sábado, 31 de mayo de 2008



Acabo de venir con Laura de un concierto en el Gran Teatro Falla. Es el último del ciclo de este año dentro del Festival Manuel de Falla, que este año celebra su vigesimocuarta edición.

Asistimos el sábado pasado a un concierto realmente espectacular de la Praga Camerata, con obras de Mozart, Donizetti, Sibelius, Smetana, Dvorak y Grieg. Toda la ejecución del programa fue brillante, pero si me tengo que quedar con algo, lo haría con la bellísima pieza de Sibelius, el Nocturno Op. 5 para cuerdas, con una interpretación perfecta.

Hoy hemos asistido a un programa realmente singular, sobre todo en su segunda parte. Ha sido un concierto interpretado por la Camerata del Gran Teatro Falla, con el excelente violín solista José María Fernández, a quien ya he tenido la ocasión de disfrutar en otros conciertos -no se lo pierdan si tienen la ocasión-, y bajo la dirección de Tomás Garrido, un hombre que curiosamente empezó en esto de la música en un grupo de música rock, a los catorce años. El epígrafe del concierto era "El poeta y músico Tomás de Iriarte en el Cádiz de la Ilustración".

La primera parte se componía de obras de José Pons y de Mozart, y la segunda, como dije antes, muy singular y original, pues era la puesta en escena de Guzmán el Bueno, escena trágica unipersonal, de Tomás de Iriarte, tanto en textos como en la música. El actor Ramón Langa ha realizado una declamación perfecta de este monólogo, también llamado melólogo, al combinarse la música con la palabra.

Conocía al Ramón Langa actor de cine y televisión y, sobre todo, actor de doblaje, pues su voz es la inconfundible de Bruce Willis y Kevin Costner. Pero hoy he descubierto al magnífico Ramón Langa actor de teatro, ya que su dicción y declamación han sido perfectas. A mí al menos me ha gustado mucho, y a mi hija, también. Y eso que era una obra complicada y yo temí antes de empezar que podía aburrirse, pero me dijo al finalizar que le había gustado mucho.

En definitiva, ha sido una estupenda manera de pasar estas dos noches de sábado, y además, en sitios privilegiados, pues ya en febrero compré las entradas por internet y me hice, para ambos conciertos, con los asientos de en medio en primera fila. Todo un lujo para la vista y los oídos... Música, siempre música.

Mentirijillas piadosas




Sentiría que me dijeras muchas cosas.

Que cuando aquella vez me llevaste el desayuno a la cama,
te encontrabas, en realidad, desganado.
Que cuando comentaste que ese vestido me sentaba tan bien,
tu boca dijo que sí, pero no era tan cierto.
Que cuando te animé a que escaláramos la cima,
deseabas tumbarte en la hierba a ver las nubes.
Que cuando te alegraste de la visita de mis padres,
contabas las horas para que volvieran a su pueblo.

Pero hoy no tengo que sentir nada,
ya que nada de eso hiciste o dijiste,
a pesar de las muchas ganas.
Y no sabes cuánto me alegro ahora
de que tu corazón, en fin, no hablara.

viernes, 30 de mayo de 2008




“Amor constante más allá de la muerte”… Es uno de los versos que conforman uno de los sonetos más bellos de la literatura. Quevedo supo plasmar, con este precioso poema, el amor desesperado, la llama eterna que ni siquiera la muerte podría apagar.

No puedo evitarlo. Cada vez que rememoro la historia de amor y de entrega de Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí, me vienen a la memoria estos versos de Quevedo. Podría recordar alguno de los hermosos versos de Juan Ramón, el hombre que abominaba de la letra g, el poeta que supo hacer de un borriquillo de algodón y ojitos de azabache un símbolo perfecto y bello de la literatura universal, pero me quedo con los de Francisco de Quevedo. Juan Ramón, un marido que quedó desolado de amor cuando el cáncer atenazó hasta la muerte el cuerpo de su amada Zenobia, esposa, amante, secretaria, compañera y amiga.

Hoy, 30 de mayo, día de San Fernando, se cumplen cincuenta años del fallecimiento del Nobel español y andaluz universal. No quería dejar pasar la ocasión de rendirle homenaje con estos bellísimos versos, y el amor constante más allá de la muerte -mucho más allá de la muerte-, que sintió por su fiel Zenobia. Ignoro si los escribió tras su fallecimiento, imagino que sí -quizá mi buen amigo Fermín me pueda ayudar en este trance-. Pero si no fue de esta manera, y lo hizo sólo como muestra de su genialidad, da igual. Es un precioso y triste homenaje que bien pudiera servir para ella y para su amor constante más allá de la muerte...



¡Que goce triste este de hacer todas las cosas como ella las hacía!
Se me torna celeste la mano, me contagio de otra poesía
Y las rosas de olor, que pongo como ella las ponía, exaltan su color;
y los bellos cojínes, que pongo como ella los ponía, florecen sus jardines;
Y si pongo mi mano -como ella la ponía- en el negro piano,
surge como en un piano muy lejano, mas honda la diaria melodía.


¡Que goce triste este de hacer todas las cosas como ella las hacía!
Me inclino a los cristales del balcón, con un gesto de ella
y parece que el pobre corazón no está solo.
Miro al jardín de la tarde, como ella,
y el suspiro y la estrella se funden en romántica armonía.


¡Que goce triste este de hacer todas las cosas como ella las hacía!
Dolorido y con flores, voy, como un héroe de poesía mía.
Por los desiertos corredores que despertaba ella con su blanco paso,
y mis pies son de raso -¡oh! Ausencia hueca y fría!-
y mis pisadas dejan resplandores.


Soy un animal de costumbres: me gusta coger siempre por las mismas calles –aunque esto también se debe a mi nula falta de orientación-, me agrada un cierto orden preestablecido, y aunque me parecen divertidas las sorpresas en un cumpleaños, en general éstas, saliéndose de este ámbito, no me atraen mucho.

