sábado, 18 de agosto de 2007
De rojo sangre, de rojo se tiñó el cielo -y el suelo- de Cádiz hoy día 18 de agosto hace justamente 60 años. Sesenta años desde que sobrevino el horror, desde que unas malditas minas almacenadas en un polvorín militar explotaron y arrasaron con gran parte de Cádiz. Los magníficos brazos de piedra ostionera de las Puertas de Tierra frenaron la onda expansiva e impidieron que el daño fuera mucho mayor, ya que no llegó al casco antiguo.
Las cifras hablan de unos 150 muertos oficiales, pero las gentes de Cádiz, aquellos que sacaban cadáveres y más cadáveres de carros teñidos de rojo sangre, aquellos que veían cuerpos y más cuerpos mutilados adocenados en el cementerio de San José, aquellos que, sin tiempo para sentir asco, veían brazos y piernas, despojos teñidos también de rojo sangre entre hierros y cascotes, aseguran que los muertos fueron muchísimos más. La censura de la época obligó a callar y recortó fatales cifras de fallecidos, entre ellos, numerosos chiquillos, bebés y niños muy pequeños de la Casa Cuna, que voló. Las monjas que fallecieron en la explosión tomaron de la manita a aquellas criaturas que vieron cercenadas sus vidas prácticamente cuando empezaban a arrancar y fueron juntos quién sabe dónde, quizás al cielo.
Tuvieron que pasar cincuenta años para que las autoridades dieran su aplauso y encumbraran la magnífica labor del Capitán de Corbeta Pery Junquera, que, junto a un puñado de valientes marineros, evitó una segunda explosión que, esta sí, hubiera arrasado con Cádiz entero. En los años precedentes, el silencio. No convenía mover el asunto, había que pasar de puntillas.
Acabo de venir del concierto homenaje que se les ha rendido a las víctimas de esta explosión. La explosión de la base de defensas submarinas del 18 de agosto de 1947, que, incomprensiblemente, estaba dentro del núcleo urbano. La explosión, a secas, para los gaditanos. No necesita más apellidos, ni más epítetos. La explosión que tiñó de rojo sangre el cielo de Cádiz -el resplandor se vio en Huelva- y el suelo de mi ciudad, con cientos de cadáveres de personas inocentes que se disponían a vivir una noche más de agosto, pero no lo lograron.
Quizá por ello, porque acabo de venir de este magnífico concierto de Turina y Mozart, esta entrada no quedará registrada, como pretendía, el día 18, sino ya el 19. Qué más da, no lo sé. Seguro que a esas personas mayores de 60 años que han asistido, emocionadas, como yo, a este evento, y que vivieron aquellos momentos de pánico, les da igual que esa explosión hubiera tenido lugar un día un otro. Lo importante es que fue un hecho horroroso que logró herir en lo más hondo a una ciudad pequeñita, coqueta, y que aquella aciaga noche se tiñó de rojo sangre.
Si fue fatalidad, como expuso la versión oficial, o sabotaje, como muchos gaditanos piensan, eso quedará para siempre en el aire...
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13 mordiscos a esta cereza:
Desconocia esa historia, Guinda y hacen muy bien sus paisanos en recordarla. Supongo que pertenece a ese terrotorio secreto y oscuro del franquismo tapado por el miedo, la cobardía y la represión durante tantos años. A ese mismo territorio oscuro pertenece la represión feroz y cruel de la postguerra y me hacen gracia todos esos hipócritas mentecatos que no quieren que recordemos todo lo que ocurrió en aquellos años de atrocidades sin límite.
