como poetisa de esta escritora cartagenera, fallecida en Madrid a los pocos días de nacer 1996. Fue por cierto la primera mujer aceptada en la Real Academia Española de la Lengua, siendo pronunciado su discurso de ingreso en 1979.


Corrían nuevos aires en la sociedad y la cultura españolas, sin duda y afortunadamente.




Es igual que reír dentro de una campana:

sin el aire, ni oírte, ni saber a qué hueles.

Con gesto vas gastando la noche de tu cuerpo

y yo te transparento: soy tú para la vida.


No se acaban tus ojos; son los otros los ciegos.

No te juntan a mí, nadie sabe que es tuya esta mortal ausencia

que se duerme en mi boca.


Cuando clama la voz en desiertos de llanto,

brotan tiernos laureles en las frentes ajenas,

y el amor se consuela prodigando su alma.

Todo es luz y desmayo donde nacen los hijos,

y la tierra es de flor y en la flor hay un cielo.


Solamente tú y yo (una mujer al fondo

de ese cristal sin brillo que es campana caliente),

vamos considerando que la vida... la vida

puede ser el amor, cuando el amor embriaga;

es sin duda sufrir, cuando se está dichosa;

pero, ¿reír, cantar, estremecernos libres

de desear y ser mucho más que la vida...?


No. Ya lo sé. Todo es algo que supe

y por ello, por ti, permanezco en el mundo.


miércoles, 25 de julio de 2007

A la fuerza


"Nadie duda si dices que te han robado. Pero cuando te han violado, tienes que demostrarlo. Y eso es muy duro". (Julia, 26 años, violada hace tres en Madrid).


Hace unos veinte años, yo iba a mi trabajo, a la emisora de radio donde era locutora. Era septiembre, muy temprano y aún el día no había aclarado del todo. El tiempo todavía no había refrescado lo suficiente como para ponerse chaqueta o rebeca, y todo parecía indicar que iba a tratarse de un día más de septiembre. Yo tenía 19 años, camino de los 20.


De repente, noté como me atenazaban los brazos y cuatro manos empezaban a sobarme por encima de la ropa: el pecho, el culo. Una de esas manos me intentaba tapar la boca y otra, que logró desabrocharme el botón, bajarme la cremallera del pantalón vaquero. Otra mano cogió mi derecha y me la llevó hasta sus asquerosos huevos por encima de su pantalón. Dos tíos repugnantes se habían propuesto violarme. El miedo me dejó casi paralizada, pero tuve tiempo a reaccionar y el chillido que lancé fue tal, y tan pavoroso y estentóreo, que aquellos miserables salieron huyendo. Nadie fue tras ellos puesto que nadie había en ese momento por la calle, aunque la avenida principal estaba bastante cerca del final de la misma. Yo no denuncié, puesto que aduje que jamás podría dar una descripción. Me atacaron por la espalda y no les logré ver la cara. Ni siquiera podría contar a la policía qué complexión tenían, o qué color de pelo.


Echándole narices, hice mi turno de Los 40 Principales con la alegría de siempre; como si tal cosa. Cuando pasaron las cuatro horas de mi jornada laboral, aún tenía las marcas en las muñecas, y éstas me dolían. Pero más que los brazos y las manos, me dolía el alma, me sentía abatida, impotente porque no podía denunciar puesto que no tenía ni idea de a quién hacerlo. Ahora, con el paso del tiempo,me doy cuenta de que estuve muy confundida y que debía haber ido a comisaría porque aunque no podía dar datos físicos de aquellos tipejos, quizá estaría evitando algún ataque o asalto a otra chica.


Cuando años después, en otra emisora, tuve la oportunidad de entrevistar a Tina Alarcón, fundadora del Centro de Asistencia a Víctimas de Agresiones Sexuales, me di cuenta del verdadero alcance de la historia que existe detrás de cada mujer violada, agredida, ultrajada.


Tina posee en la actualidad cerca de dos mil expedientes abiertos de violaciones consumadas. Son dos mil gritos de desesperación que no tuvieron tanta suerte como yo. Dos mil gritos lanzados a la fuerza por culpa de desalmados que quisieron obtener sexo también a la fuerza.




martes, 24 de julio de 2007

Vuestro momento


La tarde cae, oscureciendo con su luz tenue los árboles, los edificios, los coches, la gente, sus sentimientos. Pasos apresurados, alas en los pies, fina lluvia que apenas moja pero que cala en los corazones, muchos de ellos solitarios, anhelantes, deseosos de otro corazón gemelo al cual buscar en los cuerpos anónimos que se cruzan sin decir palabra. Vas hacia la estación de tren, con interrogantes que aún están por despejar, y que quisieras que hubieran sido ya resueltas, aunque tu corazón revuelto te pide aún un poco más de misterio.



