viernes, 31 de agosto de 2007
El triunfo de la belleza sobre el horror
7 mordiscos a esta cereza Escrito por Belén Peralta a las 12:29Para etiquetar en la cajita como: Reflexiones y comentarios
miércoles, 29 de agosto de 2007
Se veía cautiva de su mano, caminando por el pasillo hacia el dormitorio, medio desnuda, con unas braguitas negras que a duras penas abarcaba aquel trasero redondo, rotundo, pleno de carnes turgentes y embriagadoras. Algo pasada de kilos, la chica de pelo rojo adoraba esos abrazos que intentaban abarcar lo inabarcable: su cuerpo divino de curvas y montes, de carreteras por atravesar y senderos que adivinar.
Le encantaba observarle mientras él, abandonado al deseo y desdeñando la inquietud de ella por su cuerpo excesivo, cerraba los ojos y se sumergía, solícito, entre aquellos muslos de arropía y miel que sostenían una cueva de maravillosa sal. El acíbar de unos besos furtivos se transformaba en dulce ambrosía como por arte de magia. Los tirones de pelo, amagando fiereza, se hacían entonces dulces zalemas. El pretendido desdén dentro del juego en la cama, escondía en realidad tremendo agasajo. Las tornas cambiaban cuando ambos, se tenían, por fin, uno frente al otro. Por fin.
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lunes, 27 de agosto de 2007
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domingo, 26 de agosto de 2007
Preciso de tus ojos en mis ojos la mirada. Quiero rastrearte, sumergirme en ti, adivinarte y tenerte, poseerte mientras tú lo haces, mientras el calor nos agobia y se derraman dulcemente tus caricias sobre mi piel morena. Necesito que me hables y que calles, que me protejas con tus brazos y me azotes con tus ojos, que esos dedos que inquieren y buscan, encuentren. Te daré calor a cambio de tu fuego, te regalaré vida si me das ternura. Mordisquitos y risas serán la recompensa a tus ansias por explorarme; dulzura y descaro los premios por conseguir.
Mil besos serán tuyos si esta noche consigues hacerme feliz.
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viernes, 24 de agosto de 2007
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miércoles, 22 de agosto de 2007
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martes, 21 de agosto de 2007
Él puso una condición: No encenderíamos más luces que las del minibar al abrirse.
Yo puse otra: Él no me tocaría.
El hotel elegido fue el Real de Santander".
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lunes, 20 de agosto de 2007
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domingo, 19 de agosto de 2007
Me quedé ahí, quieta, esperando, vestida con mi insultantemente sutil desnudez y el paño blanco de tus lágrimas de hombre, aquellas que nunca quisiste mostrarme, pero que aprendí a escudriñar en tus ojos azules, inmensos, tristes.
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sábado, 18 de agosto de 2007
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viernes, 17 de agosto de 2007
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miércoles, 15 de agosto de 2007
Para el único doctor que hace que me resulten agradables las visitas al médico: mi admirado y cinéfilo Dr. Krapp.
Una sola palabra bastó para detener su mano. Ésta se disponía, como una curiosa entrometida, a intentar arrancar los mismos suspiros que la mano de ella se autoprovocaba en su cuerpo de mujer.
Una sola palabra de ella hizo que él se detuviera. Su mano quedó en el aire, inmóvil, pobre apéndice que de haber tenido color como color tenían las mejillas de la mujer, se hubiera tornado cerúlea. Las venas habrían simulado frescos riachuelos, las palmas, áridos llanos nevados. La cálida piel se hubiese transformado en frígido mapa, y su ya inexistente calor no hubiera podido llegar a donde pretendía. Pero nada de eso pasó. La mano sólo se quedó inmóvil, a la espera de que su dueño la devolviera junto a sus muslos, en reposo, o se convirtiera en torbellino lujurioso, capaz de arrancar los más exacerbados gemidos al pulsar la cuerda apropiada. La mano esperaba, en fin, órdenes.
- Párate. No sigas –añadió tras un segundo de interminable silencio.
Una sonrisa maliciosa acompañaba estas palabras. La mujer amagaba el gesto sin enseñar sus dientes, dotados de tal perfección que un bocado con ellos se asemejaría más al dulce mordisqueo de un lactante clavando sus primeros dientes en el pezón, que a un doloroso recuerdo, quizá fruto de una apasionada batalla campal en la cama.