Quizá por eso, a pesar de que he escrito en los sitios más inverosímiles, como estaciones de tren –esto lo hice, por motivos laborales, durante más de tres años-, en una oficina frente al muelle, o en un autobús camino a El Puerto de Santa María, me quedo con mi mesa, la cuna de mis desvaríos.

No es una mesa valiosa, “procedente de una herencia”, como muchas veces señalan en sus pomposos reportajes ciertas revistas de decoración. Es una mesa corriente de ordenador, que adquirí junto con otros muchos muebles justo cuando me separé, hace ya casi siete años. Era el mobiliario que a partir de entonces iba a acompañarme en la vida. Pero era el mío, y por eso me gustaba, a pesar de no ser de diseño italiano, precisamente.

La mesa –oscura, maciza, algo basta- en la que tengo mi ordenador, conserva un cierto “desorden ordenado”: la fotografía de mi hija menor, Laura, que luce preciosa en su marquito étnico de negritos y conchas, convive junto a tazas con lápices y bolígrafos, cajitas con gomas, clips y grapas, rotuladores fluorescentes y marcadores de tinta indeleble, y una caja con un batiburrillo de programas del Teatro Falla, entradas de conciertos de música clásica, libretitas con un contenido del que ya ni me acuerdo, y varios papelitos amarillos de post it, de esos en los que anotas cosas para que no se te olviden, y nunca recuerdas que lo tienes anotado, sobre todo cuando te hacen verdaderamente falta. También tengo a la derecha una multifunción, de estas que te escanean, fotocopian e imprimen, todo en uno –una maravilla, oigan-, y dos pequeños altavoces alargados que, a ambos lados del monitor plano, pareciera que lo custodiaran, y con los que me gusta oír alguna cadena especializada en música barroca, de las tantas que hay en internet.

En la parte inferior de la mesa está, a la derecha, la torre del ordenador, y casi a mis pies, un estante con discos vírgenes y otros que ya perdieron la vergüenza hace mucho, mezclándose las grabaciones de películas con música de los más variados estilos. También hay una caja de cuerpo liso y tapa rayada multicolor, que contiene papeles, notas, algunas antiguas columnas publicadas y recortes, y está asimismo el anterior teclado que tuve y que ahora duerme su inutilidad en ese sitio no demasiado destacado.

Enfrente tengo una ventana con unas cortinas de color rosa muy fuerte, casi berenjena. Nunca las descorro porque no tengo por desgracia unas vistas demasiado hermosas: ni el muelle que veía en mi anterior despacho, ni un parque, ni una plaza, y mucho menos el mar, que sería lo que a mí en realidad me gustaría tener como paisaje de fondo. A unos metros de mí se alza un enorme bloque de pisos, tan alto, tan feo y tan amazacotado como el mío. Por eso prefiero tener siempre las cortinas color berenjena corridas: para no deprimirme con el vecino que se asoma en el balcón de enfrente, y que muchas mañanas sale sin camiseta y sin peinar, o con las palomas que, lejos de su imagen romántica e idílica, son mis más rotundas enemigas: verdaderas expertas en el arte de ensuciar los alféizares de mis ventanas con sus desechos.

En cuanto a si sigo algún rito especial, si al escribir de noche, en tranquilidad, cuando ya mis hijos duermen, se le puede llamar un rito, pues sí. Pero no necesito ni un ambiente cargado de humo, puesto que no fumo y no soporto el tabaco, ni un vaso de whisky, ni un adorno especial sobre la mesa, ni nada parecido. Sólo paz y silencio. Ni siquiera el murmullo suave de la música clásica, que tanto me gusta. Lo que necesito y me encanta es el silencio de la noche, que, para en esos momentos, es para mí el mejor de los sonidos.

jueves, 29 de mayo de 2008

Mi derrota, mi victoria





Y me verás derrengada,
desinflándome como un globo;
aunque pretenda ser fuerte,
me persiguen mis demonios.

Esta noche soy tan débil
que apenas puedo retarte,
y me dejo mecer en tu arrullo…
De nuevo -otra vez-, me ganaste.

miércoles, 28 de mayo de 2008






Ven, pasa.

Acomódate en este refugio que te ofrezco,
cálidos muslos que te acogen, amantes.
Deja que la trabazón de tus ruegos
se diluya entre mis piernas,
y la sierpe caliente de tu lengua
envenene sin piedad este fortín.

Me quiero derretir en ti.

Quiero sentir tus labios horadando
como minero laborioso en la cueva.
Que tu boca se convierta en mi invitada,
que el calor me embriague entera,
y que la savia transparente que regalo
te sepa a renovada primavera.

martes, 27 de mayo de 2008

A sabiendas, un olvido





Me miraste y dijiste
que mis ojos eran de obsidiana.
Que mi cintura, tu cueva,
que mi corazón, tu casa,
que mis manos, tu tesoro,
que mi sexo, tu morada.
Me observabas y, complacido,
de tu amante perseguías el arrobo
con palabras encendidas,
con hechizos de piropos.
Que mi cadera, tu playa,
que mis dedos son tus lanzas,
que mis piernas, tus columnas,
que mi pelo, marejada.
Pero olvidaste mi boca,
traviesa guinda madura,
para ti nunca de acíbar,
y sí almibarado fruto,
y también fuente lasciva.

Lo hiciste a sabiendas, lo sé,
para que, enredado en mis versos
siga reclamando, de manera infinita,
el requiebro a mis labios
que no te habré de oir nunca…
y así, suplicártelo, noche a noche,
la más infame y dulce de las torturas.

lunes, 26 de mayo de 2008



Atrápame en tu raíz de árbol poderoso y fuerte.
Permíteme que suba, como savia nueva
por tu tronco leñoso, por tus ramas aún desnudas,
y que me convierta en la hoja ondulante,
en el fruto obsceno del paraíso,
en la guarida y casa del pájaro cantor.

