lunes, 20 de agosto de 2007
Dos hermanas de 97 y 111 años de edad se reúnen tras más de seis décadas sin verse (El País digital, 19-08-2007)
Almería, 1939. La guerra civil acababa de terminar y las circunstancias de la vida habían hecho que Pepa, la mayor, de mirada limpia y clara, y Antonia, la menor aunque de mayor envergadura, y mirada transparente y prístina, se separaran. La guerra había traído, aparte de muertos y destrucción, este tipo de sinsabores: familias fragmentadas, maquis en los montes, niños que iban a un país grande y frío mientras sus padres ocultaban el rostro bañado en lágrimas, hombres y mujeres exiliados, cientos de presos soportando torturas, cárceles y fusilamientos sólo por defender su ideología.
Ahora, en 1939, esta familia, como tantas otras en España, se desmembraba de mala manera y se veía abocada a vivir con la sombra del recuerdo de Pepa, a la que creían muerta. Años y años y más años con Pepa en la memoria. Ella no estaba, pero no olvidarían jamás su mirada limpia y clara.
Antonia la echaba de menos. No en vano había desaparecido su referente, su punto de apoyo, la hermana que le remendaba las faldas y zurcía calcetines, la hermana que ayudaba a la madre a limpiar lentejas de piedras y bichos -eso si había lentejas, claro-, o la hermana que le lavaba el pelo, mientras el agua caliente con espuma chorreaba de su cabeza al barreño de cinc. Estaba segura de que jamás iba a acostumbrarse a su ausencia, como sabía que nunca olvidaría aquel olor, ese olor de hermana mayor que era un olor especial, único, que nunca había advertido en nadie, ni tan siquiera en su madre, porque las madres tienen un olor tan característico e inconfundible que es único y perfecto en cada una de ellas. El olor de su Pepa era otro, era... fragancia de lavanda y damajuana, de jabón verde escamondando la ropa en la pileta, de patatas cocidas impregnándose en la piel, de unas gotitas de "Joya" de Myrurgia los domingos y días de guardar. Era, en definitiva, olor de hermana mayor.
Años y años sin verse, sin saber la una de la otra, sin rozarse la piel ni contarse secretos, sin acudir a sus bodas respectivas, sin poder revelarse el dulce anuncio de un primer y mutuo embarazo, sin confidencias que sólo las hermanas se hacen. Fueron años de pérdidas, de ausencias, de esbozos de caricias y abrazos que nunca se dieron y siempre debieron regalarse. Años y años que de alguna forma u otra, si Pepa hubiera estado viva, se hubieran aprovechado y vivido en toda su plenitud. Si Pepa viviera...
En agosto de 2007, la familia de la abuela Antonia, de 97 años, se quedó literalmente de piedra cuando supo de la existencia de la abuela Pepa, de 111 años, que no había fallecido como ellos creían y era noticia en la prensa local por su avanzada edad. Se diría que ambas mujeres habían resistido todos los envites de la vida hasta llegar a esos años inauditos sólo con el fin de poder encontrarse, aun a sabiendas de que Pepa estaba muerta. Porque de ello estaban convencidos.
El encuentro de ambas acaba de producirse. Con indisimulado orgullo, rodeadas de hijos, nietos, bisnietos y tataranietos, han hablado sobre todo de éstos, de sus dos enormes familias que han facilitado esta unión mágica, esta comunión de pieles arrugadas, caras ajadas y cuerpos gastados, pero almas llenas de alegría porque no hay nada más bonito que el olor de una hermana mayor. Y si no, que se lo pregunten a la abuela Antonia.
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6 mordiscos a esta cereza:
Ay Belencita hija, que cosa más bonita. He visto la noticia en la televisión, y me ha impresionado. Pero mucho más emocionante narrado por tí. Un besazo sojoía
Lo más llamativo de esta historia es que las dos hermanas vivían a muy pocos kilómetros de distancia.
Hasta me he estremecido. Y acabo de decirlo en mi blog: en las guerras sólo hay perdedores; unos más que otros, pero perdedores.
Gracias a los tres por leer esta historia que anoche mismo escribí, enternecida por la historia, por la circunstancia curiosa -como indica María- de que vivían a escasos kilómetros la una de la otra, pero, sobre todo, por la edad de ambas. Una historia increíble.
Os mando un beso a los tres y gracias por mordisquear las cerezas y guindas de esta cajita cada día.
B.
Soy un lambisqueiro. No lo puedo evitar: el dulce me chifla
¿¿¿Lambisqueiro????
Me parece que eso en mi tierra equivale a "chuchero", je je...
:-)))))))))
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