martes, 21 de agosto de 2007

Alma en penumbra





Alma dijo hace unos meses: "Hace un par de años un forero de otro lugar me invitó a encontrarnos en un hotel.

Él puso una condición: No encenderíamos más luces que las del minibar al abrirse.



Yo puse otra: Él no me tocaría.



El hotel elegido fue el Real de Santander".







Con el permiso de Alma, naturalmente. Alma de luz frente al alma en penumbra.






- Cuando nos veamos, ¿cómo habré de saludarte? ¿Qué haremos? ¿Me darás un beso, un abrazo, simplemente te quedarás mirándome sin hablar?


- No. Ya lo hemos hablado. Si seguimos las reglas, no vamos a vernos; sólo nos adivinaremos.


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El sol entraba a raudales por la ventana. Alma adoraba el sol y por ello se había asegurado de que la tela de sus nuevas cortinas sería lo suficientemente tupida como para que ningún desconocido escarbara en la intimidad de su dormitorio, y lo bastante ligera como para que los rayos la acariciaran tan pronto fueran saliendo de su escondite, al otro lado del horizonte. La mujer se sentía viva con cada reflejo que rebotaba en cristales y aluminios, con cada sensación de tibieza que le iba llegando más y más nítidamente conforme pasaban los minutos. Aún en la cama, se desperezó bostezando, sin necesidad de tapar la boca por educación, ya que no tenía a su lado ningún espectador, y se quedó por un momento descolocada, sin saber qué día era.


Miró el despertador y sonrió con nerviosismo. Había llegado el día. Su ropa, cuidadosamente escogida, dormía aún sobre el galán de noche. Una ducha caliente, reconfortadora y milagrosa, la esperaba, mientras el café hirviente recién servido esperaba turno para ser bebido por la mujer. Alma sintió el jabón, la espuma, las burbujas, recorriendo descarados su cuerpo, un cuerpo que en un par de horas sería acariciado por unas manos desconocidas, nuevas, también descaradas.


Tragó saliva después de haberse bebido el café. Tenía muchos deseos de quedar, pero, a la vez, el miedo ante ese abismo de lo desconocido le estaba provocando un verdadero quebradero de cabeza. ¿Y si él no le gustaba? ¿Y si físicamente no se atraían? ¿Y si no hacía lo correcto? Pero… ¿qué era en realidad lo correcto? ¿Y por qué habría de hacerlo, en todo caso? ¿Por qué no abandonarse al deseo, a ese deseo creciente día a día que iba minando temores y miedos, que adornaba cada día con sus lazos el paquete del regalo transformado en lujuria y que estaba por venir?


Habría de regalárselo aquel con el que compartía confidencias y secretos, risas y tristezas cada día, cada noche, mediante escogidas palabras y dulces frases, cada vez más íntimas. Aquel con el que, finalmente, desechando miedos y aprehendiendo valentía, decidió quedar en el Hotel Real de Santander.


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- Pero… ¿cómo es eso de que vamos a adivinarnos? A veces me hablas de una forma tan críptica, que no entiendo nada.


- Te repito que ya hemos hablado de las reglas. No encenderemos las luces, todo estará a oscuras y sólo nos iluminará la luz del minibar las veces que haga falta que lo abramos… y tú no dejarás que yo te toque. Aunque esto, sinceramente, me va a ser difícil hacerlo.


- De acuerdo. Sí, no nos veremos; mejor... nos adivinaremos.


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Alma esperaba, a oscuras, en la habitación del Hotel Real. Una bellísima construcción de 1917 que había acogido suspiros de amantes y miradas arrebatadoras entre participantes de encuentros de trabajo y viajeros que se habían enamorado de la ciudad.


La mujer echó de menos, de repente, dentro de su nerviosismo, la claridad extrema de su habitación, sus visillos nuevos que dejaban pasar más luz de la que otra persona quizá permitiría. Renegar de esa luz en estas circunstancias tenía su por qué, ya que así lo habían decidido ambos jugadores, pero ello no evitó que la echara de menos. Cerró los ojos, a pesar de lo innecesario de la acción, puesto que no se veía nada. Era de día y fuera la vida no se había detenido: los coches inundaban las calles, las tiendas bullían de gente y los paseos y parques, de viejecitos sentados al sol. Dentro, oscuridad: no precisaba realizar aquel gesto. Pero Alma necesitó por unos instantes de ese repliegue interior. Al cerrar los ojos, se zambullía en sí misma, en lo que estaba a punto de hacer y, sobre todo, en la incertidumbre de lo que se aproximaba por momentos. Su pecho comenzó a latir deprisa y, recordando unas frases subidas de tono que a él le gustaba repetirle cada noche, sintió el deseo arder entre sus muslos. Se desabrochó un botón de la blusa. Le estaba entrando mucho calor. Eso y el nerviosismo, hizo que imperceptibles gotitas perlaran su frente. No podía permitir que él la viera así. Con un pañuelo de papel se las secó cuando cayó en la cuenta de la tontería que acababa de venirle a la cabeza. Como si él pudiera ver esas gotas. Él no vería nada. Nada. Ni ese sudor limpio, ni esos ojos expectantes, ni esas manos temblando ante el abismo, ni ese pecho latiendo desaforado.


