miércoles, 16 de julio de 2008

El heredero




Durante cerca de seis años escribí una columna quincenal de opinión en Diario de Cádiz, en su edición de El Puerto de Santa María. Bajo el epígrafe El candié, nos íbamos turnando una serie de periodistas, autores, escritores y personajes nacidos en dicha ciudad o que, como en mi caso, estuviésemos ligados a ella de alguna manera -en mi caso a través de mi trabajo como locutora y redactora en Radio Puerto-, para analizar la actualidad social, política, económica, etc. Generalmente la columna trataba temas de la ciudad, aunque de vez en cuando comentábamos temas más globales.

Esta columna que traigo hoy aquí fue publicada el once de mayo de 2005, justo unos días después de que se anunciara el primer embarazo de doña Leticia, Princesa de Asturias. Leonor venía de camino.




EL HEREDERO


Ella se tocó el vientre, más que plano, planísimo. Un vientre elástico y duro, propio de una joven mujer que aún no había experimentado la sensación de movimiento dentro de él: primero, de forma casi imperceptible; luego, como pequeñas mariposas aleteando en su interior; más adelante, bultitos de codos y piececillos que intentaban buscar un hueco imposible entre líquido y silencio. Y finalmente, la luz.

Él se acercó amorosamente. Era un hijo ansiado, querido, deseado. No sólo eran ellos los que habían buscado de una forma un tanto desesperada ese ser. Tan angustiados estaban, que incluso planeó por la cabea de los más viejos del lugar que el joven había cometido un error eligiendo a la mujer equivocada; que no era fértil.

Ella con anterioridad había estado unida a otro hombre, y, aunque para los demás no era motivo precisamente de orgullo, tampoco lo sería posteriormente de rechazo. Por lo tanto, terminó desposándose con aquel joven alto y apuesto, que habría de convertirse en su compañero hasta el fin de sus días.

Ya todo estaba decidido. Tras el tropiezo del primer fracaso sentimental, la joven había sido elegida por el hombre que se suponía la haría feliz durante años y años. La colmaría de caricias, de palabras entretejidas de promesas de amor a la luz de la luna.

Los dos compartían gustos, aficiones, y aproximadamente la misma edad. Sí, ambos eran fértiles, y se suponía que al poco tiempo empezarían a tener una prole con la cual perpetuar su especie. Alegrarían a su familia; el resto de la sociedad respiraría satisfecha porque la estirpe no moriría en el matrimonio. Un heredero estaba en camino.

Ella se volvió a tocar el vientre plano y elástico, y le devolvió a su esposo una sonrisa llena de miedo. Se despidió de él mientras el resto de la familia lo arropaba a medio metro de distancia. Habían pagado un dineral que aún no sabían cómo iban a poder devolver, para así poder ayudar a la joven a llegar al país de Jauja, envenenado y mentiroso, donde el trabajo no se encontraba a la vuelta de la esquina. Lo único que se veía al llegar a las costas eran patrulleras de la Guardia Civil y voluntarios vestidos de rojo con unas cruces en sus gorras.

Mantas, calor y caras de resignación ante la marea humana que venía en patera. Seguro que el heredero de la joven no correría la misma suerte que el que nacería a la vez que él en Madrid, nieto de Reyes y envuelto en oropeles.


5 mordiscos a esta cereza:

ybris dijo...

Pues sí. Hay destinos con muy diferentes augurios.
Desde luego el de Leonor muy diferente del de los bebés de las pateras.

Besos.

Luis Antonio dijo...

Estoy convencido de que la estirpe real mejorará con este "mestizaje". Y buena falta le hace...

Luna Carmesi dijo...

Final templado y rasgador.

Como y cuanto cambian las cunas...


Besos!!

Belén Peralta dijo...

Sí, amigos, hay que ver lo que cambia el destino de una persona según el sitio donde nace. O dicho de otra forma: un crío que en Europa o Norteamérica puede llegar a ser un científico relevante, al nacer en África o en la Sudamérica más pobre, se quedará en sólo un ser humano que lucha para sobrevivir. Da hasta escalofríos de pensarlo.

Como dice Luna... Cómo y cuánto cambian las cunas...

Besos y gracias por acompañarme.

B.

Anónimo dijo...

Qué texto!!! no me parecía tuyo, si no hasta llegar al final.
Estas injusticias las veo a mi alrededor todos los días y a veces me desespera no tener la solución a mi alcance.

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