No te lo he contado, pero ayer tuve un día muy especial. Un día en el que no podía dejar de llorar pensando en aquel que me dió la vida, en aquel que me falta hace ya 5 años. Ayer, como bien cuentas, hizo 60 años de la explosión. Y aunque cada metro cuadrado de Cádiz me recuerda a mi padre, ayer, especialmente todo me lo traía a la mente una y otra vez. Aquél fatídico día, mi padre y su hermano, mi tío José María, desoyendo las advertencias de su madre, mi abuela Dolores, mujer viñera, de roete todavía negro (yo la recuerdo con el pelo totalmente gris), se fueron al Cómico, ese cine donde los viejos gaditanos niños entonces, vieron tantas y tantas películas de indios malos y vaqueros buenos. Cómo te decía, mi padre y mi tío estaban en el cine cuando oyeron y sintieron como el mundo se les caía encima. Entre los gritos y las carreras, dejaron en la gran pantalla solito a "yon vaine", y al salir a la calle, vieron el cielo color sangre, y todo Cádiz gritando y corriendo despavorida. Mi padre, que entonces contaba 11 años, cogió de la mano a su hermano pequeño, y corrieron a casa, en la calle San Félix del barrio de la Viña. Cuando llegaron, todo el mundo les gritaba que fueran hacia la playa, que no se quedaran allí, pero ellos tenían que buscar a su madre que tenía que estar buscándolos. Efectivamente, allí estaba Dolores, gritando sus nombre en medio de la calle, como una loca. Cuando los vió, lejos de abrazarlos....les dió la mayor paliza de su vida, mientras lloraba y gritaba porque al no encontrarlos, pensó que habían muerto. Entonces, Dolores abrió la puerta de lo que había sido un pozo, seco ahora, inutilizado, y a trompicones se metieron ella, su marido Rafael (por el cual yo llevo su nombre, aunque no llegué a conocerlo), y sus 3 soles, 2 de ellos aturdidos, no solo por la explosión, sino por los cachetazos que les había propinado Dolores.
Allí estuvieron varias horas, pensando que era mejor estar bajo tierra, que a la intemperie.
Mi padre me contó, que jamás volvió a ver a uno de sus amigos, compañero de correrías y de "zambullás" en el Puente Canal. Al parecer, la explosión le cogió cerca de la casa cuna, con su caña del país y su cesto de mojarritas vivas...
Ayer, todo me recordaba a mi padre. Y sentada en la calle La Palma, frente a una caballa caletera, la gente de mi alrededor me miraba curiosa, imagino que preguntándose que tendría esa caballa que hacía que derramara mis lágrimas sobre ella.
Mi homenaje a todas esas personas que fallecieron ese fatídico día, y mi recuerdo, mi añoranza y todo mi amor, a tí, Antonio, mi padre.
Se me olvidaba. A los pocos días de la tragedia, ocurrió un hecho en España, muuuuucho mas importante que lo que aconteció en Cádiz aquella noche del 18 de Agosto. Tan importante, que sirvió para que España, no supiera del alcance de la tragedia, y nuestra historia, nuestros muertos, nuestra pobrecita Cádiz, más cerca por lo visto de Marruecos que del resto de España, quedara en casi una anécdota. Ese hecho tan importante para la historia de este país, que llenó miles de páginas de los diarios de entonces fue.....la muerte de Manolete. Así de triste...
Doctor, por un lado me ha sorprendido que usted, una persona a la que admiro por su dominio de tantos temas, desconociera este capítulo aciago de mi preciosa ciudad. Pero, por otro lado, su desconocimiento confirma precisamente lo que usted supone y que Falyta también afirma en su último mensaje: que este hecho fue silenciado por la cobardía franquista, y solapado pocos días después con la muerte de Manolete, por aquel entonces todo un mito de la España cañí y olé.
Mis padres contaban catorce años cuando sucedió este hecho atroz. Mi padre estaba en el cine de verano Delicias, y mi madre, en el que estaba instalado en la ya derribada -afortunadamente- plaza de toros de Cádiz. Ambos, como los padres de Falyta, corrieron hacia la playa y salvaron su vida, así como ocurrió con la de toda la familia de ambos, e, invariablemente, como un ritual, cada 18 de agosto, recordaban, como recuerdan tantos gaditanos: "Hoy hace equis años de la explosión". Y también invariablemente después, tras una descripción de aquella noche de terror, aparecía la inevitable coletilla: "Claro, a los pocos días murió Manolete y ya nadie se acordó de nosotros". Eso era así año tras año, pero jamás me cansé de oírlo narrar.
Esa era la queja del pueblo, de aquellos que tuvieron que soportar cifras ridículas de muertos y heridos, datos ocultos, nombres silenciados -como los de tantísimos bebés que volaron con la Casa Cuna, pequeños expósitos, ¿quién los reclamaría? ¿quién los identificaría, -si es que quedaban cuerpecillos enteros- tras la deflagración?
Mi madre vivía por aquel entonces en "la calle del cementerio", es decir, la calle Arcángel San Miguel, que desembocaba en el Cementerio de San José. Ella recuerda con horror los carros y carros repletos de cadáveres. "Es imposible que fueran sólo 150, imposible, imposible"...
¿Cuántos fueron realmente? Jamás se sabrá, pienso, aunque tanto aquellos que vivieron la tragedia que asoló Cádiz como los que dieron su vida inocentemente esa noche de rojo sangre bien se merecerían que saliera la verdad algún día.
