sábado, 30 de agosto de 2008
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lunes, 25 de agosto de 2008
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lunes, 18 de agosto de 2008
...Y es que hoy no podía ser otra entrada más que ésta...
9 mordiscos a esta cereza Escrito por Belén Peralta a las 22:34Para etiquetar en la cajita como: Reflexiones y comentarios
sábado, 16 de agosto de 2008
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jueves, 14 de agosto de 2008
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miércoles, 13 de agosto de 2008
El mapa de mi corazón (antes gris, ahora rojo)
11 mordiscos a esta cereza Escrito por Belén Peralta a las 0:28Para etiquetar en la cajita como: Prosa en vertical
lunes, 11 de agosto de 2008
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domingo, 10 de agosto de 2008
Amparo decidió trabajar de noche para poder criar a su hijo de día. A la vez, estudiaba Derecho.
A Amparo se le diagnosticó un cáncer de mama cuando aún no había cumplido cuarenta años.
A Amparo le acababan de dar de alta del hospital tras la amputación de uno de sus pechos, cuando se dirigió a la Facultad para hacer uno de sus exámenes.
Amparo, aun siendo demasiado joven para morir, falleció en 2000.
El oro que sale hoy en todas las portadas de los principales periódicos del país no es sólo un oro de Samuel. Es un oro conjunto, de dos héroes, uno que llora en la tierra y otra que probablemente sonríe de orgullo en el cielo: Samuel y Amparo.
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sábado, 9 de agosto de 2008
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viernes, 8 de agosto de 2008
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jueves, 7 de agosto de 2008
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miércoles, 6 de agosto de 2008
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Aprisionada en tu recuerdo,
en las nubes de azúcar de tus dedos
que hacían, juguetones y traviesos,
remolinos de algodón con mi pelo.
(Dulce espera sin espera,
el jarabe que ansío y nunca llega.)
Doloroso acíbar que de dulce disfrazaste
una vez, y cien, y mil,
como mágico remedio.
Me hiciste crecer y ya no soy niña,
pero aún creo en hadas y cuentos,
por eso todavía me estremezco
si releo tus viejas cartas
que de dulce sólo conservan el silencio.
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martes, 5 de agosto de 2008
Li Mei observó, de soslayo, aterrorizada, a aquel turista gordo y seboso, de carnes fofas y blandas, que la miraba con codicia. Probablemente hacía sólo un par de horas que había bajado del avión y no le había dado ni tiempo a ir a la playa. Su piel aparecía blanca y lechosa y no mostraba signos de rojez alguna. El muy vicioso sólo tenía pensamiento para atrapar a una de esas pequeñas mariposas del Mekong en sus zarpas como redes. Ni siquiera se había podido concentrar en la película que proyectaban en el avión, ni, por supuesto, recrearse en la belleza del paisaje a través de la ventanilla, a medida que iban descendiendo. El turista -excelente padre de familia con intachable currículum profesional y personal-, un ávido buscador de carne fresca, sólo pensaba en las mariposas que tenía en el estómago evocando aquellas otras mariposas que encontraría nada más tocar tierra. No tenía que buscar muy lejos: un par de contactos por internet, igual de viciosos y desgraciados que él, ya le habían dado las mejores coordenadas para hallar los sitios idóneos donde extender su red y clavar sus impíos alfileres.
Y allí se encontraba, frente a Li Mei, una bellísima púber, linda mariposa de colores hechos de viento y sol, forzada a vender su cuerpo a aquellos depravados que buscaban dóciles animalillos que no profirieran ninguna queja.
El turista examinó aquellos ojos aterrorizados -nunca, ni en su edad adulta, llegó ella a acostumbrarse- que rasgaban una carita de luna, esas manos que habían acariciado en más ocasiones hombres que muñecas, los pies que, fatigados, ansiaban un jergón donde descansar, aunque fuera sucio e infame. Lo importante era tender las piernas, cerrar los ojos, e intentar soñar con otro mundo. No el de las babas y salivas despiadadas, no el de los dedos desagradables y rudos, no el de los miembros varoniles penetrando en sus valles aún de niña.
Los ojos de Li Mei, si hubieran sido los de una mariposa clavada en el cuadro del coleccionista, quizá no hubieran dicho mucho. Pero Li Mei no era -sólo- una mariposa. Los ojos de Li Mei eran los de una niña. Eran los ojos del terror más absoluto. Eran los ojos de Li Mei.
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domingo, 3 de agosto de 2008
Sobre premios, reconocimientos, piropos y demás hierbas...
