sábado, 21 de julio de 2007

En la playa


Hoy he ido a la playa.


Para alguien de Cádiz, y más aún si tiene el mar, y la playa, a diez minutos de su casa, eso no es noticia. Para mí, que últimamente salgo tan poco de mi casa como un caracol de la suya, sí que lo es. Bueno, salgo como es lógico para ir al trabajo, o para ir a casa de mi madre a cuidarla, o, siendo prosaicos, a comprar el pan u otras cosillas de comé. Pero últimamente como que no le encuentro el gusto a demasiadas cosas, y, entre ellas, a salir. Y, entre estas últimas, a ir a la playa. Y eso, en un paraíso maravilloso que es Cádiz, donde estamos rodeados de mar en un 95 por ciento (la estadística es mía, y, por tanto, no muy fiable, pero creo que no se aleja mucho de la realidad), eso, digo, de no ir a la playa y beneficiarse de todo lo que ofrece, es imperdonable.


Empezando por su fina arena, continuando por los servicios que presta y su limpieza, y terminando por ese cielo transparente y maravillosamente prístino y luminoso... Dicen de Cádiz que tiene una luz especial que no se encuentra en otro punto de España, tanto por ser una ciudad poco contaminada, como por su especial situación geográfica, puerta de dos continentes y enclave que le ha servido desde siempre para ser considerada un punto estratégico, clave para el comercio marítimo y las batallas navales contra los ingleses.


Pero, quedándome con todo eso como hago, me quedo particularmente con su mar. Ese mar bravo aun estando calmo, ese mar magnífico, que no es peligroso -aunque nunca hay que perderle el respeto, lógicamente-, un mar lleno de olas de espuma al que me apasiona oír. Es una de mis músicas preferidas: aunque me lleve mi mp3 a la playa, incluso pilas de repuesto por si se me agota la que estoy usando, nunca lo pongo, porque la maravilla del run run de las olas solapa el deseo de oír a Vivaldi o la última de Snow Patrol.


El mar... ese mar maravilloso, hermoso, que siempre me ha acompañado desde que tengo uso de razón y en el que me he dado besos, he jugado y nadado con mis hijos, o he suspirado por unos ojos verdes donde ese mar se reflejaba, cuando, paradójicamente, la relación estaba ya más que acabada y muerta. El mar de mi Cádiz chiquito que tanto me gusta.

2 mordiscos a esta cereza:

Doctor Krapp dijo...

La duda me corroe ¿la playa de la Victoria o la Caleta? Supongo que se referirá a la primera como suelen hacer todos los gaditanos, aunque ese algo especial que tiene La Caleta... Esta siendo más chica, tiene dos castillos que le sirven de guardaespaldas ya que la muy ladina sabe que si ellos no estuvieran allí, podría ser secuestrada por encargo de algún desaprensivo multimillonario yanki, doblada en varios pliegues y llevada por la cara a algún rancho de Colorado o Wyoming. Pero seguramente se moriría de soledad y tristeza lejos de su amado viento de Levante y de ese maravilloso olor a pescado frito del barrio colindante.

Belén Peralta dijo...

Cómo me conoce, Doctorcito... Sí, acertó bien, la playa de la Victoria, que es la que he conocido desde chiquitita. Fíjese en algo curioso: sólo he ido una vez en toda mi vida a la Caleta, y mire si soy gaditana por los cuatro costados, y de hecho mi padre nació a pocos metros de esa playa... Pero mi Victoria es mi Victoria y ahí es donde voy siempre que puedo. Me cae a unos diez minutos andando desde mi casa, así que fíjese. La tengo al alcance de mi mano.

Y la Caleta... claro que sí, que está custodiada por esas dos bellezas, el Castillo de Santa Catalina y el de San Sebastián, y si se la llevaran de Cádiz, como bien dice, se moriría de pena sin su Levante y sin ese olor riquísimo del pescaíto frito...al que está usted invitado, y lo sabe.

Se nota que le gusta Cádiz, doctorcito. :-)))

Un beso de salitre y espuma,

B.

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