Quiero ser parte de ti,
seguir creciendo a tu sombra,
multiplicar mi presencia
y llenarte de hojas, de frutos, de ramas,
y saciarte con mi savia;
convertirme yo también en árbol,
que los poetas sueñen bajo la copa,
y que el viento y la lluvia me azoten,
que el calor me doblegue,
que la brisa me acoja
y morir contigo cuando llegue el momento,
como si fuéramos los dos
el mismo árbol anciano, pardo y viejo.

domingo, 25 de mayo de 2008

Contradicción







Es muy fácil quererme.
Lo es advertir que los besos son más besos conmigo,
que Julieta, a mi lado, es una novata aprendiza,
y lo es obligar al amor a que yo sea su abanderada.
Es fácil que los poemas ni sepan a poema,
que los sonetos no lleguen a tener catorce,
sino que, asaetados y muertos de amor,
multipliquen sus líneas y se conviertan en versos imposibles.


Y es tan fácil quererme,
dar la espalda al miedo y arriesgarse,
que te pido que apuestes por mí aun temiendo perder,
y que te convenza de que sí, que es fácil quererme,
aunque tú intuyas lo complicado que es,
y, que en el fondo, jamás llegues a saber
que esta súplica que te hago
es porque sé que es muy, muy difícil.
Es muy difícil quererme.

sábado, 24 de mayo de 2008




Me descubriste una tarde de otoño.
Yo leía en mi banco favorito,
mientras las hojas caían
y se antojaban crujientes invitados.
Tú me observabas, yo a ti no.
Me paseaba por las calles de Macondo,
subí al cielo mientras degustaba el chocolate,
adorné mi cuello con pececitos de oro,
sentí el terror ante el pelotón de fusilamiento,
saboreé los pastelitos de Úrsula,
distinguí la ceniza en la frente de los diecisiete.
Pero, como estabas allí,
-aunque yo no te veía-,
era imposible que sintiera
cien años de soledad.
Ni cien, ni tan siquiera uno sólo.

viernes, 23 de mayo de 2008






Raquel se había prometido a sí misma que era la última vez que quedaba con David. Se avergonzaba de su debilidad, de no saber mostrarse a la altura a la que ella consideraba que debía estar y que era la de no volver a caer en la red de ese adulador adorable.

Se duchó y dejó que la espuma resbalara sobre la piel, impregnándose de un suave aroma de aloe vera que la dejó como nueva. Sin usar la toalla, se dejó envolver por el cálido albornoz afelpado y se sentó en el borde de la bañera. Colocando la cabeza boca abajo, a punto de sacudir un fuerte chorro caliente de aire contra su pelo enmarañado, decidió que lo mejor sería ponerse algo de espuma y dejar que se secara sin más.

Faltaban unos cuarenta minutos para la cita. Se vistió con rapidez –tanga de encaje rosa, sujetador de aros, falda gris marengo y blusa blanca- y dejó la tortura de los tacones, como siempre y como era lógico, para el final. Era diestra en el arte de maquillarse en tres minutos como si lo hubiera hecho en quince, y se enjoyó con unos pendientes de plata, una sortija en el índice derecho y su reloj con correa de piel. No le hacía falta más. Ah, sí, el perfume. El perfume, qué tonta. “Sin perfume voy como desnuda”, pensó, mientras se echaba las últimas gotas de aquella esencia que conjuraba atardeceres decadentes en Praga y noches de ensueño en París. “Mierda. Se me ha acabado. Se acabó. Mierda. Mierda”. En ese momento no imaginaba cuán profético iba a resultar su improperio.

El móvil. La cartera –“¿Llevo suelto?”-. La barra de labios. Los pañuelos de papel. Las llaves del coche. Las llaves de la casa. Todo al bolso. El de serraje gris, que costó carísimo y apenas lo había usado hasta entonces.

Raquel bajó corriendo las escaleras, con el alma saliéndosele por la boca, no por la hora, porque sabía que iba bien de tiempo, sino porque era la última cita con David. No le apetecía, no podía, quedar más con él. No porque no le gustara, por supuesto, ya que por el chico hubiera recorrido desnuda el desierto de Atacama o se hubiera comido cruda una cucaracha gigante. Lo que fuera. David era su debilidad, su punto flaco, era aquél por el que sería capaz de cualquier cosa y el que mejor había sabido arrancar suspiros de amante en unos encuentros inolvidables.

“Que no, joder, que no. Que no puede ser. Que esto no puede seguir así. Y mira que me gusta el jodío… Hoy y se acabó. Se acabó”.

A los dos días, David acudió con su novia a los funerales por el alma de Raquel. La policía aún no se explicaba cómo había podido suceder el accidente en una noche clara y un tramo sin curvas ni obstáculos. El informe posterior llegó a la conclusión de que la conductora, distraída sin duda en sus pensamientos, realizó una fatal maniobra.

Ven sin miedo






No temas ni por un instante
descubrir las azucenas de mis pechos,
cálices dulces y tersos;
dos palomas mensajeras
que, lejos de querer volar,
anhelan dormir en tus manos.

No dudes, no vaciles
en pasear en mí con la presión justa,
aquella que me hace estremecer
aun cuando tus manos
no estén presentes,
porque ya sé cómo juegan.

No tengas miedo,
tómame de mi mano,
avanza inexorable como llama,
no temas condenarme
y haz que me diluya
en tu pecho, dulce maraña.

jueves, 22 de mayo de 2008

Hielo y fuego






Amor,
calma esta fiebre que me trae loca,
este calor que en mí arde y mis entrañas devora,
cruel febrícula en mi piel, llama intensa y desoladora,
el fuego vivo que no sé apagar.

No lo dudes y déjame fría; levanta mi piel con tus besos,
sé bloque helado erizando la carne que quieres tomar.
Sé el hielo que esto atenúe, agua gélida que me ha de salvar,
y haz que olvide este fuego infame
que asola mi alma y me hace estallar.