La conoces, su imagen te ha acompañado, diríase que perseguido, durante noches y días, entre palabras reflexivas y dulces declaraciones de amor imposible. Ahora falta muy poco para verla, para ratificar lo que ya intuyes, o mejor aún, lo que quisieras que fuera verdad. Una foto no sirve de mucho si luego la imagen no acompaña, si esos labios de papel, brillantes y perlados, en la realidad no transmiten vida, calor, humedad. Tampoco vale de mucho si esos pechos de arropía y miel resultan ser vacíos como una fuente seca, como aquel manantial del que sólo manara un chorrito débil e inútil. Una foto es inane cuando se espera tanto de ella que no logra ser superada por la realidad, por esa silueta tangible, por esa cara que se transforma en líneas suaves y de piel cálida y tibia, pero sin revelar nada que ilusione tanto como el encuentro virtual de noches y noches.


Sabes que es alta, sabes que es una mujer de ostentosa presencia, pero hasta que no la tengas frente a frente no calibrarás del todo su tamaño, la forma de su cuerpo, tantas veces idealizado y tantas veces, a su vez, denostado por ella misma. No quiere decepcionarte, y, probablemente no lo haga, porque, si así fuera, la fuerza de su charla, de su más que ponderada elocuencia, te arrebataría, te ganaría como el deseo logra su victoria frente al amante, y éste llega al orgasmo delicioso, en una dulce batalla entre el quiero y no debo. O al menos, no debiera durante mucho tiempo, todo sea para procurar más placer al otro.


La espera se hace infinita, los nervios te atenazan, al igual que a ella, con la diferencia de que le acompaña el run run armonioso del tren, y no se siente tan sola. A ti, sólo te acompañan el deseo y esas ganas locas de un beso en esos labios tantas veces soñados y mil deseados, esa boca jugosa y dispuesta a transportarte a los paraísos perdidos y nunca hallados.


La lluvia continúa cayendo, persistente, y moja acerado y adoquines. Sigue empapando corazones solitarios. Y entre ellos, el tuyo, que, acelerado, nota el traqueteo cercano del tren. Éste se para a tu altura, dejando a tu alcance un sueño anhelado y querido, golosamente deseado y mil veces pedido en los vaivenes de tus pensamientos más recónditos.


Ahora ella está aquí. No la ves aún, porque no se ha bajado del vagón. Pero intuyes su presencia, y la hueles a distancia, la notas y sabes que trae, impregnada, la esencia más pura del deseo y del amor. Llegó el momento. Vuestro momento.

lunes, 23 de julio de 2007

Gangs of New York




Acabo de terminar de ver Gangs of New York. No tuve ocasión de verla en su momento y sabía que me perdía una buena película, sobre todo porque la dirige uno de mis favoritos, Martin Scorsese. Hace unos meses ví Infiltrados en el cine y aluciné, fue una película de la que no me hubiera importado volver a pagar la entrada para verla otra vez. Me encanta su estilo dirigiendo, la forma de contar las historias, las ideas originales a la hora de abordar muchos de los planos, cómo es capaz de sacar lo mejor de los actores...




Gangs of New York me ha encantado, y hace que me corrobore en que Leonardo Di Caprio se ha ido convirtiendo a medida que crecía, en un magnífico actor. Ya lo demostró siendo un adolescente en "¿Quién ama a Gilbert Grape?", y poco ha poco ha ido madurando y demostrando que no es sólo un físico agradable. De verdad que no puedo darle la razón a gente que me ha rebatido y me ha dicho que Leonardo es "sólo un niñato". Imagino que ese es el gran hándicap de ser un actor guapo. Que tan sólo por serlo, tiene que demostrar su valía. Y creo que Leonardo lo ha demostrado en películas como "Titanic", "Atrápame si puedes", "Infiltrados" o esta misma, "Gangs of New York". Magnífico, extraordinario, también el trabajo de Daniel Lee Lewis en este duelo interpretativo contra di Caprio, y, si me apuran, muy bueno asimismo el de Cameron Díaz, saliéndose del cliché de niña tonta que es el papel que suelen adjudicarle los productores. Los secundarios, de categoría.




Impresionantes las escenas corales con tantos actores tanto en los planos de lucha en las calles o en el puerto, como en los de los bares y prostíbulos. Excelente la dirección de actores y extras, y espectacular el último cuarto de hora, con los disturbios en las calles.




Sí, estoy muy contenta de haber degustado esta inteligente y entretenida joya del cine, aunque disgustada y arrepentida por no haberla disfrutado como se merecía: en una sala de cine y, por supuesto, sin un cartucho de palomitas en las manos.

domingo, 22 de julio de 2007



Cierra los ojos.


Recuerda que no puedes abrirlos.







Estás desnudo, encima de nuestra cama. Hace calor. Sientes calor.


