lunes, 27 de octubre de 2008

Rutka






"El cerco a nosotros se hace más estrecho." (Rutka Laskier, judía, 1943)

"Hasta entonces, Rutka era simplemente la otra hija de mi padre. El diario me permitió entrar en su mundo, la convirtió en mi auténtica hermana." (Zaheva Laskier, judía, 2007)



Hace unos veinte minutos he terminado de leerme el libro que me dejaron hace un par de días: "El niño con el pijama de rayas", de John Boyne, que como todos ustedes saben se ha convertido en un best seller mundial. Una historia que nació en realidad como un cuento y que al final se ha transformado en una novela corta y en una película, ambas batiendo récords de venta. El libro me ha parecido correcto y supongo que la película estará al mismo nivel. He estado leyendo las críticas en Film Affinity -una de mis páginas favoritas de cine, donde el espectador es el verdadero crítico y quien tiene la última palabra-, y no sé aún si iré o no a verla.

Pero hoy no quería hablarles de este libro, ni de la película, sino de una historia que está ubicada en el mismo contexto, y que ha dado pie a otro libro del que se ha hablado menos, pero del que he leído algunas referencias y párrafos, y del que estoy deseando empaparme.

Todo empieza con la historia de Zahava Laskier, una jovencita que creció como hija única hasta que cumplió los catorce años, una edad decisiva en la que vas dejando atrás muñecas y juegos para irte adentrando poco a poco en la hermosa y a la vez dolorosa experiencia de convertirte poco a poco en adulto. Zahava, a sus tiernos catorce años, en un álbum de fotos que le enseñan, ve en una de las imágenes a una chica que se parece asombrosamente a ella. La pregunta es inevitable: "¿Quién es esa muchacha que se parece tanto a mí?" Es Rutka, su medio hermana, hija de un matrimonio anterior de su padre, le dicen.

Si nos retrotraemos en el tiempo años atrás, descubriremos a la familia de Rutka malviviendo apelotonada en una habitación del gueto de Bedzin (Polonia). Con la terrible perspectiva de ver a su país ocupado por los nazis, y con la espantosa sombra de la "solución final" del "problema judío", la joven Rutka, con catorce años, empieza a escribir un diario el 5 de febrero de 1943. Poco podía imaginarse que, paralelamente, en otro punto de Europa -en este caso Holanda-, otra animosa muchachita alemana, oculta en un desván junto a su familia y a otras personas, también escribía su diario que, se convertiría, con el paso de los años, en uno de los testimonios más estremecedores del holocausto nazi. Se llamaba Anne Frank y falleció unos días antes de la liberación en el campo de Bergen-Belsen, en marzo de 1945.

En el pequeño cuadernito, Rutka plasmaba las impresiones y emociones de todo aquello que estaba acontenciendo y que tanto daño estaba haciendo a su país, a su ciudad, a su familia, a ella misma. Es complicado sin duda ponerse en la piel de esta pequeña mujer que seguro maduró mucho más deprisa que otras niñas de su edad, respirando a través de los poros de su piel ese ambiente terrorífico de destrucción y muerte. Entran verdaderos escalofríos cuando se leen en las mismas hojas, con tan solo unos días de diferencia, las reflexiones terribles sobre el miedo y el pavor a lo que está pasando y a lo que puede llegar a pasar, y a la vez, las frases esperanzadas sobre besos futuros de adolescente. El "He decidido que Janek me bese", se antepone por su sencilla hermosura -por lo que ha de venir-, al espanto de "Cuando veo a un alemán, todo se encoge dentro de mí. No sé si es por miedo u odio", -paradójicamente también por lo que ha de venir-.

La familia Laskier es deportada a Auschwitz en 1943, y por ello el 24 de abril de ese año se interrumpe bruscamente la redacción del diario de Rutka. La chica, sobrada de valor, esconde el pequeño cuaderno en un hueco debajo de las escaleras de casa, tal y como acordó con su amiga católica Stanislawa Sapinska. "Si me pasa algo, ve a buscarlo allí", dicen que le dijo a la fiel compañera de juegos y sueños.

Y así lo hizo Stanislawa durante años, guardando como el más preciado relicario el manuscrito de Rutka y probablemente lo hubiera hecho en silencio hasta su fallecimiento, si no fuera porque el sobrino de la mujer, Szydlowski, un infatigable investigador de la historia de Polonia en la Segunda Guerra Mundial, no hubiera descubierto el impagable documento. "Tienes que publicar esto: el mundo entero se lo merece", expone a su tía. Paralelamente, investiga la pista de la joven polaca hasta que, como en un dramático puzzle, consigue recomponerlo, pieza a pieza. Descubre que toda la familia ha muerto, excepto el padre, Yaakov Laskier. Aquí también la historia es asombrosamente paralela con la de la familia de Anne Frank, pues sólo el padre, Otto, fue capaz de sobrevivir a tal horror, falleciendo en 1980.

Yaakov tenía conocimientos de banca y por ello fue mantenido con vida, para que echara una mano en la conocida como "Operación Bernhardt", que se basaba en acuñar divisas. Una vez que terminó la guerra, resolvió marchar a Israel, pues ya no tenía una familia con la que compartir la alegría del fin de tanto horror, y allí, pasado el tiempo, se casó con la que, con el tiempo, sería la madre de Zahava. Ésta, con el paso de los años, dio a luz una niña a la que, en hermoso y probablemente justo homenaje a su hermana, llamó Ruth.


(El manuscrito se llama "El cuaderno de Rutka" y está editado en España por Suma.)

2 mordiscos a esta cereza:

Belén Peralta dijo...

Con la historia de Rutka quiero comenzar una nueva rama dentro de este árbol maravilloso e increíble que proporciona a la vez cerezas y guindas...

Bajo la etiqueta "Mujeres y hombres que hacen historia", les iré mostrando de vez en cuando historias de hombres y mujeres que considero que, por una o por otra razón, merecen que sus historias sean contadas. Recupero por cierto la historia de otro gran personaje del que hablé hace unos meses, "El hombre elefante", para también incluirlo en este nuevo apartado.

Espero que disfruten con estas historias de personajes reales.

B.

Alma dijo...

Si ya he disfrutado con el homenaje que has hecho del libro, anotado queda, para no perderme el leerlo.


Besos salados

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