Hasta la muerte




Para ti. Sigue siendo así.


Hasta la muerte.
Y he de quererte hasta la muerte,
porque tu sonrisa me puede,
porque tus ojos me regalan vida
cuando en ellos me reflejo…
aunque sepa que nunca serás de mí.
Hasta la muerte,
y cada palabra que escriba será tuya,
aunque me leas de tarde en tarde,
escondido en las sombras
de un universo gris.
Hasta la muerte,
legionaria de tu pecho,
no me importará no verte:
sé que siempre estás ahí.
Hasta la muerte,
amigo y compañero,
porque sueño con tus manos,
para mí un justo premio.
Hasta la muerte,
rendida y cautiva,
sin ambages ni rodeos,
hasta la muerte.
Hasta la muerte,
hasta la muerte,
hasta la muerte…
te quiero.



La pintura inacabada




Para todas aquellas cuyas caras y cuerpos sirven de lienzo para el horror



Se quedó admirado del lienzo que estaba pintando. Una golosa sinfonía de frutos rojos orlaba aquella tela. Morado fuerte de arándano, rosa chillón de frambuesa, rojo punzante de fresa...

Él estaba orgulloso de su obra. Triunfante, henchido.

Lo terrorífico, lo espeluznante de esta historia, es que ese lienzo era la piel de su compañera, antes nívea y tersa, y ahora macilenta y lastimada. Eran los rojos y morados frutos de su amor reconvertido en horror. Un hilillo de sangre color guinda seguía corriendo por el lienzo de una cara aterrorizada...

La pintura aún no estaba acabada, desgraciadamente para ella. Aún faltaban brochazos por dar.

martes, 20 de mayo de 2008

Surcos



El surco que dibujaste en mi cuerpo
es ahora el camino para que tus dedos resbalen.
Es la vereda en campo abierto,
y la cañada donde mis sueños pacen.
Este surco que has provocado en mi cuerpo,
se asemeja a la estela del barco en el mar
cuando rompe y rasga y tiñe las olas
de un blanco nebloso, un blanco azahar.
Este surco que hiciste en mi cuerpo,
es la senda que tú has querido plasmar,
la zanja bendita que nunca se olvida,
la herida caliente que no sanará.
El surco que diseñaste en mi cuerpo,
un camino angosto, duro y a la vez tierno,
es ahora el raíl por donde se desliza tu amor.
Fueron tus dedos hábiles,
los que, desesperados,
jugaron a incrustarse en mi piel,
y el surco que dibujaste con ellos
es ahora camino, senda, cañada, vereda y raíl.

lunes, 19 de mayo de 2008




Los que me conocen saben que no soy nada vanidosa. Pero hoy me van a permitir que me hinche de orgullo y que pellizque una pizquita de vanidad para echármela por encima... y es que he sabido esta mañana que mi libro está ¡entre los cinco más vendidos en el stand que la librería "Manuel de Falla" instaló en la Feria del Libro de Cádiz!

Gracias, gracias, gracias a todos. No puedo decir más.

Belén.

domingo, 18 de mayo de 2008

Prisionera de ti






Obtén el dulce fruto de mi boca.
Prepara una añagaza
que se convierta en mi trampa;
engáñame por una vez
y que yo sea consciente,
que no me importe
que tus besos
vacilen antes de llegar a mí.
Sé valiente y tiende una emboscada,
rodéame con tu cuerpo
y atrápame en ti;
y que la red de ese tormento
tan dulce y tan esperado,
me circunde con sus cuerdas de amor.
Que no pueda escapar,
que sea muy estrecho el cerco,
y que si una vez te quejas
de que no fui tuya,
que no sea porque pude huir.

No tardes, amor,
y obtén el dulce fruto de mi boca.
Emplea todas tus armas,
y que yo me rinda ante ellas.
Ven, que estoy deseando
ser tu ilusionada prisionera.






"La razón por la cual rescaté a los niños tiene su origen en mi hogar, en mi infancia. Fui educada en la creencia de que una persona necesitada debe ser ayudada de corazón, sin mirar su religión o su nacionalidad". (Irena Sendler)



Generalmente, cuando hablamos de heroína, siempre se nos viene a la mente esa sustancia que marcó tristemente a cierto sector de la juventud de los setenta y ochenta. Luego se vio desbancada por drogas con más “presencia social”, como la cocaína o el éxtasis.

Hoy quiero hablarles de otro tipo de heroína. La heroína que regaló vida y que hace tan sólo unos días se nos fue de este mundo, con el cuerpo muy anciano pero el corazón tranquilo por haber hecho lo que tenía que hacer. A pesar de las brutales y crueles torturas, a pesar de ser plenamente consciente del peligro que corría su vida.

Irena Sendler, conocida también como la Madre de los niños del Holocausto o el Ángel del guetto de Varsovia, nació en Polonia hace 98 años. Arriesgó su vida en la Varsovia ocupada durante la Segunda Guerra Mundial, rescatando a unos 2.500 niños de las formas más insólitas e inimaginables: los escondía dentro de ataúdes, de cajas de herramientas, de sacos de patata; los ocultaba entre la basura, los metía en armarios, despensas y alacenas, junto a los escasos víveres en los tiempos de guerra. La enfermera polaca los ponía a salvo llevándolos a conventos y a viviendas de familias católicas, donde ella sabía que los nazis no iban a buscar.

Cuando se descubrió todo, esta valiente mujer fue atrozmente torturada por el régimen nazi y condenada posteriormente a muerte. La resistencia logró rescatarla poco antes de ser ejecutada.

Mientras el empresario Oscar Schindler recogió el merecido aplauso de todo el mundo por ser el salvador de unos mil judíos, Irena Sendler no fue conocida más allá de su país. Para colmo, en Polonia, su benefactora gestión fue arrinconada al olvido durante los años de régimen comunista.