Yo estoy tumbada, estirada completamente encima de ti. Mis pies se enroscan en tus tobillos. Mis muslos comprimen los tuyos, los vientres se aplastan, mi pecho grávido cae sobre tu pecho y termina por perder su forma.


Mi cara está muy pegada a la tuya. Notas mi respiración, seca, tibia. Me oyes, excitado, y respiras a compás. Yo domino la escena, te observo, pero tú no puedes verme, y eso te desconcierta, y te excita aún más que mi propia respiración. Y te dejas vencer por mí.


Estás a mi merced, a mi capricho, haré lo que quiera contigo.


Acerco mis labios a tus párpados y te doy besitos chiquitines, casi imperceptibles. Desciendo por tu nariz también regalando pequeñas delicias en forma de beso. Con la punta de la lengua, como haciéndote burla, me divierto ofreciéndote pequeños golpecitos por tu cara hasta llegar a tu barbilla, que también beso con pasión. Me he saltado intencionadamente tu boca, porque en este paseo por tu cara quiero dejarla para el final.


A medida que he ido besándote, el calor y la comunión de mi cuerpo con el tuyo han hecho que una pátina de sudor nos separe. O nos una, como prefieras verlo. Un sudor que facilita que resbale sobre ti de forma malvada, provocando una fricción ardiente y maquiavélica que determina, por un instante, que abras tus ojos.


Quieto.


Te dije que los cerraras.


Tu sexo me arde a la altura del vientre y quieres jugar con él pero de momento, no te dejo. Espérate. Espérate a que mi lengua juegue a adivinar a qué sabe hoy tu boca. Mientras tanto, él bucea en los huecos de tus oídos. Aprovecha para seguir dando pequeños toquecitos, latigazos amorosos que humedecen tus orejas por dentro y te provocan mil escalofríos en medio del calor que hace. Y que sientes. Y que sentimos.


Notas como paso mi lengua por tus labios, por tus dientes, despacio, muy despacio, como si no tuviera prisa, como si la premura por lograr el premio de tu lengua enroscada en la mía no le importara demasiado.


Pero sí te importa. Y cuando la sientes luchando contra la tuya, decides que no puedes más y que es el momento de abrir tus ojos para mirarme mientras me penetras, yo encima de ti, ama y señora, pegada hace unos segundos y completamente estirada, pero ahora sentada sobre la dueña de mis sueños.

sábado, 21 de julio de 2007

En la playa


Hoy he ido a la playa.


Para alguien de Cádiz, y más aún si tiene el mar, y la playa, a diez minutos de su casa, eso no es noticia. Para mí, que últimamente salgo tan poco de mi casa como un caracol de la suya, sí que lo es. Bueno, salgo como es lógico para ir al trabajo, o para ir a casa de mi madre a cuidarla, o, siendo prosaicos, a comprar el pan u otras cosillas de comé. Pero últimamente como que no le encuentro el gusto a demasiadas cosas, y, entre ellas, a salir. Y, entre estas últimas, a ir a la playa. Y eso, en un paraíso maravilloso que es Cádiz, donde estamos rodeados de mar en un 95 por ciento (la estadística es mía, y, por tanto, no muy fiable, pero creo que no se aleja mucho de la realidad), eso, digo, de no ir a la playa y beneficiarse de todo lo que ofrece, es imperdonable.


Empezando por su fina arena, continuando por los servicios que presta y su limpieza, y terminando por ese cielo transparente y maravillosamente prístino y luminoso... Dicen de Cádiz que tiene una luz especial que no se encuentra en otro punto de España, tanto por ser una ciudad poco contaminada, como por su especial situación geográfica, puerta de dos continentes y enclave que le ha servido desde siempre para ser considerada un punto estratégico, clave para el comercio marítimo y las batallas navales contra los ingleses.


Pero, quedándome con todo eso como hago, me quedo particularmente con su mar. Ese mar bravo aun estando calmo, ese mar magnífico, que no es peligroso -aunque nunca hay que perderle el respeto, lógicamente-, un mar lleno de olas de espuma al que me apasiona oír. Es una de mis músicas preferidas: aunque me lleve mi mp3 a la playa, incluso pilas de repuesto por si se me agota la que estoy usando, nunca lo pongo, porque la maravilla del run run de las olas solapa el deseo de oír a Vivaldi o la última de Snow Patrol.


El mar... ese mar maravilloso, hermoso, que siempre me ha acompañado desde que tengo uso de razón y en el que me he dado besos, he jugado y nadado con mis hijos, o he suspirado por unos ojos verdes donde ese mar se reflejaba, cuando, paradójicamente, la relación estaba ya más que acabada y muerta. El mar de mi Cádiz chiquito que tanto me gusta.

viernes, 20 de julio de 2007

Carta al ausente


En 1985, la escritora Rauda Jamís publicó la biografía de Frida Kahlo. Admiro profundamente a esta mujer, extraordinaria luchadora a pesar de sus limitaciones por el terrible accidente que sufrió en la adolescencia, y desconcertante pintora que me atrae por la calidez de los colores usados y, sobre todo, por el significado de sus obras, muchas veces bastante más profundas de lo que parecen a simple vista.


