martes, 11 de septiembre de 2007
Las palabras se me agolpan y no sé muy bien ni por donde empezar.
Acabo de terminar de ver uno de mis programas favoritos, Documentos TV. El reportaje de hoy se llamaba Positivo, negativo, y me ha parecido muy, muy bueno, como prácticamente todos los que se ofrecen en este espacio. Qué buena idea además jugar con el positivo, negativo, del revelado de una fotografía y de los resultados de las pruebas del sida. Y ahora verán por qué lo digo.
Se trataba de un documental sobre la vida de los seropositivos en Angola, y sobre la mirada que de ellos hacen unos adolescentes a los que una fotógrafa española, Rosina Ymzegna, les regala unas cámaras de fotos. El fin es que los chavales, pertrechados de su correspondiente cámara y dos carretes cada uno, uno en color y otro en blanco y negro, ahonden en la realidad de su ciudad, Luanda, y fotografíen tanto a niños, como a mujeres, como a hombres, y entre ellos a sus familias, sus vecinos, sus compañeros de escuela. De esas fotos, se escogerían las mejores, y éstas se expondrían posteriormente en Madrid, en una muestra bajo el hermoso y original epígrafe de FotogrÁfrica. No he visto el nombre escrito pero quiero imaginar que es así. No encuentro otra manera.
El documental, aunque mostraba a todos los chavales que participaban en la iniciativa -creo recordar que eran quince-, se centró especialmente en Faustino, un chico de catorce años. Precisamente la edad que mi hijo Javier cumple hoy, 12 de septiembre. (A estas horas yo rugía, a una hora aproximadamente de parir. Un parto dificílisimo que casi nos costó la vida, por cierto, a ambos).
Me encantó conocer a Faustino, aunque vivamos a tantísimos kilómetros de distancia, aunque él jamás sabrá de mí, aunque él jamás sepa localizar Cádiz en el mapa. Me pareció admirable que desde los diez años decidiera irse de su casa para irse al otro lado de la ciudad, donde están las chabolas, ya que al lado de éstas está la escuela, y así podría estudiar. Su madre es deficiente mental y el padre creo recordar que dijo que falleció de sida. En cualquier caso, le echó coraje a la vida y aun dejando a su madre con la hermana, apostó por su futuro de libros de texto y polvo de tiza, y se fue. Aunque la miseria le corroyera, aunque tuviera que vivir en unos barracones de lata y cartón. Aunque sobreviva comiendo todos los días -él, en edad de crecer- un amarillo puré de harina de maíz. Aunque sólo consiga malvivir con menos de dos euros diarios vendiendo juguetes de lata que fabrica con aerosoles vacíos.
Faustino, con esa asombrosa dignidad de los pobres más pobres, adecentó su chabola de cartón y lata, y estiró trapos, barrió el suelo con unas hojas grandes de palmera y ordenó lo poquito que tenía que ordenar. Quería que todo estuviera limpio y adecentado para cuando acudiera Rosina a darle su primera clase de fotografía. Qué muchacho tan cabal, con la madurez y serenidad que sólo puede aportarte la experiencia de salir a trompicones de los obstáculos que te pone la vida...
Mientras veía complacida las hermosas fotos que hacía Faustino -la hermosa hermosura dentro de la pobreza más paupérrima, valga la doble redundancia-, me dejaba llevar por los datos escalofriantes del reportaje: en el mundo hay cuarenta millones de enfermos de sida, y en África, veintiséis millones. Las campañas de prevención son constantes en Angola donde, afortunadamente, aún la enfermedad no ha causado los estragos que en otros países del continente negro. Pero pasa lo de siempre: los chicos no quieren usar la camisinha porque dicen que pierden sensibilidad en sus relaciones sexuales, y las chicas tampoco quieren utilizarla porque al hacerlo, sus hipotéticas parejas piensan que ellas están enfermas y no quieren propagar la enfermedad si practican sexo. La típica pescadilla que se muerde la cola.
Conocí las vivencias de Carolina, una valiente mujer que es seropositiva pero que ha tenido un bebé precioso sin estar enfermo porque lo tuvo por inseminación artificial y el parto fue por cesárea. A pesar de que sufre el rechazo de muchos convecinos, ella no se calla y denuncia el abandono de las autoridades locales en materia de ayuda contra el sida. Conocí el caso de un pobre enfermo sin nombre, dejado de la mano de mi Dios o del suyo en una especie de residencia para terminales, comido por las moscas y llenito de dolores, esperando pacientemente la muerte. Conocí la historia de Jefeta, que con una dentadura preciosa, sonríe a sus catorce años y dice que de mayor quiere ser abogada. Pequeñas grandes historias que me han conmovido, como lo ha hecho también la de Faustino, que, paradojas de la vida, mientras salía de su chabola de lata y desechos para hacerse un plato de puré de harina de maíz, dejaba atrás, colgado en un cartón a modo de pared, un enorme póster de dos megaestrellas multimillonarias: Ronaldo y Ronaldinho.
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2 mordiscos a esta cereza:
asi es como se conocen las cosas y a la gente...desde dentro desde el punto de vista de alguien que pasa por todo ello...Me gustan esos programas de tv, pero son duros ,muy duros.
Querida Teresa, así es: hasta que no nos metemos en el pellejo del otro que lo pasa verdaderamente mal quizá no llegamos a entenderle verdaderamente. Sin duda, a muchos nos falta un poquito de empatía para con los demás.
Aunque dices que estos programas son duros (y qué duda cabe de que lo son), también son necesarios. Sin ellos, jamás sabríamos de Faustino, o de Carolina... y de tantos otros.
Gracias por pasarte por esta cajita. Te mando un beso.
B.
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