lunes, 16 de junio de 2008
Con todo mi cariño y admiración a dos personas que aman el cine tanto como yo. Para el Dr. Krapp y Fermín Gámez.
No se supo guapa hasta que se miró al espejo. La imagen le devolvió una cascada de belleza y juventud que había creído perdida hasta entonces. O quizá es que nunca se había molestado en buscarla. El caso es que se sintió satisfecha de lo que vio, se dio un nuevo repaso con el pintalabios y decidió salir a la calle, dispuesta a regalarse un rato de felicidad.
Siempre le había encantado ir al cine. Coleccionaba programas antiguos, de cuando salía con una pandilla de amigas, todas cogidas del brazo, vistiendo largas faldas de capa a media pantorrilla y zapatos con una plataforma que les hacía parecer mayor. Las dos más jóvenes del grupo aún lucían unos inmaculados calcetines blancos, y sus zapatos planos de merceditas evidenciaban que aún les quedaba un trecho por recorrer hasta hacerse mujeres. Entre confidencias y risas, el grupo de siete marchaba calle abajo, componiendo una estampa fresca y divertida, todo lo fresca y divertida que se podía ser en esa época y en tales circunstancias. A dos de ellas les habían matado a sus hermanos en la guerra, y la mayoría estaba algo escuálida por las carencias en la alimentación. Pero aún así lograban reunir unas pesetillas para ir al cine. Era un maravilloso logro que conseguían una vez al mes, cuando ya tenían el dinero preciso y cuando los astros se confabulaban para que la película que proyectaban el día elegido estuviese tolerada para las muchachas de su edad.
Algunas abuelas se escandalizaban pero las madres admitían que tenía que existir algo que entretuviera a aquellas jóvenes de alguna manera y lograra difuminar las miserias que habían tenido que soportar a tan tempranas edades. Una de esas madres era la de Carmen, una de las más entregadas a la hora de sumergirse en aquel mundo de fantasía y folletines.
Carmen guardaba con mimo aquellos programas de mano en una cajita de madera que le había tallado su abuelo poco antes de fallecer. Con escrupuloso cuidado, guardaba junto a aquellos papeles impregnados de cine, unos palitos de canela que renovaba en cuanto notaba que se les iba el olor. Además, unas viejas cartas, unas fotografías y un par de retales de tela de los vestidos de unas muñecas, constituían el grueso de los tesoros de aquella caja.
Habían pasado muchos años pero no había decrecido su amor por el cine. Todo se había convertido en un fascinante rito. El vestirse y arreglarse para la ocasión, sin olvidar su agua de colonia y su laca para el pelo, el elegir concienzudamente la película, el paseo hasta la sala de cine, los escaparates donde se paraba mientras hacía el trayecto, la compra furtiva de algún pastel que comía con glotonería… y las caricias mientras él vivió.
Ahora que no le tenía a su lado, la visita al cine se antojaba más obligatoria que nunca. Compartía sus risas y sus lágrimas con actores de nueva hornada, se seguía emocionando con el olor a cine, aunque éste no conservara el encanto de las viejas salas, continuaba molestándose con el ruidoso estrépito de las palomitas estallando en las bocas de aquellos adolescentes de los que podría ser su abuela… Eran tantas sensaciones que todas les habían hecho olvidar el mal rato que pasó la primera vez que acudió sola al cine, a un programa doble, de aquellos que ya no existen. Diluídas sus seis amigas en el recuerdo, sin una pareja que ya emprendió un viaje sin retorno, la soledad era la única compañera a la hora de sacar la entrada. Y lo pasó mal pues las parejas y grupos de amigos no cesaban de mirarla, como si fuera un bicho raro.
Lamentó profundamente el día en que ya no se emitió un programa doble. Lástima. Tendría que abandonar antes de lo deseado aquel salón maravilloso, caja oscura de los tesoros llamada cine, que se había convertido, con el paso de los años, en una hermosa prolongación de sí misma y de su vida.
Para etiquetar en la cajita como: Cerezas y guindas dulces
Subscribe to:
Enviar comentarios (Atom)
6 mordiscos a esta cereza:
Siempre me gustó el cine.
Las inclemencias de la vida se encargaron de que no pudiera satisfacer luego adecuadamente esa afición.
Pero todavía conservo la nostalgia de aquellos programas dobles y de aquellas sesiones continuas.
Besos
Vaya, chica, muchísimas gracias por la dedicatoria de este texto, principalmente porque es un texto que está muy bien escrito. Con una temática muy sugerente, muy poética. Sí que me gusta mucho el cine, y esos antros donde se proyectan las películas también, con su olor a palomitas, a butacas, a oscuridad... Los programas de mano ya no te cuento... babeo cuando tengo delante álbumes que los atesoran...
Besotes.
Ah, y me detengo especialmente en eso que has dicho de que los cines son prolongación de nosotros mismos.
No puedo estar más de acuerdo.
Muchísimas gracias aunque soy muy pesimista sobre la supervivencia del hermoso rito de ir al cine..
Ya no hay telones que se abren de la misma manera que se han abierto todos los espectáculos desde que el mundo es mundo. Ni aquel timbre que anunciaba el comienzo de la proyección. Ni por supuesto aquellas salas suntuosas incluso en los barrios más humilde, un agujero en la realidad triste de todos los días -imaginemos su importancia en la postguerra- hacia un mundo paradisíaco. Las lámparas, los ambientadores, los frutos secos en el ambigú, los posters de películas famosas, las esculturas, el portero que te cortaban las entradas y los acomodadores que te hacían sentir importante cuando te acompañaban al asiento. Todo era un viaje espectacular hacia otra dimensión.
Ahora todo lo ocupa la realidad y si hubiera algo mágico en nuestras vidas romperíamos el envoltorio para saber que truco hay debajo. Descansen en paz nuestros mundos mágicos, ya definitivamente muertos.
Muchas gracias por vuestros preciosos comentarios que me han llegados llenos de sabor a nostalgia...
Yo sé, querido Dr. Krapp, que hay que sentirse forzosamente pesimistas ante la avalancha de multisalas y energúmenos engullendo palomitas sin dejar oír nada, pero por una vez me he permitido recrearme en ese mundo maravilloso de los cines de barrio y volver atrás en el tiempo con mi relato...
Por cierto, Fermín, el domingo estuve en el mercadillo de la plaza (que mientras está en obras está enfrente del Parque Genovés). Compré siete u ocho libros de ocasión, y me quedé con las ganas de comprar programas de cine antiguo... ¡Hay muchísimos! Te lo digo por si estás interesado. Ya sabes dónde los venden.
Un beso... de cine para todos.
B.
Conozco que existe ese mercadillo, pero hasta ahora no he podido llegarme... Siempre lo vas dejando para otros días, porque tienes cosas que hacer... pero el día que vaya, me pienso desquitar de todas las veces que no he podido ir. Palabrita de niño-omaha.
Publicar un comentario