Alma notó como la puerta se abría lentamente. La había dejado encajada a la hora convenida, para que el dador de regalo convertido en lujuria no tuviera el más mínimo obstáculo a la hora de entrar, para que ella no tuviera que abrirle con la luz encendida y así romper las reglas ya dispuestas.


Advirtió como entraba un desconocido del que conocía mucho más que bastante más gente que él tenía a su alrededor. Un desconocido al cual nunca había olido pero al que estaba dispuesto a mimar, besar, lamer y acariciar como si fuera lo último que hiciera en su vida.


- Eres tú, ¿verdad? Estoy nerviosa. Tenía muchas ganas de conocerte.


- Sí, soy yo. Yo también lo estoy, no te creas. ¿Estás sentada en la cama? Voy a tientas, espero no tropezar…


Las palabras salían de ambas bocas con la torpeza de un virgen ante una ramera y con la excitación de un naúfrago ante la vista de un barco salvador.


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- Te esperaré sentada en la cama. Habré bajado las persianas, corrido las cortinas, dejaré la puerta entreabierta para que puedas pasar. Sólo tienes que entrar, sin pedir permiso.


- Cuando ya pueda tocarte, será entonces cuando te lo pida, no te preocupes.


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Alma sintió el sonido de una silla arrastrándose y colocándose frente a ella, sentada al borde de la cama. Todo estaba oscuro, pero acechaba un horizonte de deseo y lujuria capaz de eclipsar la luz del sol que tanto amaba la mujer.


El hombre estaba tan cerca que percibía su respiración. Le llegó un agradabilísimo olor. Un perfume masculino preñado de salvia, nerolí, madera de cedro y bergamota, entre otras esencias. A Alma le entraron ganas de comerse a bocados aquella mandarina que intuía dentro de la sinfonía de olores de ese embriagador perfume, pero decidió seguir explorando en la oscuridad. Sus sentidos estaban más agudizados por la insólita negrura a pleno día, cortinas echadas y persianas bajadas. Oía la respiración del hombre, desacompasada probablemente por los nervios de la espera y del deseo envolvente.


Sus manos, largas, cuidadas y finas, desabrochaban lentamente la botonadura de la camisa masculina. Habían hablado de condiciones: él no podría tocarla a ella, pero sí al revés. Comenzó a hacerse dueña de la situación, y tras los dedos apartando ambos flancos de la camisa, siguieron unas manos llenas de premura, acariciando pecho y vellos y rozando pezones de hombre, que se engrosaban a la vez que se destacaban más y más de entre ese adorable monte de vello tibio.


- Espera un segundo, Alma. Espera.


Alma advirtió como su acompañante desconocido hasta hace unos minutos pero que ya empezaba a hacérsele familiar, se levantaba y buscaba a tientas el minibar. Una lucecita de poca potencia pero cegadora en esas inhabituales circunstancias, le bautizó los ojos y logró que, de una vez, pudieran verse. La sorpresa inicial dio paso a la alegría en pocos segundos. El hombre se volvió a sentar.


Hacía un rato que Alma había hundido su cara en el pecho del hombre, envolviéndose de ese olor que la empapaba y arrebataba, y lamía cuello, hombros, torso y abdomen, incluido ombligo, sin ningún orden ni concierto. Sus manos, descaradas y juguetonas, pugnaban por meterse entre la ropa interior del chico y un pubis caliente y vivo. Alma se arrodilló, continuando él sentado en la silla, y tomando el sexo del hombre con su mano, se lo introdujo en la boca para seguir dándole vida. Él estaba loco por poder tocarla, acariciar ese pelo sedoso mientras ella le comía con delectación, tocar su cabeza para cerciorarse, entre tanta negrura, de que Alma existía, de que Alma no era sólo un alma en penumbra.


No pudo más. Le pidió permiso, como un niño pequeño que desea ese pastel de fresa antes del almuerzo e intuye que se lo negarán; permiso para tocarla, permiso para adivinarla con sus dedos, permiso para explorar su orografía de montes escarpados y ríos deliciosos y salinos entre muslos de azúcar. Permiso para poseer un alma encarnada en el cuerpo de una mujer que poco antes era una desconocida y que ahora se había convertido en una cómplice de deseos y suspiros.


Alma, deliciosa alma de cuerpo en penumbra, iluminados ambos amantes con la luz mortecina del mueble bar, naturalmente, se lo concedió. El juego de las reglas, afortunadamente para los dos, había concluido. Pero las luces continuaron apagadas, alimentando ese juego cómplice que había comenzado en la oscuridad y debía concluir indefectiblemente con la tenue luz del minibar iluminando sus cuerpos sudorosos.