Sea por ellos.
A todo esto... no te he dicho, Falyta, que te quiero. Yo también echo de menos a Antonio.
Bueno, en realidad no hace falta ni que lo ponga, joía. Lo sabes.
Buenas noches Guinda, buenas noches gaditanos teñidos de sangre y lágrimas rojas un acíago día ahora hace 60 años.
Guinda, tus cerezas, rojas ellas, dulces, fuertes, sabrosas, tiernas, tiñen con su color, rojo, el rojo sabor de las lágrimas antaño vertidas.
un beso fuerte.
Querida guinda,
Permiteme la osadía de escribir aqui pues aunque no me conoces hace ya tiempo que leo apasionada tus historias, pero la de hoy me ha sobrecogido.
Soy una enamorada de tu ciudad y especialmente de tu provincia. Llevo años estudiando e interesándome por la historia de España. Este relato lo conocía pero me ha encantado la historia de tus padres y de los de falyta.
Mi gratitud por la experiencia familiar compartida
En el país del: aquí no pasa nada (pero sucede de todo)esta en nuestras manos el condenar estos genocidios -Pues sea por negligencia, imprudencia o lo que sea, son genocidios- y condenar también a los responsables; que seguro que algunos aún viven, buitres de una sociedad a la que maltrataron y torturaron, y que como cada día desde que la memoria les da, siguen emborrachándose en cualquier bar como buenos militares chusqueros.
Mis queridos Embolic, María y Corsario... Qué alegría veros por mi casa que ya sabéis es la vuestra.
Embolic: Gracias por ese comentario tan sentido y por tus ánimos hacia mis paisanos, que jamás olvidarán esta tragedia.
María: Tus visitas en mi blog no suponen ninguna osadía. Me encanta que se entre, que se colabore, que se comente. Quería darte las gracias por tus palabras hacia mis historias. Gracias de verdad. Y por supuesto, me alegra haberte acercado, junto con los comentarios de mi Falyta, el lado más humano y más cercano de la explosión. Hay tantas historias aún por contar... Si navegas por internet encontrarás más testimonios de gente que entonces eran unos críos y también cuentan lo que vivieron y cómo lo vivieron. Fue una tragedia que conmocionó a mi ciudad no ya sólo por el número de fallecidos, sino porque había que construir deprisa y corriendo todo aquello que estaba destruido, y eso favoreció una disposición caótica de parte de la ciudad, no dando tiempo a planificar un plan urbano más racional.
María, me encantaría verte más por aquí, en esta cajita de cerezas y guindas...
Corsario, sí, por desgracia aunque España entera se solidarizó con Cádiz, a los pocos días la otra noticia solapó a nuestros muertos. Ignoro si, como supones, vivirá aún alguno de aquellos responsables. Lo que sí sabemos es que, aunque vayan llegando nuevas generaciones de gaditanos y despidiéndose las de los que la vivieron, el recuerdo de esa terrible explosión perdurará en nuestra memoria, en la de todos, para siempre.
Las buenas personas nunca mueren del todo: sólo sus cuerpos se van. Sus almas perduran entre nosotros.
En eso te doy totalmente la razón. Siempre queda un hueco, un rincón, para las buenas personas.
De lo que hemos contado Falyta y yo, ya quedan pocos vivos. Pero el resto sigue estándolo en nuestra memoria.
Un argumento más sobre la saña del franquismo y el absoluto silencio que hasta ahora mismo se ha tenido sobre estos temas. En el último congreso de historiadores de la represión franquista se calcula que el número de muertos en Galicia en lo que podriamos llamar la retaguardia y solo en el período 1936-1939 alcanza la cifra de 8.000 personas. Si calculamos además la represión en la postguerra la cifra pasaría de los 16.000 asesinatos en una población inferior a 2 millones de personas. Uno de los sectores más afectados, y ésto va por Corsario, fue sin duda el de gente relacionada con el mar, en especial pescadores y marineros de la mercante
Fíjese doctor que en mi pueblo adoraban a Franco y aún los mas ancianos lo hacen. Éramos sus niños mimados y nunca oí de que hubiese un sólo abuso por parte de la benemerita. Dicen que cuando venía (que al parecer venía bastante) se permitía el andar sin escolta. Yo diría que estaba enamorado de este pueblo, pues no eran normales el mimo y el cuidado con el que nos trataba.
Pero eso, que yo sepa, sólo pasaba en La Guardia.
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