Al menos, en 1965, a la vez que fue nombrada ciudadana honoraria de Israel, la asociación Yad Vashem de Jerusalén le concedió el título de Justa entre las Naciones.

En el año 2003, el presidente polaco, Alexander Kwasniewski, le otorgó a la ya anciana enfermera, cuya vida será llevada al cine en breve, la más alta distinción civil del país: la Orden del Águila Blanca.

El año pasado, el mundo tuvo la oportunidad de recompensar a la valiente Irena, que, repito, salvó a unos 2.500 niños judíos de las garras nazis, ya que el gobierno de Polonia la propuso para el Premio Nobel de la Paz. Ganó Al Gore.

Me considero una persona muy concienciada con el cambio climático, el reciclaje y el apoyo al desarrollo sostenible y al cuidado del medio ambiente. Pero me hubiera gustado infinitamente más que el Nobel se lo hubieran concedido, en el que iba a ser el último año de su vida, a la preciosa Irena. Su cara de abuela buena me saluda desde la foto, y así la veo: preciosa.

Descanse en paz la valerosa Irena Sendler.

sábado, 17 de mayo de 2008

La llave mágica






Y tú,
que rebuscas y encuentras y por fin hallas;
tú,
que acaricias y buscas y por fin palpas;
tú,
mi amante que tiene la llave de todo,
permiso para entrar y salir
de estos montes nevados,
de mis llanuras más vastas,
de mis ríos más salinos,
de mi césped recortado…
Tropiezas con la anuencia que te niego
cuando no te recibe mi boca
en un mohín travieso,
y entonces luchas,
te desesperas,
Y quieres seguir hallando…
Y la llave que tenías,
la tiro al fondo del mar
que forma mi cuerpo en la cama.

Y tú,
que rebuscas y encuentras y por fin hallabas,
tú,
que acaricias y buscas y por fin palpabas,
echas de menos la llave,
la añoras con encendido delirio
hasta que, definitivamente,
henchido de amor, logras alcanzarla.




Sí, amigos, fue una tarde verdaderamente especial porque...

...era la primera vez que firmaba un libro, y por eso los nervios me comían el estómago. Aunque creo que eso fue un segundo, porque luego venció la ilusión por goleada.

...tras un diluvio horroroso y una tarde cerrada que presagiaba un desastre de encuentro porque pensaba que no iba a venir nadie, ni amigos ni desconocidos, lució un sol radiante que invitaba a pasear por entre los libros. ¡Los milagros existen! :-))

...conocí gente encantadora que compró mi libro, tanto de Cádiz como de Madrid, Toledo... ¡hasta de Austria!

...no solamente adquirieron el libro en el stand de la Feria, sino que ya venían con él comprado desde hacía unos días antes... y algunos ya lo tenían casi leído del todo.

...¡llegó a haber una pequeña cola para que les firmara el ejemplar, que incluso alguna persona se llevó a pares!

...uno de los libros era para una señora de ochenta y dos años que lee dos libros por semana. Todo un ejemplo a seguir.

... Esa mesa que veis abarrotada de libros, se vació conforme pasaban las horas.

Pero fue especial, verdaderamente y sobre todo, porque por encima de la firma de mi "Recorrido sentimental por la ciudad de Cádiz", pude abrazar, besar e incluso compartir confidencias y alguna que otra lagrimilla con amigos a los que hacía años que no veía. Amigos que siempre están en mi corazón y que, afortunadamente, sé que también viajo en los suyos. Por encima del tiempo, la distancia, y las circunstancias. Por encima de todo.

Eso fue, definitivamente, lo mejor de una tarde verdaderamente especial. Bueno, y otra cosa: el brillo de ilusión que proporcionásteis a mis ojos.

Gracias a todos de corazón.

viernes, 16 de mayo de 2008

Olores




Te gusta olerme,
como si acabaras de cortar la hierba
y el olor fragante te inundara entero.
Como si, al hacer chocolate,
el corazón del cacao
traspasara el tuyo propio.
Te gusta olerme
como a los niños
garabatear folios en blanco,
empujar a trompicones
los cuernitos chiquitines de los caracoles,
saltar a comba mientras las faldas vuelan.
Te gusta olerme,
y tu nariz se convierte en tu bastón,
el único apoyo en el que te sostienes,
porque no quieres mirarme,
hoy no te apetece probarme,
ni escuchar mis susurros,
ni tan siquiera, ansioso, palparme.
Hoy sólo quieres olerme,
y me abro como flor encendida,
y me aspiras
como si se te fuera entera la vida,
como si quisieras impregnarte de mí.
Y olvidas folios, combas y cuernitos de caracoles,
tu sed de hombre buscando refugio en tu nariz.

Rompiendo una promesa






Qué horror. Así, sin signos de exclamación, así de yermo y duro porque así es como me siento en estos momentos.

No, que conste que no escribo esto para lograr la palmadita en la espalda y que todo el mundo me salte con aquello tan manido de "la belleza está en el interior". Me acabo de ver en la tele local, entrevistada con motivo de la firma de mi libro mañana aquí en Cádiz (ya hoy viernes), y estoy horrorizada.

Pero qué fea soy, Dios mío.

Siempre, siempre, siempre, he tenido esa percepción de mí. Quienes me conocen, lo saben perfectamente. Pero las tres o cuatro veces que me he visto en algún programa de la tele -en vídeo casero no, porque no soporto verme y no quiero que me graben-, después, si no lloro, estoy a punto de hacerlo. Porque mira que soy fea, madre mía. Y si me veo en algún programa, como acaba de pasarme, entonces ya...

Y yo me pregunto:

¿Y perder algo del supuesto talento que tengo frente a un gramo de belleza? No lo dudaría.

