martes, 26 de junio de 2007
A menudo oímos voces que no querríamos escuchar. Son voces incómodas, inoportunas, voces que rompen la armonía de una noche tranquila en nuestro hogar apacible, en la tranquilidad mil veces buscada y mil veces hallada del salón familiar. Los niños ya duermen hace rato, y ella o él, con la cabeza apoyada sobre nuestras rodillas, nos acompaña mientras vemos la película pertinente y, quizá, saboreamos una copa. La dura jornada quedó atrás y ahora nos esperan un par de horas de relajo delante de la caja idiota -cada día más idiota-, quizá un rato de hacer el amor -salvaje o relajadamente, según toque-, y unas horas de plácido -es de desear- descanso hasta que suene, inmisericorde, el maldito despertador a las siete.
Para entonces, las voces ya habrán callado. Los gritos, los llantos, las súplicas de ella mientras su pareja le atizaba también inmisericorde, ya han callado. Hasta otra noche más que vuelvan a ser inoportunas e incómodas. Voces que rompen nuestra monotonía familiar de tele y sofá, y que no querríamos oír.
Para etiquetar en la cajita como: Reflexiones y comentarios
Subscribe to:
Enviar comentarios (Atom)
2 mordiscos a esta cereza:
Una amiga casi juez me dijo: es horrible lo del maltrato, y ya no por lo cruel del acto en sí.
La mujer maltratrada tiene miedo... a menudo demasiado, y permenece en silencio.
El 90% de las que denuncian lo hacen para obtener de forma nuy ruin oscuros intereses, ya que jamás fueron maltratadas.
Estas últimas son el mayor enemigo de las primeras.
Horrible tema, terrible sin duda. Y sigue creciendo esta pelota, y no sé qué más se puede hacer. Ojalá tuviéramos la solución tan sólo chasqueando los dedos.
Un beso, mi Corsario.
Belén.
Publicar un comentario