martes, 9 de octubre de 2007

Hilvanando felicidad tras el horror


Venciendo finalmente al recelo, permitió que la mano le acariciara. Cerró los ojos y se sumergió en el torbellino de placer de azúcar que tanto anhelaba, porque intuyó que jamás habría sentido nada igual. Si por las noches ni siquiera se tocaba, no era por falta de ganas. El agotamiento y la vergüenza le podían, y prefería cerrar los ojos en un duermevela casto antes de sumergirse en las tinieblas del sueño, a recorrer con dedos trémulos la orografía de su cuerpo, descubriéndolo, casi.


La mano del chico se le antojó un hechizo de mago, una bienhallada sorpresa, un regalo de arropía. Con los ojos cerrados seguía imaginando, intuyendo, celebrando aquel atrevimiento que no osaba desvaír. Se sentía invadida, pero, al contrario de lo sentido en tantas veces infames, en esta ocasión le sorprendió agradablemente la explosión de calor que recorría sus brotes y curvas, sus picos y valles, sus rutas y senderos. Se descubrió a sí misma como un mapa cartográfico, donde al explorarla aquella mano desconocida hasta aquel entonces, aquél cobrara vida y los planos relieves de montes sobre papel tomaran forma, engrandeciéndose, y acrecentándose los ríos salinos que fluían de una sima profunda.


Los ojos de la mujer se resistían a abrirse. Habían sido muchos años de abusos vergonzosos, de calamidades aberrantes, de prácticas innombrables practicadas incluso por gente de su familia. No pensaba abrirlos ahora que la ocasión de disfrutar, desear, explotar, sentir... vivir en una palabra, había llegado finalmente.

0 mordiscos a esta cereza:

Template by:
Free Blog Templates