Una vez conocí a una chica que nació con una deformidad monstruosa en la cara -¿qué será de Mary Ángeles, que por cierto era un ángel de carne y hueso?-, y me prometí a mí misma que jamás volvería a decir que yo era fea.

Lo siento, pero se ve que nací con tendencia a romper promesas.

Buenas y algo agobiadas noches.

miércoles, 14 de mayo de 2008

Como el viento en calma




Como el viento en calma,
así me hallaste.
Tras el torbellino sin fin,
el huracán intenso,
el cruel remolino
que te envolvió
y que supo volverte loco,
quedé como viento calmo.

El aire embravecido
que un día fui
viró a dulce paz.

Y, sin saber aún
si te gusto más
calmada y quieta
o leonina y salvaje,
te preguntas si soy
jadeo apagado,
luz tenue en la noche,
suspiro que muere…
o, simplemente,
la calma hecha viento.

martes, 13 de mayo de 2008

El taller del deseo






Moldea mi cuerpo con tus manos.
Atrévete a pasar tus palmas, tus yemas, tus dedos,
aquellos surcos que tanta huella prometen.
No te arrepientas ahora
y cincela mi cuerpo extendido
con el buril de tus manos ardientes,
creando la escultura hermosa
que tanto deseas sentir.
Talla mis curvas
con la precisión del artista,
para nacer de nuevo
como tu diosa exquisita,
la modelo perfecta,
aquella por la que suspiras.

Que no se frene tu deseo,
que la imaginación no se vea cortada,
que yo sea el fruto de tus noches,
y que al fin se haga carne
lo que tantas veces pergeñaste en tu cama.

lunes, 12 de mayo de 2008

Colacao y cama





Cuando una está muy, muy cansada, a pesar de que le arden los ojos por leer la novela que comenzó ayer, por leer los blogs de amigos, por leer prensa retrasada, por leer y leer y seguir leyendo... lo mejor es dejarlo todo, escurrirse debajo de las sábanas y cerrar los ojitos, dejando que el peso del sueño se pose sobre los párpados y no les deje abrirse.

Esa sensación de miembros cansados y cuerpo pesado es la que tengo en estos momentos, pero multiplicada por veinte.

Así que hoy, ni desatino, ni indecencia, ni yemas trémulas sobre cuerpos desgarrados de amor. Hoy, colacao y cama.

Buenas noches a todos.

B.

domingo, 11 de mayo de 2008

Tu indecencia





Sé indecente.
Por una vez, sé indecente
y no te detengas en los recodos de mi cuerpo,
en los pliegues tibios de mi sexo,
en el cáliz abierto que te ofrece un tul húmedo.
Sé indecente y no me mires,
no te recrees en ese lunar casi oculto,
no compares mis axilas con rosas fragantes,
ni vuelvas a pasar la lengua por mis pies,
como haces siempre, esclavo de mí.

Sé indecente.
Por una vez, sé indecente
y no me digas una y mil veces que me deseas,
ni alimentes mis fantasías más oscuras,
ni acaricies con fervor mi piel canela.
Sé indecente,
ahora, después, y en la mañana,
y que tu indiferencia me sepa a amargura;
que por una vez pruebe tu desdén,
que tus querencias no nublen mi vivir,
y que tus manos no acompañen a éstas que muestro
cuando, en el silencio de la madrugada,
tu cuerpo de amante se apodere del mío y de mi alma.




Anoche estuve viendo en el imprescindible canal Odisea un magnífico reportaje de investigación producido por la BBC. Era la segunda parte de un trabajo sobre los niños esclavos. Lamenté haberme perdido la primera, y me voy a poner a rebuscar a ver si aún tengo oportunidad de verla.

Ya el pasado 30 de junio escribí sobre el tema de los abusos infantiles, y comenté las condiciones infrahumanas en las que trabajan muchos niños de, sobre todo, los países más subdesarrollados. Trabajos sexuales, de confección de ropas, de montaje de armas, de tejido de saris o telas de seda, de balones flamantes que luego destrozarán a patadas nuestros bien nutridos niños del primer mundo...

Las historias que vi anoche de Darleen (camboyana recluida a los doce años en un burdel con la excusa de que entraba para limpiar), Rahul y su primo Amit (indios de doce y nueve años dejados por sus padres, ante la imposibilidad de mantenerlos, en unos telares clandestinos de bellísimos saris donde trabajaban 18 horas diarias, sentados sobre suelo de hormigón y sin poder moverse), Alí (yemení de siete años, con una vocecita que sobrecogía, abandonado en Riad para mendigar entre coches de alta gama, y quedarse sólo con un uno por ciento de lo recaudado)... entre otras horripilantes historias, me volvieron a demostrar que es necesario no mirar hacia otro lado, que hay que intentar implicarse de alguna manera (lo siento, pero aún no sé cual sería la definitiva), para que no vuelvan a repetirse.

Sí, sé que es muy cómodo alzarse en una tribuna desde una casa que tiene todas las comodidades de las que ellos no gozarán -incluso la tele de pago donde viví sus miserias-, pero al menos, ya que dispongo de esta oportunidad que sé que llega a mucha gente, quería aprovecharme de ella.

Por cierto, no se me quita de la cabeza la cara de Rahul -que en el tren de vuelta donde le habían metido sus policías liberadores decía: "Qué ganas tengo de volver a casa y ver a mi madre y a mi familia"-, cuando llegó y la madre se revolcó en el suelo llorando y gritándole: "¿Para qué has tenido que volver? ¿No tengo ya demasiadas miserias encima?". Rahul, con una gravedad impropia de sus doce años, imagino que forjada a palos por la dura vida que llevaba hasta el momento, sólo le dijo: "Cállate, mamá, por favor".

