martes, 24 de julio de 2007
La tarde cae, oscureciendo con su luz tenue los árboles, los edificios, los coches, la gente, sus sentimientos. Pasos apresurados, alas en los pies, fina lluvia que apenas moja pero que cala en los corazones, muchos de ellos solitarios, anhelantes, deseosos de otro corazón gemelo al cual buscar en los cuerpos anónimos que se cruzan sin decir palabra. Vas hacia la estación de tren, con interrogantes que aún están por despejar, y que quisieras que hubieran sido ya resueltas, aunque tu corazón revuelto te pide aún un poco más de misterio.
La conoces, su imagen te ha acompañado, diríase que perseguido, durante noches y días, entre palabras reflexivas y dulces declaraciones de amor imposible. Ahora falta muy poco para verla, para ratificar lo que ya intuyes, o mejor aún, lo que quisieras que fuera verdad. Una foto no sirve de mucho si luego la imagen no acompaña, si esos labios de papel, brillantes y perlados, en la realidad no transmiten vida, calor, humedad. Tampoco vale de mucho si esos pechos de arropía y miel resultan ser vacíos como una fuente seca, como aquel manantial del que sólo manara un chorrito débil e inútil. Una foto es inane cuando se espera tanto de ella que no logra ser superada por la realidad, por esa silueta tangible, por esa cara que se transforma en líneas suaves y de piel cálida y tibia, pero sin revelar nada que ilusione tanto como el encuentro virtual de noches y noches.
Sabes que es alta, sabes que es una mujer de ostentosa presencia, pero hasta que no la tengas frente a frente no calibrarás del todo su tamaño, la forma de su cuerpo, tantas veces idealizado y tantas veces, a su vez, denostado por ella misma. No quiere decepcionarte, y, probablemente no lo haga, porque, si así fuera, la fuerza de su charla, de su más que ponderada elocuencia, te arrebataría, te ganaría como el deseo logra su victoria frente al amante, y éste llega al orgasmo delicioso, en una dulce batalla entre el quiero y no debo. O al menos, no debiera durante mucho tiempo, todo sea para procurar más placer al otro.
La espera se hace infinita, los nervios te atenazan, al igual que a ella, con la diferencia de que le acompaña el run run armonioso del tren, y no se siente tan sola. A ti, sólo te acompañan el deseo y esas ganas locas de un beso en esos labios tantas veces soñados y mil deseados, esa boca jugosa y dispuesta a transportarte a los paraísos perdidos y nunca hallados.
La lluvia continúa cayendo, persistente, y moja acerado y adoquines. Sigue empapando corazones solitarios. Y entre ellos, el tuyo, que, acelerado, nota el traqueteo cercano del tren. Éste se para a tu altura, dejando a tu alcance un sueño anhelado y querido, golosamente deseado y mil veces pedido en los vaivenes de tus pensamientos más recónditos.
Ahora ella está aquí. No la ves aún, porque no se ha bajado del vagón. Pero intuyes su presencia, y la hueles a distancia, la notas y sabes que trae, impregnada, la esencia más pura del deseo y del amor. Llegó el momento. Vuestro momento.
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4 mordiscos a esta cereza:
y cuanto he deseado que llegado ese momento se cumplieran mis sueños,pero la realidad siempre ha sido bien distinta
Ay... qué lástima cuando el anhelo y la realidad chocan porque no tienen demasiado que ver y habíamos puesto demasiadas expectativas...
Pero no desesperes porque seguro que algún día se cumplen todos tus sueños. Seguro. Yo estoy convencida de que a mí me pasará igual.
Un beso,
B.
¿Y esto? no deberia titularse NUESTRO MOMENTO. :)
Anónimo:
¿¿¿¿????
No, se llama Vuestro momento; así lo decidí desde que lo escribiera hace ya unos años, y así seguirá llamándose, porque es el momento de los dos protagonistas de la historia y alguien narra ese encuentro...
Un abrazo.
B.
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