jueves, 24 de diciembre de 2009

Feliz Navidad, Manuel





La mujer se sentó. El escritorio era robusto, tallado en maderas nobles, y, aunque viejo, procedente de una herencia, no desmerecía en absoluto en medio de aquel paisaje hermoso que era su casa. Estaba sola y no le importaba; al contrario, la soledad y el silencio le ayudaban a recogerse más aún y notaba así amplificados sus sentidos.

Demasiado silencio.

Se incorporó y decidió poner música. Le apetecía... mmm... ¿qué le apetecía? Tenía ganas de oír algo suave, algo que no fuera estridente a sus oídos, algo que la acompañara mientras escribiera aquello que tenía pendiente, mientras rellenara esas hojas color hueso que dormían su sueño sobre el tablero del escritorio. Se decantó por un poco de jazz vocal, de esas mujeres de voz rota y alma desgarrada, algunas de ellas anónimas para el gran público pero diosas vestales de los amantes del tremendismo llevado a la música.

A la par que sonaba aquel eco de lamentos negros, comenzó a escribir en las hojas que esperaban, aún vírgenes, la mancilla en forma de palabra. Cualquiera que la observara desde fuera de la casa, o incluso dentro de ella, pero agazapado para que la mujer no le descubriera, podría ver cómo de vez en cuando la mujer paraba, levantaba la cabeza y cerraba los ojos, sólo unos segundos, pero los suficientes como para infundirse de inspiración. Le faltaba la palabra exacta, el signo preciso, quería todo y tenía nada... o al menos poco. En esos instantes, parecía que a la mujer le faltaba el aire, pues a la par que se desentendía del mundo negándole su triste mirada, cogía aire con tanta fuerza que cualquiera -incluso aquel que le observaba, intruso, a través de la ventana o escondido en un rincón- diría que quería quedarse con todo, hasta con el último átomo de la última molécula de la última partícula del universo, que no tendría nariz ni pulmones ni bronquios ni bronquiolos suficientes para acaparar ese aire con el cual parecía retener toda la inspiración posible. Tomar aire así, intensamente y con los ojos cerrados, le ayudaba a concentrarse, y era una técnica tan antigua como eficaz. Por eso nunca dejó de hacerla. Ni aun en sus horas más bajas dejó de escribir, y ahora tampoco iba a hacerlo, ahora que esas hojas tenían que llegar a su destino, esas frases a alguien que las esperaba.

Querido Manuel:


Hace ya tres años y cinco meses que te fuiste. Nunca me enseñaron a esperar. Fui una niña rica y todo lo tenía. Todo lo tuve pero jamás lo tendré todo, pues me faltas tú. Te echo de menos en mi salón, en mi baño, en mi alcoba, en mi cama. Tu perfume se va diluyendo, y la vieja táctica de rociar la almohada con él no me vale, pues como sabes cada persona es un mundo, y el perfume que en una huele de una manera, se intensifica o se pierde en otra persona igualmente. Por eso jamás olerá igual  la almohada las veces que le echo tu perfume, a como olía cuando te levantabas de la cama y yo aspiraba hasta la última caricia volátil de ti. Me encantaba que me mimaras, que me acariciaras, que me sonrieras, pero ¡cuánto me gustaba olerte y yo oler a ti! Se mezclaban la vainilla y el ámbar y esa conjunción hacía que me desarmara, que mi fuerza se escapara por mis dedos, y que yo, rendida a ti, fuera como el pájaro que languidece en la jaula. 


Ahora que me faltas, no sé vivir sin ti. Tu olor, como te decía, se va diluyendo en el tiempo, y aunque no quiero que lo haga en el recuerdo, poco puedo hacer por evitarlo. Ahora, cuando salga de casa, iré a verte. Te dejaré estas hojas en una cajita de ámbar que compré y aquellas, pobres tontas, aguardarán a que las leas algún día, cuando tú y yo sabemos que eso es imposible. Pero saber eso no me detiene, porque entonces no te escribiría nada. Me limitaría a ver tu retrato y, mientras suspirara, sólo murmuraría bajito: "Feliz Navidad, Manuel".