Saberte mío





El inconfundible alivio de saberte mío por un instante,
aunque fuera sólo por ese tiempo efímero,
lo compararía una y mil veces con
una gota minúscula en el mar de marejada,
el soplo liviano del levante calmo que se alborota,
la cremallera bajada con precipitación,
la vaharada imprevista del horno abierto,
el tacto sedoso del queso en el paladar,
el regusto a viña de un buen rioja en la boca,
el escalofrío gozoso del reencuentro,
el pezón que se eriza con el agua helada.

Si no te supiera mío por un instante,
si me viera invadida por el desencanto
de no tener la dicha de tenerte en mí,
posiblemente sentiría cosas, sí…
pero te aseguro que ya no serían las mismas.

sábado, 10 de mayo de 2008

Té de azahar





Este pequeño relato se lo regalé a Berta el día de Reyes del año pasado. Y ahora lo he querido guardar en esta cajita de cerezas y guindas por la que sé que Berta se cuela de vez en cuando.





Para Berta, que vive muy lejos en cuerpo, pero siempre en alma en su Sevilla preciosa.



La presión te empezaba a pasar factura. Las piernas te pesaban, la cabeza te zumbaba, pero sobre todo, ese insoportable run run en los oídos, que a ratos amenazaba con hacerlos explotar.

No. Eso sobre todo, no. Sobre todo... esa añoranza, esos recuerdos. Tu barrio de Santa Cruz, esa Campana con su olor penetrante a incienso cuando llegaba la época de túnicas y cirios al cuadril, tu preciosa Catedral, los niños por la calle, gitanas con romero, ese olor a Feria que se fue pero volverá cuando menos te des cuenta, con sus volantes, sus abanicos, sus farolillos, sus caireles en las botas de señorío montado en las jacas.

El señero puente de Triana frente al moderno de la Barqueta, Pagés del Corro, Los Remedios, las palomas, el Parque de María Luisa, los viejos sentados al sol, cocheritos leré con guiris rojos como gambas y hartos de comer jamón en el Becerrita. Giralda y Torre del Oro, dándose la mano bajo el sol agradabilísimo de un diciembre moribundo. Gran Poder y Macarena escuchando los suspiros de la Esperanza de Triana. Nervión: bullicio, compras apresuradas, luces de Navidad, chiquillos asomados al escaparate de las confiterías, porque en Sevilla, al igual que en Cádiz, no hay pastelerías: hay confiterías.

Y ese Parque del Alamillo, con sus naranjos que embriagan el aire de abril con su olor a azahar...

Dos gruesas lágrimas se escapan de tus ojos de princesa mientras, entre brumas, oyes a la azafata:

- Perdón, ¿le apetece tomar algo?

Y, mientras dudas entre si te gustaría una tapita de queso viejo o un buen vaso de gazpacho fresquito, le sonríes y susurras con dulzura embargada de nostalgia:

- Sí, por favor... Un té con aroma de azahar. Así al menos me llevo un trocito de Sevilla a las Islas.

viernes, 9 de mayo de 2008

La muñeca







A Elizabeth y sus siete hijos, por el horror padecido. Y por el que les quedará para toda la vida.



Mi papá dice que soy su muñeca. Su muñeca bonita de grandes ojos claros y pelo rubio y suave. Mi papá dice que mi piel es también suave, y que por eso le gusta acariciármela, aunque a veces sube desde mis muslitos hasta otro sitio donde me hace un poquito de daño. Pero me ha dicho que me calle y que no le diga nada a mami, que es nuestro juego secreto.

Mi papá dice que soy su muñeca, y por eso, cuando sea mayor, me va a construir una casa que él dice que será el castillo de su princesa, y hasta que vamos a tener allí dentro una cocina, una cama y hasta varios bebés... aunque no estoy segura de si habrá algún osito. En algunos cuentos de los que me lee mi papi, son castillos con torres muy altas donde la princesita no puede salir porque está atrapada por una bruja mala que guarda la llave, pero yo sé que mi papá no va a permitir eso. Mi papá es muy bueno y no va a dejar que yo me quede encerrada para siempre. Mi papá es muy bueno, sí, y por eso ha inventado ese juego secreto que no debo compartir con nadie, ni siquiera con mami, aunque a veces me entran ganas de contarle un poquito.

Mi papá dice que no hay otra muñeca más bonita que yo, y que me quiere mucho. Por eso no entiendo cuando a veces me hace cosas que no me gustan demasiado, y empiezo a quejarme, y las lágrimas me empiezan a correr por la carita, y entonces se vuelve como loco, y empieza a hacerlo todo mucho más rápido, y parece que cuanto más daño me hace, mejor se lo está pasando.

Pero eso es imposible, porque como soy la muñeca de mi papá, y sé que me quiere mucho, también sé que él no disfrutaría con eso.

jueves, 8 de mayo de 2008

Desatino





Con la apremiante necesidad de la urgencia, el hombre se bajó los pantalones. Acabalgó en sus caderas fuertes a la muchacha, enroscada como un áspid a la cintura masculina, y oculta su cara en el cuello varonil e impregnado de sudor.


Hacía tan sólo una hora que se habían conocido, y actuaron de forma tan salvaje que pareciera que les daba miedo saber mucho más el uno del otro. Los gemidos sustituían a las palabras, los dedos inquisidores, al gesto educado de un apretón de manos en el saludo, las miradas neblosas de deseo, a la limpia de dos enamorados vírgenes. Eran lascivia pura.




El tropel de los cuerpos encendidos,
los muslos lacerantes,
las caderas temblorosas.
La cara oculta sin vergüenza,
hallando el necesario apoyo
en el cuello fragante.

La carne por descubrir,
la piel con nuevo sabor,
un sudor desconocido.
Los besos torpes,
alejados de la cotidianeidad
de una vieja relación.

Los amantes
-espontáneos,
novedosos,
desconocidos en fin-
se entregaron,
con la tortuosa lascivia
desbordada de sus cuerpos,
al desatino de sus deseos.

miércoles, 7 de mayo de 2008




Al imaginarte,
mi deseo se dispara.
El trajín de mi interior
abre mis apetitos más ocultos;
adivino con él
la que fue tu sombra,
ahora tornada en invisible.