Frida, rota, absolutamente rota en una cama con un corsé de yeso que le cubría todo el cuerpo, tenía un espejo en el techo de su habitación y de ahí salieron sus espléndidos autorretratos: comenzó a pintar para no aburrirse y como se miraba durante muchas horas, decidió dibujarse de mil maneras. A mí me fascina especialmente cuando lo hace como una emperatriz azteca, cuajada de joyas de oro y adornado su pelo de artísticas trenzas. De esa guisa también ordenó que la fotografiaran. Quería verse inmortalizada como una auténtica princesa.


Ahora que se cumplen cien años del nacimiento de la gran pintora, que ha logrado superponer su trabajo como artista a la simple (y a la vez paradójicamente compleja) etiqueta de amante de Diego Rivera, el gran muralista, traigo a este rinconcito un pasaje que me encanta de la biografía de Rauda Jamís. Aunque el texto del libro es bastante objetivo, la escritora de vez en cuando introduce partes íntimas y subjetivas, poniéndolo en boca de Frida, y esto que pongo es algo realmente brillante, que quiere plasmar el horror al vacío febril, frenético, que sentía Frida cuando se enfadaba con Diego y éste la dejaba sola por las noches, largándose con otras mujeres.


Les aseguro que, hoy por hoy, yo siento lo mismo, dedicándole este trocito de desazón a aquel que nunca llegó a estar conmigo. Quizá por ello me guste tanto, porque me identifico con este espléndido texto desenfrenado y caótico dentro su rígida estructura de horas. Tic, tac. Tic, tac. Tic, tac. Quién no habrá sentido esto alguna vez...


Me hubiera encantado escribirlo. Bellísimo. Es también, ¿por qué no?... una carta a mi ausente particular.



CARTA AL AUSENTE


Mi noche es como un gran corazón que late.


Son las tres y media de la madrugada.


Mi noche no tiene luna. Mi noche tiene grandes ojos que miran fijamente una luz gris que se filtra por las ventanas. Mi noche llora y la almohada se vuelve húmeda y fría. Mi noche es larga y larga y parece estirarse siempre hacia un fin incierto. Mi noche me precipita hacia tu ausencia. Te busco, busco tu cuerpo inmenso a mi lado, tu respiración, tu olor. Mi noche me contesta: vacío; mi noche me da frío y soledad. Busco un punto de contacto: tu piel. ¿ Dónde estás? ¿ Dónde estás? Me vuelvo hacia todos los lados, la almohada húmeda, pego la mejilla a ella, mi pelo mojado contra las sienes. No es posible que no estés aquí. Mi cabeza vagabundea, mis pensamientos van, vienen y se aplastan, mi cuerpo no lo puede comprender. Mi cuerpo te desearía. Mi cuerpo, esa incertidumbre mutilada, desearía olvidarse por un momento en tu calor, mi cuerpo requiere algunas horas de serenidad. Mi noche es un corazón hecho trizas. Mi noche sabe que me gustaría mirarte, seguir con mis manos cada curva de tu cuerpo, reconocer tu rostro y acariciarlo. Mi noche me ahoga por tu ausencia. Mi noche palpita de amor, aquel a quien quisiera contener pero que palpita en la penumbra, en cada una de mis fibras. Mi noche quisiera llamarte, pero no tiene voz. Sin embargo, desearía llamarte y encontrarte, y apretarse contra ti un momento y olvidar ese tiempo que mata. Mi cuerpo no puede comprender. Tiene tanta necesidad de ti como yo, quizás a fin de cuentas él y yo sólo somos uno. Mi cuerpo te necesita, a menudo casi me has curado. Mi noche se hunde hasta casi no sentir la carne y el sentimiento se hace más fuerte, más agudo, desprovisto de la sustancia material. Mi noche me quema de amor.


Son las cuatro y media de la madrugada.