Sin embargo, prefiero terminar estas letras, guardar las hojas color hueso en la cajita de ámbar que compré y salir para el cementerio antes de que cierren. Hoy echan el cerrojo antes, Manuel, porque es Nochebuena. Así que, querido amante, amante estúpido y tonto por haber sucumbido a los cantos de ese dios loco llamado suicidio, pero amante maravilloso y extraordinario, nada más y nada menos, entre otras cualidades, por ser  amante mío, salgo ahora para dejar esto a los pies de tu tumba.



Feliz Navidad, Manuel.

Te quiere, Rosa.


La mujer dobló con mimo las hojas y las depositó, efectivamente, en una cajita con tapa de ámbar. Miró el reloj de la pared y comenzó a apurarse. No podía distraerse más de lo necesario porque ya iban a dar las cuatro, y el día de Nochebuena cerraban el cementerio antes de lo habitual. Echó un rápido vistazo mental a lo que había escrito para ver si se le había olvidado algo, y constató que no, que todo iba bien. Cogió su abrigo y el bolso y metió en él la cajita, aquella que guardaba las esencias más absolutas de un amor y un deseo que jamás iban a volver a materializarse. De nuevo, otra Navidad sin Manuel.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Voluntad de ser frágil




Soy frágil porque me obligas a serlo.
Aunque en tus brazos me siento diosa,
porque en tus ojos se adivina el deseo.
Y al tocarme,
el cuero de mi piel se vuelve seda,
y, al sentirme niña,
la vida vuelve a su regreso,
principio de todo,
final de nada,
estallido de luces,
bengala apagada.
Soy frágil porque me gusta serlo.
(Abandonarme, siempre,
nunca sentirme abandonada.)
Desear por una vez no ser fuerte,
que me arropes, que me tientes,
que al tocarme, me transforme
y sea hada, antes mujer fuerte.
Soy frágil porque hoy toca ser frágil.
Quebradiza, de luna hecha,
de cristales, de vidrieras,
de alegres cantos infantiles,
de nanas y cuentos de vieja.
Soy frágil porque así lo quiero,
embotada de luchar,
ahora turbión de lasitud,
ahora embridada en ti, mi cielo.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Un refugio azul





Sólo unas palabras para recomendar desde aquí el magnífico, extraordinario blog de mi amigo Dr. Krapp (bueno, uno de los blogs, ya que, como esta loca que les escribe, tiene el valor de llevar dos bitácoras para adelante): se trata de Sinfonía Azul, una maravilla hecha blog y que no precisa aquí más palabras de las justas. No porque no las merezca, ni mucho menos, sino porque contiene tanta magia en su interior que, como los buenos trucos, no se ha de desvelar su contenido, sino ir pasando de una entrada a otra para disfrutar del terciopelo de las voces, del intimismo de las melodías, de la energía del jazz improvisado, de la alegría del reencuentro con viejas glorias que anidaban en un rincón de nuestro recuerdo y que vuelven de nuevo a nuestra vida a través de las historias y los vídeos que nos muestra el Doctorcito que más sabe de música: el que, si fuera médico de verdad, recetaría la desgarradora Strange Fruit en lugar de las saludables naranjas, o Espérame en el cielo para los dolores de corazón en vez de Cafinitrina.

Desde aquí, invito a todos aquellos que quieran sentir, vivir, tocar la música con la punta de los dedos y la fibra del corazón, a sumergirse en un mar de jazz, boleros, swing y demás música para refugiarse en Sinfonía Azul.

Va por usted, Doctorcito:


miércoles, 2 de diciembre de 2009

Necrológica




Este amor ha muerto.

Murió en el instante
en que, sobrecogida,
me di cuenta de que sólo lanzaba besos al aire.

Murió en el momento
en que, desencantada,
deseé no perderme más en la senda de tu cuerpo.

Murió en el segundo
en que, enloquecida,
decidí encararme yo toda al mundo.

No le llores más:
Este amor ha muerto.

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