No te veo,
no,
pero sé que te tengo,
rotundamente,
terminantemente,
precisamente;
lo sé...

Es la absoluta certeza
de que vives,
de que habitas,
de que moras
en el latido de mi corazón.

Y no dejaré resquicio alguno
-será esta otra absoluta certeza-,
que permita que tu aliento vuele,
al fin,
lejos, muy lejos de mí.

lunes, 5 de mayo de 2008

La espera impaciente






Oculto entre dos mástiles,
mi tesoro ardiente,
aquel por el que suspiras,
ese que alborota tus tardes,
único y exclusivo...
se abre despacio,
con pausada calma,
con inquina casi,
sometiendo tu desvelo
a su antojo.

Tú quisieras verlo ya,
mas...
Mi tesoro oculto entre dos mástiles,
aquel que quema como fuego
pero sabe a rocío fresco,
aún quiere hacerse esperar.

Y lo esperas,
lo esperas,
dulcemente,
delicadamente,
con impaciencia lo esperas...

domingo, 4 de mayo de 2008

Esas hormiguitas...






Las hormigas que advierto
como burbujas constantes
en mi piel,
en mi cuerpo,
no tienen piedad.
Surgen cuando menos las espero,
cuando más tranquila estoy,
cuando tu presencia
ni siquiera se adivina,
sin ni siquiera estar delante,
ni espero que lo hicieras.
Nacen traviesas, curiosas, impertinentes,
sólo al imaginarte,
al recordar tu colonia,
al evocarte en tu recuerdo,
al imaginar mil formas pícaras de tenerte.

Las hormigas que advierto
como burbujas constantes
en mi piel,
en mi cuerpo,
no tienen piedad.
Pero me dan tanto placer
que aun imprevistas…
son bienvenidas
y no las pienso ignorar.

sábado, 3 de mayo de 2008














Sí, ¡por fin! ¡Por fin tengo en casa a mi ordenador! Eso sí, mucho más liviano, con un montón de gigas más y con otro montón de contenido menos, porque al final, tras las pertinentes reparaciones de cosas que estaban "regularcillas", ha habido que formatearlo. Había tenido la precaución de trasladar prácticamente todos los datos importantes a mi flamante pendrive, pero lo cierto es que se me olvidó pasar una carpeta repleta de buena música... Me ha dado mucha pena pero poco a poco iré recuperándola. Lo importante es que ya me funciona bien. Estoy muy contenta...

Lo de "Y lo prometido es deuda" como título alternativo, es porque prometí poner la foto de la que hablaba en días atrás de cuando recogí mi primer premio literario, con ocho añitos, en el Ayuntamiento de Cádiz, el 23 de abril de 1975. Bueno, en realidad lo gané con siete, pero por una mala interpretación de las normas del concurso por parte del Colegio, hubo que aplazar la entrega del premio al año siguiente.

Y ahí estoy yo, tal y como les conté un poquito más abajo, rodeada de señores serios e importantes, entre ellos el alcalde Jerónimo Almagro, y sintiéndome como una pequeña hormiguita vestida con la moda hortera de la época de pantalones de campana a cuadros y calzando los zapatos de Primera Comunión, ahora teñidos de negro para reconvertirlos en "zapatitos de salir". ¿A que estaba mona? :-))))

También he añadido, como curiosidad, el manuscrito original de la redacción, incluyendo la portada... Es increíble la de recuerdos que se me vienen cuando he tenido estas hojitas en la mano para escanearlas y mostrárselas a ustedes...



Postdata: Un saludo muy cariñoso con sabor a cereza para aquellos amigos nuevos que se van acercando, curiosos, a la cajita, como Urko, Neander, Luis Antonio, Ybris, etc. Muchas gracias por vuestro apoyo y vuestros comentarios...

jueves, 1 de mayo de 2008

A tan sólo un instante


Las yemas acariciaron, trémulas, la piel tibia, transparente, sin apenas rastro de sudor. En cada surco de las huellas quedaba impregnada la fragancia imperceptible, el olor continuo del deseo. Trasminando pasión, la muchacha se dio la vuelta, aun con los ojos cerrados, como si un velo invisible impidiera su apertura, y suspiró largamente. Los dedos, curiosos, seguían investigando de forma provocadora allá donde otros semejantes no habían hallado más que obstáculos. Los pezones, que apuntaban bien alto desde hacía un rato, se dejaban ver bajo la camisola de seda gris, cuyo faldón apenas alcanzaba a cubrir el sexo liviano. Los dedos recorrían un surco virgen hasta ese instante, y lo hacían desesperadamente, como si aguardaran de un momento a otro que la vida se detuviera y no hubiera a partir de entonces más oportunidades para intentarlo de nuevo.


Los ojos se abrieron de forma perezosa y una sonrisa se dibujó en el rostro de la mujer al adivinar la mirada del otro clavada en ella. Los pétalos de rosa repartidos de forma aleatoria por toda la sábana eran el trasunto de las lágrimas que ella regaló alguna vez sin tener que haberlo hecho, porque había sido algo injusto. No más llanto, no más angustia, no más dolor.


Ahora, a un segundo de perder la virginidad, recordó sin querer hacerlo los abusos y las vejaciones. No, no habían culminado en penetración, pero daba lo mismo. Sí, la chica había seguido siendo virgen a lo largo de los años, pero también daba lo mismo. Su alma estaba rota, no importaba que su sexo aún continuara entero, ajeno a las vergüenzas que su dueña tuvo que soportar en un pasado. Ahora, a años luz de aquella niña, aun el poco tiempo transcurrido, se sentía una mujer dichosa, a pesar de ese alma quebrada. Al fin el poco dolor que sentiría en ese paso que estaba a punto de dar, le sabría como la recompensa más dulce.

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