Mi noche me agota. Sabe que te echo de menos y toda su oscuridad no basta para esconder esa evidencia. Esa evidencia brilla como una cuchilla en la noche. Mi noche querría tener alas que volaran hacia ti, te envolvieran en tu sueño y te devolvieran a mí. En tu sueño me sentirías cerca de ti y tus brazos me abrazarían sin que despertases. Mi noche no me aconseja. Mi noche piensa en ti, sueño despierta. Mi noche se entristece y se pierde. Mi noche acentúa mi soledad, todas mis soledades. Su silencio sólo oye mis voces interiores. Mi noche es larga y larga y larga. Mi noche tiene miedo de que el día no aparezca más, nunca jamás, y a la vez teme su aparición, porque el día es un día artificial en que cada hora cuenta el doble y sin ti no es realmente vivida. Mi noche se pregunta si mi día no se parece a mi noche. Lo que le explicaría a mi noche porque temo también el día. Mi noche tiene ganas de vestirme y de empujarme fuera para ir a buscar a mi hombre. Pero mi noche sabe que lo que se llama locura, de cualquier tipo, esparce desorden, está prohibida. Mi noche se pregunta qué es lo que no está prohibido. No está prohibido confundirse con ella, eso lo sabe, pero se ofusca al ver una carne confundirse con ella en el filo de la desesperación. Una carne no está hecha para casarse con la nada. Mi noche te quiere con toda su profundidad, y resuena también de mi profundidad. Mi noche se nutre de ecos imaginarios. Puede hacerlo. Yo fracaso. Mi noche me observa. Su mirada es lisa y se funde en cada cosa. Mi noche desearía que estuvieses aquí para deslizarse en ti con ternura. Mi noche te espera. Mi cuerpo te espera. Mi noche quisiera que tú descansases en el hueco de mi hombro y que yo descansase en el hueco del tuyo. Mi noche quisiera ser el mirón de tu placer y del mío, verte y verme temblar de placer. Mi noche quisiera ver nuestras miradas y tener nuestras miradas cargadas de deseo. Mi noche quisiera tener entre sus manos cada espasmo. Mi noche se volvería suave. Mi noche gime en silencio su soledad al recordarte. Mi noche es larga y larga y larga. Pierde la cabeza pero no puede alejar tu imagen de mí, no puede tragarse mi deseo. Se muere al saber que no estás aquí y me mata. Mi noche te busca sin cesar. Mi cuerpo no consigue concebir que algunas calles o cualquier geografía nos separan. Mi cuerpo se vuelve loco de dolor al no poder reconocer en medio de mi noche tu silueta o tu sombra. Mi cuerpo quisiera besarte en tu sueño. Mi cuerpo quisiera dormir en plena noche y en esas tinieblas ser despertado porque tú lo besabas. Mi noche no conoce sueño más hermoso y cruel hoy que éste. Mi noche grita y desgarra sus velos, mi noche choca con su propio silencio, pero tu cuerpo permanece inencontrable. Te echo tanto de menos. Y tus palabras. Y tu color.


Pronto va a amanecer.




sábado, 14 de julio de 2007

Se llamará Germán



Para Elisa y Jesús, con todo mi amor.



Se llamará Germán, y brotará de tu vientre como la semilla traviesa que quiere beberse el mundo. Incluso antes de desearlo, de pergeñarlo, de diseñarlo con infinito amor y asombrosa perfección entre oscuros recovecos y acogedores salones de tu abdomen, cálido cáliz repleto de agua vivificadora, incluso antes de todo eso, de ser una microscópica realidad en el lecho de tu vientre, agrandándose día a día, sabías que se iba a llamar Germán.


Un nombre poderoso, estentóreo, que significa luchador y guerrero y que supondrá su tarjeta de presentación en una vida árida a veces, esperemos que dulces las más, pero sobre todo preñada de cariño por sus padres y toda su familia.


Germán crecerá feliz, arropado por aquellos que le quieren y aquellos que habrán de quererle, por aquellos a los que la vida puso en su camino y a los que la misma vida arrancó de su lado incluso antes de nacer. Todos estarán con él. Hasta él. Su abuelo Germán.


Se llamará Germán, y se sentirá feliz de que un día decidieras (decidiérais) llamarlo igual que aquél que, orgulloso, lo tomaría entre sus brazos y sonreiría porque el minúsculo ser que germinó en tu vientre será en breve una bendita realidad.


Sí, decididamente, se llamará Germán.




Anoche disfruté como hacía tiempo que no recordaba. En un marco bellísimo, el del Castillo de Santa Catalina, pude degustar, aspirando el olor del césped y con un precioso cielo negro tachonado de estrellas como cúpula, la maravillosa música celta de Alasdair Fraser y Natalie Haas.




Siempre me ha encantado ir a conciertos, porque adoro la música y de hecho forma parte de mi vida desde mucho antes que empezara a trabajar en la Cadena SER con tan sólo 16 años, hace ya... unos cuantos años. Poseo una gran cantidad de discos de vinilo, de los cuales no pienso deshacerme, a pesar del espacio que ocupan en casa, he pinchado unas cuantas veces alternando vinilos y discos compactos, conecto mi mp3 cada mañana al subirme al autobús a las 7.30 para ir a trabajar y cuando me subo de nuevo a las 15.00 al volver a casa, procuro poner música relajante mientras escribo o hago otras tareas... La música forma parte de mí, me encanta que me envuelva y de hecho espero que no deje nunca de hacerlo porque sencillamente no concibo la vida sin música.