9 mordiscos a esta cereza:

Unknown dijo...

De siempre tuvimos miedo a la oscuridad; y sin embargo tú la haces tan adorable...

Anónimo dijo...

hola Belen

Me ha encantado, has dibujado una sombra con tus palabras tan bonita que me hubiera gustado ser penumbra.
Te FELICITO y te inyecto LUZ para que sigas así. Por cierto a quién me gustaria no precisamente darle luz sino oscuridad es a un personaje, digo "personaje", porque no sé muy bien si es VARON O HEMBRA, donde he comprobado en varias ocasiones que le deben gustar los toros porque tiene contigo una fijación de acoso y derribo muy peculiar, tanto que a veces me pregunto si ese seguimiento ( me remito a " Qué lástima" y "La Dama descalza" entre otros), no es sino una serie de carencias.

por ejemplo:

1.- Envidia de que se cree que lo haria mejor el susodicho/a.

2.- Celos por querer tener un Blogs y lo que es más importante el afecto de la mayoria de las personas que lo leen.

3.- Impotencia de no estar a su altura, aunque eso sí.......para dar clases de gramática y ortografia si que sirve (servirá solo para eso? )

4.- Profesión frustada de la susodicha/o?

A mi me da igual que me rectifiques.....anotes, sensures o criquites.....yo no estudié en un colegio de pago........como tú, tan solo te diré que debias de tener más HUMILDAD y VALORAR no tan NEGATIVAMENTE a las personas que dan parte de su vida en agradar y alegrar los corazones de los demás. Y por cierto si el Blogs es ESTUPIDO, que hace una mente tan MARAVILLOSA perdiendo el tiempo en estos menesteres, jajaja.

Desde aqui me solidarizo con Belen y os invito a darle ese apoyo que tanto sabeis que le gusta y os lo agradece ( eso va para todos menos para ti)

Buen Fin de semana

Belén Peralta dijo...

Corsario, muchas gracias por tus palabras, son tan bonitas... Gracias por acompañarme en este trocito de mí.



Vaya, J., ¡qué alegría verte por aquí!

Bah, ni caso. Sólo me preocupo de que escribir me siga dando las satisfacciones que me aporta, y de que a mis amigos de verdad les guste el blog y se sientan como en casa.

Ayyy mi J... Vaya sorpresa...

:-))

Anónimo dijo...

Y por si alguien tiene alguna duda....se hace conocer Anónimo

Belén Peralta dijo...

Anda, estamos sincronizados, J., jajaja, hemos colgado el mensaje a la vez... :-)))

Unknown dijo...

Alguna vez he leído por aquí a ese anónimo (no tan anónimo según creo) y es lo que tiene la gente vacía: no son capaces de hacer nada constructivo. Eso si que es triste

Kissman: ¿Tú crees que teniendo Belen los pilares que tiene para sostenerse y tantos hombros en los que apoyarse,la van a derribar con tan poca cosa?

Ignora a quien sólo pretende llamar la atención y presta atención al que camina con humildad. Se aprende mucho de esta manera.

Belén Peralta dijo...

Corsario, no sabes cuánto agradezco tus palabras. Sí he de decirte que claro que me sienta mal que alguien me descalifique de esa manera sin yo haberle hecho nada.

Una cosa es admitir críticas, que por supuesto lo hago, y otra es tener que aguantar mentiras y descalificaciones de esa talla.

Me han comentado algunos amigos que, como hacen otros en sus blogs, no se permita la entrada de mensajes anónimos o restrinja la entrada a lectores invitados.

Ya lo dije el primer día, cuando abrí este blog, este trocito de mí: no pienso hacer ni una cosa ni la otra. Al menos, no tengo esa intención.

Gracias por apoyarme porque Corsario, a veces los pilares, por muy fuertes que tengan los cimientos, tienden a tambalearse.

Y dejemos el tema, por favor, no le demos más importancia. Gracias.

Bicos y apertas.

B.

woodyalle dijo...

Acabo de descubrirte, guinda, y todavía tengo entrecortada la respiración desde que he leído tu relato. Enhorabuena por hacer luz del misterio, por acariciar las palabras con dulzura lujuriosa...

Belén Peralta dijo...

Un nuevo visitante de esta casa siempre será bienvenido. Gracias, gracias de verdad por tu comentario.

No te imaginas la alegría que me da leerte. Si te ha gustado este relato, me encantaría que leyeras otros que he ido colgando anteriormente.

Me gustaría muchísimo que comentaras lo que te apeteciera.

Por supuesto, me pasaré por tus blogs, todo tiene muy buena pinta...

B.

PD: A mí también me encanta Woody Allen... ;-))))

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