8 mordiscos a esta cereza Escrito por Belén Peralta a las 0:40El otro día, en esta cajita, leí un comentario de mi queridísima galleguiña Fauve en el que se mostraba un tanto triste porque pensaba que no me había gustado el premio Brillante 2008 que me había concedido por mi blog. Parece mentira que no me conozcas todavía, Fauviña. ¡Pues claro que no me gustó! ¡Me encantó! Lo que ocurre es que me da tanto, tantísimo pudor, que no lo expresé de la forma que probablemente tú esperabas.
Pero que sepas que me faltó tiempo para colocarlo en mi columnita de la izquierda, donde guardo las cerezas importantes: las direcciones de los blogs de amigos y de aquellos que he ido conociendo en mis paradas blogueras; la publicación de mi primer libro; las cerezas que van llenando poco a poco esta cajita; dos fotos que para mí son muy significativas; los símbolos de algunas cosas en las que creo -el no a la guerra, el no a las corridas de toros, el no a la violencia contra la mujer, el no a la esclavitud infantil, el no a las bombas de racimo (y de las otras)-... En definitiva, en la columna "de las cosas importantes" he colocado ese reconocimiento en forma de premio que tanto me ha gustado y que me ha llenado de orgullo pero a la vez de pudor, ya que me lo conceden por algo que me gusta tanto hacer como es escribir.
Por otro lado, navegando, navegando, llegué a El blog de Pepe Contreras, la interesantísima bitácora de Pepe Contreras, uno de los más influyentes e importantes periodistas andaluces, y escribí algo en ella. Después de tiempo de no vernos, se estableció el contacto, ya que tuvo el detallazo de llamarme para saber de mi vida, y ha escrito esto en su blog (¡que tiene más de tres millones y medio de visitas!):
Hoy he hablado con Belén Peralta, a la que conocí hace dos años en Onda Cero Cádiz, en la única ocasión en la que el maestro Pepe Fernández contó conmigo en su tertulia. Belén trabaja ahora en una editorial, es bloguera y poeta. Su primer libro, que acaba de publicarse, "Recorrido sentimental por la ciudad de Cádiz" (Ediciones Absalon), es uno de los más vendidos en las librerías de Cádiz. Belén se ha lanzado al ciberespacio, es bloguera y disfruta con ello. Su bitácora se llama "Cerezas y guindas". Y es buena escribiendo...
A mí estas cosas es que, repito, me llenan de orgullo, pero me entra un "corte"... (Pepe, mira que llamarme poeta...) De todas formas muchas, muchas gracias por vuestros halagos, premios y reconocimientos porque son por algo que me llena y me gusta tanto.
Gracias a todos ustedes (a todos vosotros), porque en definitiva son los que hacen (sois lo que hacéis) que esta cajita se vaya llenando, noche a noche, de sabrosas cerezas y guindas. Vosotros y nadie más. Ni siquiera yo.
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sábado, 2 de agosto de 2008
Esta es la historia de tres sirenas que fueron engañadas por un Neptuno que no tenía corazón ni sentimientos. La historia de tres mujeres, sirenas cada una en un mar diferente -el Atlántico, el Mediterráneo, y el Pacífico-, vapuleadas en su corazón de forma distinta, pero siempre con el mismo resultado: una enorme grieta, dolorosa como una llaga y profunda como una sima.
Lo curioso de este caso es que me han dicho que a pesar de que las sirenas, como las ondinas y las hadas, sean seres fantásticos, sí vivieron esta situación... Quítenle la cola a las sirenas, pónganle piernas y pies, y zambúllanse en la historia...
Por fortuna, la sal del agua marina cura las llagas y me comentan que al menos una de ellas está, desde hace ya mucho tiempo, definitivamente curada. No sé qué habrá ocurrido con las otras dos sirenas...
Probablemente no entiendan nada, pero yo sé lo que me digo. ;-))
La primera ya disponía de un cuerpo cercano, caliente, que le procuró su simiente una vez para perpetuar su especie, pero no le daba más vida que aquella, vacía, gris, triste y solitaria, en su roca emergente de un mar mediterráneo de espuma. Naufragó y arrastró tras de sí a la otra sirena, la que sí estaba definitivamente libre, la que estaba bañada por el frío mar atlántico que un día prometió mostrar; la que cada día, y cada noche, y cada tarde, y cada madrugada, se veía arrullada por los ecos de ese Neptuno vestido de azul marino que, un día, le arañó inmisericordamente el corazón.
Hubo una tercera sirena, bañada por el Pacífico, pero esa casi es historia. Se hundió del todo en los engaños de un color traicionero.
Las tres sirenas creyeron en sus palabras de amor. Pero las tres olvidaron que el azuloscurocasinegro es sólo un color. Sólo eso… Y un color jamás podría dar más de lo que pretende, que es cambiar el color de las cosas, las percepciones del alma. Un color no puede ofrecer amor bajo el estigma de la mentira.
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