Digo que siempre me ha gustado mucho ir a conciertos, tanto de mi pasión, que es la música clásica, como de todo tipo. He bailado como la que más en conciertos de pop y rock, he disfrutado en sesiones de ese house que tanto me gusta bailar, se me han saltado las lágrimas oyendo a una descalza Dulce Pontes sobre el escenario, o he golpeado mis muslos con las manos siguiendo el ritmo endiablado de esos chicos portentosos que forman Mayumaná, grupo que he visto dos veces en directo y veré todas las veces que pueda.




Ya había asistido en alguna que otra ocasión a conciertos de música celta y, si hay algo que me gusta de ellos, independientemente de la belleza de las melodías, es esa empatía que siempre hay entre intérpretes y público. Esa complicidad, esas caras de felicidad mientras se baten palmas o se mueven los pies marcando el ritmo, no tienen precio.




Anoche la magia celta estuvo presente en el concierto al que asistí. Fui sola, como hago tantas veces, algo que al principio de hacerlo me cortaba y me daba vergüenza, pero algo también a lo que fui acostumbrádome con el tiempo y terminó encantándome. Podía haber ido con alguien, pero fui sola y eso me gustó, sí, como siempre.




El concierto de anoche lo ofrecieron el violinista escocés -licenciado en Físicas, por cierto- Alasdair Fraser, y la violonchelista californiana Natalie Haas. El virtuosismo de ambos no lo voy a descubrir aquí, pero sí decir que me pareció una forma bellísima de aunar ambos instrumentos. El chelo es mi instrumento favorito, aunque el violín también me parece fascinante. La unión de chelo y violín no es nada nueva, pero lo de anoche sonaba a fresco, a vital, a lleno de energía. Vitaminas en forma de música, jaleada y bailada por todos aquellos que abarrotaron el recinto y que sonreían, entusiasmados, en muchas ocasiones, y cerraban los ojos, conmovidos, en otras tantas. Jigas, canciones tradicionales, otras con sabor a jazz... Vaya ensalada maravillosa lista para degustar y saborear.




Alasdair Fraser y Natalie Hass, son, sin duda, música para los sentidos: una deliciosa manera de pasar una calurosa noche de julio. La próxima cita la tendré con mi adorada Cesárea Évora, el 27 de este mes. Me esperará, sin duda, una noche intensa y llena de emoción.

jueves, 12 de julio de 2007

Queridas Musas


Mi corazón quiere adivinar, pensar, querer, sonreír, y no puede. No puede hacerlo porque yo misma soy demasiado egoísta para ayudarle, para darle ese empujoncito -más bien enorme empujón- que precisa. Atolondrada, torpe aún por el dolor, ni siquiera encuentro ya placer ni refugio en juntar letras, cuando siempre lo he hecho. No doy para más, y me duele, porque nunca fue así, porque siempre me hizo ilusión, porque siempre hallé consuelo en el urdimbre que tejía sobre el papel. Aunque no fuera bueno, pero era mío. Era mío, sí, era mi yo más profundo, desnudándose, dándose, entregándose. A mí misma, aunque nadie lo leyera, pero era mío.


Mis Musas se fueron y lo lamento. Quisiera tanto que volvieran a mi lado, que curaran con el bálsamo de su presencia las cicatrices aún tan frescas... Escribir me da la vida, y si no escribo, ésta se me escapa de entre los dedos, de entre los labios, de los costados, del corazón, de este pecho que me oprime y me asfixia. Mis Musas me abandonaron y no quieren saber de mis sentimientos. Mis Musas se despidieron acompañadas de unas risas sardónicas que nunca merecí, puesto que yo nunca las tuve para nadie. Mis Musas quizá tarden en volver, y sí, claro que lo lamento.


Quiero escribir, necesito escribir. Más bien, más mal, pero me hace tanta falta... Escribir, sólo escribir. Sólo espero que las Musas entren a curiosear este blog, que tengo últimamente tan abandonado, como a mis amigos, y me echen esa mano que tanta falta me hace y guíen las mías propias.


Escribir, sólo escribir. Sólo -ya veis, sólo- eso, queridas Musas.

miércoles, 4 de julio de 2007

Un año sin mamá


El tres de julio hizo un año de una terrible tragedia que se nos quedó a todos marcada en el corazón. El metro de Valencia sufrió un espantoso accidente y fallecieron 43 personas, quedando 47 heridas de diversa consideración.



Esta foto dio la vuelta al mundo. Violeta, de 11 años, regresaba de una mañana de compras en las rebajas con su madre, Mary Carmen, de 43. Violeta llevaba años haciendo gimnasia rítmica y estaba (aún lo está, afortunadamente) siendo considerada una verdadera promesa, ya que acumulaba muchos trofeos. Bastantes temieron cuando la vieron en brazos de César, un policía de 33 años que se convirtió en su ángel salvador, que quizá tendría dañadas las piernas y no podría nunca más a saltar al tapiz. Pero por desgracia, lo que más daño sufrió fue su tierno corazón, pues su madre falleció en aquel fatal accidente.



Hace un año, mientras las lágrimas me corrían por las mejillas, escribí esto, que colgué en el foro en el cual participaba por aquel entonces.



Ha pasado, Violeta, querida Violeta, un año sin mamá. Créeme que lo siento, aunque siga sin conocerte.




Querida Violeta:


Tú no me conoces, y, probablemente, no lo harás nunca. Yo, hasta hace unos días, tampoco te conocía. Pero te ví, con tus piececitos descalzos, negros de hollín y salpicados de sangre, propia y ajena, llevada en volandas por un voluntario que miraba para abajo para no verte la carita de sufrimiento y susto.


Esos piececitos han calzado miles de veces unas medias puntas, ese calzado mitad bailarina, mitad elástico, que las niñas que practicáis gimnasia rítmica, como tú, desde muy chiquititas, rompéis y gastáis cientos de veces, de tantas horas de entrenamiento. Como mi hija Laura, que también es gimnasta y tiene, como tú, algunas medallas y diplomas. Tú tienes once años y varios trofeos y campeonatos a tus espaldas. Laura aún es pequeñita y le llevas ventaja.


Maravillabas a todo el pueblo de Torrent, y, especialmente, a tus padres. Y tu madre se sentía tan orgullosa de ti, como yo me siento cuando veo competir a Laura, y abrazar a sus compañeras aunque no haya ganado, que seguro que no le importaba haberse dejado la vista en coser cientos de pequeñas y fastidiosas lentejuelas a tu maillot. Ese maillot que seguro preparábais juntas, con mimo, junto a las redecillas invisibles de moño, junto a los pasadores brillantes para el pelo, junto a la laca para que cada cabello se mantuviera en su sitio en cada pirueta fantásticamente imposible que elaborabas con maravillosa perfección. Como yo hago con Laura, cada noche antes del día del torneo. Por algo Mary Carmen, tu mami, también practicó rítmica cuando era pequeña.


Por eso me alegro tanto de que te vayan a dar el alta, porque significa que podrás seguir compitiendo, dando perfectos giros de 360º, o dando zancadas con las piernas abiertas hasta el límite. Aunque me angustia saber que pronto te darán la fatal noticia.


Querida Violeta: siempre estarás triste porque entraste con tu mami en ese vagón de metro un maldito tres de Julio que nadie te arrancará del alma, pero sé siempre feliz porque un ángel maravilloso hará que desde el cielo tu aro no se caiga o el extremo de tu cinta multicolor no toque el suelo.


No te conozco, Violeta, pero te quiero.


Belén.







domingo, 1 de julio de 2007

Corazón Loco





Vamos corriendo por la calle, cogidos de la mano. Los dos sonreímos como niños pequeños, porque nos está mojando una lluvia fina que traspasa nuestras ropas y nos llega hasta el corazón. Incluso en nuestro loco deambular, pisamos de vez en cuando diminutos charcos, lo cual hace que retornemos, en unas milésimas de segundo, a nuestra infancia, cuando nos advertían de que no saltáramos sobre los charquitos de lluvia, y, al revés, cuanto más grandes, más nos atraían.


Ahora corremos y corremos para no perder el autobús. Quieres llevarme a algún sitio que no me quieres desvelar. ¿Y para qué quiero saberlo, si voy contigo, de tu mano? Contigo iría al fin del mundo, cariño.


Subimos a un autobús repleto de gente. Cuando el tiempo acompaña, apetece dar un paseo mientras el sol baña de tibieza nuestra cara, nuestra piel, pero en un día así lo que más apetece es llegar a casa y, aunque suene a manido, ver la lluvia tras los cristales. Y si es arrebujada entre tus brazos, mejor que mejor.


Nos vamos hacia el fondo. Está llenísimo, y es difícil ubicarnos en un hueco, sencillamente porque no lo hay. Apretando y empujando con delicadeza, logramos situarnos, tú detras de mí, muy juntito a mi cuerpo, como protegiéndome de cualquier tocón que pudiera rozarme.


Giro la cabeza y te pregunto como una niña curiosa que a dónde vamos. Evidentemente, tú no vas a contestarme. Me sonríes en silencio y miras fijamente hacia delante. Yo también sonrío, desconcertada, pero segura de que va a ser una muy agradable sorpresa. Noto cómo cada vez te vas apretando más contra mi espalda. Siento incluso tu calor maravilloso secando la ropa húmeda. Tus labios buscan mi pelo mojado y me das un suave besito en la cabeza. Sigo pensando en cuánto te quiero.


Tu mano derecha se agarra a la barra del autobús, pero la izquierda queda impúdicamente libre, libre para hacer lo que quiera, libre para rozarme, libre para palparme con disimulo, libre para magrearme. Libre. Y, naturalmente, no desaprovechas esa oportunidad. Me rozas los muslos, el trasero, comienzas a sobetear mientras observas, divertido, como todos van a lo suyo y nadie se da cuenta de la morbosa situación.


Advierto como tu sexo se va pegando más y más a mi culo. Siento como su dureza quisiera traspasarme la ropa, no tener piedad de mi cuerpo y llenarme toda, sobrepasarme, inundarme de tu calor. Cada vez más apretado contra mí, y, por tanto, más excitado, me susurras bajito al oído derecho: "Pero qué pedazo de pendón estás hecho..."


Ahora soy yo la que sonrío en silencio, encantada de mi victoria.


Nos toca bajar del autobús. "Hemos llegado, cariño", me anuncias, mientras te inquiero inútilmente con la mirada, sabiendo que no vas a contestarme. "Vamos a ir a bailar, cielo", me dices, mientras entramos en un local que no tiene demasiado público. Te apetece una buena sesión de baile y a ello vamos. A los dos nos encanta danzar, sentir la música en nuestro interior y poder expresar ese sentimiento al movernos. Nos pedimos unas copas y comenzamos a vivir nuestra noche. Suena de todo un poco, desde canciones más moviditas a temas más tranquilos, que, sin llegar a ser lentos del todo, ralentizan esos momentos y dan un respiro a nuestro ímpetu.


De repente, comienzan a sonar canciones realmente románticas. Bachatas, boleros... Te aproximas más a mí, y, tomándome por la cintura, te transformas en la maravillosa pareja de baile que siempre soñé. Advierto tu respiración junto a mi cara, el calor de tu piel que roza la mía. Es una situación muy erótica, no morbosa, es dulce y terriblemente sensual. Deliciosa, en suma. De vez en cuando se te escapa algún besito chiquitín, encantador, que hace que me apriete más si cabe contra ti, clavándote mis pechos en el tuyo, como las aristas de una montaña taladrando las nubes.


Inesperadamente, suena "Corazón loco". Separas tu mejilla de la mía y, sonriendo débilmente, me miras a los ojos. Te acercas de nuevo, y, cerrándolos, disfrutas el momento. Mientras, acompasadamente, seguimos el ritmo del bolero, noto como tus manos bajan lentamente, recorriendo desde mi cintura hasta la parte final de mi espalda, y llegando hasta mi trasero. De nuevo, amparado por la oscuridad de la sala, y tapado por otras parejas que bailan románticamente, me lo sobas, me lo palpas deseperadamente, como si no quisieras que nunca se te escapara. Cogiéndolo con rotundidad, me aprietas fuerte contra ti, clavando mi pubis contra el tuyo. Son tantas las sensaciones que me inundan, que me empieza a entrar calor. Noto tu sexo bien duro, es algo pétreo que quisiera, como en la escena del autobús, que me traspasara con impunidad en medio de la gente ajena a todo.


Siguen sonando los boleros y la música lenta mientras mi loco corazón sigue alborotado y quisiera escapar de su dulce prisión, para ligarse con el tuyo, en una homogénea mezcla de vísceras y sentimientos.


Notas esa desazón deliciosa y me tomas de la mano, llevándome a unos sillones bastante apartados de miradas indiscretas. Nos sentamos, deseosos de besos y caricias, y, buscándonos y encontrándonos en la oscuridad de la sala, nuestros labios cálidos chocan en una dulce lid. Adoro besarte, sentirte en el interior de mi boca como anticipo de lo que puedes llegar a hacer con tu lengua y dientes en otros rincones de mi cuerpo. Tus manos, ansiosas, buscan y rebuscan bajo mi falda, al abrigo de miradas indiscretas, separando el fino elástico de las braguitas y averiguando, alborozadas, lo que querían saber. Mi sexo húmedo anuncia lo a gusto que se encuentra, y acogen tus dedos que juguetean dócilmente con su vello. Abres despacito mi húmedo interior, buscando aquella perlita que sabes que, engrosándose, me dará sumo placer.



Tocas y aprietas dulce, pero firmemente, con maestría, mientras sigues besándome con pasión, alentado por esos boleros tan románticos que están acompañando nuestro dulce momento de locura. Sigues acariciando, cada vez un poquito más deprisa, de vez en cuando en círculos pequeñitos, de arriba a abajo en otras ocasiones, hasta que logras arrancarme un profundo suspiro que anuncia mi orgasmo. Rítmicamente, mi sexo se abre y cierra con dos dedos tuyos en su interior; la apoteosis está siendo intensa y así lo notas.


Orgulloso, feliz por haberme hecho disfrutar, recompones mi ropa y, guiñándome con malicia, me ayudas a colocarme el abrigo. Terminaremos de bailar boleros en nuestra habitación. Buen plan para esta noche.

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