La mujer prefería observar esa mano, ese dorso salpicado de pequeños vellos, esas uñas inmaculadamente limpias y cortas, esos dedos que tantos placeres había procurado en otros tantos cuerpos femeninos, esa palma grande que se ofrecía poderosa sin saber aún qué iba a abarcar en los próximos minutos.
La mujer eligió acercarse, curiosa, a esa mano que se le ofrecía y degustar lentamente, con una lengua parecida a un látigo de dominatrix, el sabor salado y varonil que tanto conocía. Chupó dedos, besó yemas, mordisqueó cantos de las palmas, lamió sin medida. Su lengua dibujaba senderos de saliva caliente, sus labios acogían los dedos que se introducían, traviesos, en la boca. Uno, dos, tres… simulando ser el sexo de aquel que estaba siendo protagonista de tamaño sacrificio. Una diosa devoraba su mano. ¡Qué no haría con su sexo! Estando en este pensamiento, el hombre, ese hombre dueño de una mano libidinosa que en ese momento era el juguete de ambos amantes, soltó un profundo suspiro y se estremeció.
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Te escribo esta carta un par de minutos después de haber pensado en ti. Cuando digo esto, no me refiero a un pensamiento casto, desprovisto del deseo que a cada momento me acompaña cuando imagino tu nombre. Pienso en el desbocamiento más salvaje, en el hondo trepanar de la herida, en el dolor punzante de tenerte lejos y saber que jamás degustaré aquellos platos que me prometiste, tomados de tu boca, bebidos de tu piel, deseados hasta las simas más inquebrantables, aquellas que por lejanas nunca llegué a recorrer. Me refiero al orgasmo que jamás compartirás conmigo.
Mi querido amante, aquel que fuiste querido sin llegar a ser acariciado, lamido, besado, pero igualmente querido.
Mi querido, querido amante. Mi amante querido.
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martes, 14 de agosto de 2007
Sólo eso, ya ven.
Lo hago con estas palabras enredadas. Ni siquiera llegan a la categoría de poesía, pero fue lo que salió en su momento, enredada como estaba en pelearme con los demonios internos que no me dejaban que escribiera.
Enredada en los suspiros
que salen de tus labios,
como el pelo mojado que azota mi rostro;
enredada en tus caricias
que salen de mil dedos,
tus dedos amantes, que acogen,
que tocan, que palpan.
no hay palabras cuando amas,
no hay palabras cuando acoges.
Enredada... no hay palabras.
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lunes, 13 de agosto de 2007
Pasan cuatro minutos de las tres y media de la tarde. Hace 35 minutos que me has llamado, y aún estoy recordando tu voz. Me recuerda a la de un viejo amigo del cual te contaré la historia algún día, cuando estemos aburridos, cosa que, por otra parte, dudo.
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domingo, 12 de agosto de 2007
Alguien se atrevió a hacerle mucho daño. También –y precisamente por eso- a sembrarle un camino de ilusiones, una vereda de ternura, a construirle una torre de sueños donde ella esperaría, como Rapunzel, a que llegara y le ayudara a descender de esa torre de ensoñaciones para trasladarla a otra de las realidades aliñada de un poquito de amor. Porque ya se sabe que el día a día es duro, sí, pero si se adoba con cariño, pasión y besos, sabe mucho mejor.
Le mintieron y le hicieron mucho daño. Se burlaron de ella y le hicieron mucho daño, aunque ella no lo supo hasta bastante tiempo después. La protegieron con brazos fuertes, poderosos. La hicieron partícipe de mil y una historias cotidianas, de deseos, de sueños, de proyectos, de viajes por llegar. La amaron aun en la distancia, la cortejaron con dulces palabras que ella jamás había tenido el placer de degustarlas antes, la coronaron con epítetos maravillosos que la hicieron reina por un día, y por dos, y por tres, y por una semana, y por cinco, y por un mes, y por cuatro, y por siete… Los días pasaban y, a medida que la mentira crecía y crecía, más daño le estaban haciendo. Y ella seguía en su torre, vislumbrando un futuro lleno de amor y de ilusión. Como Rapunzel.
La otra tarde vi que habían crecido unas hierbecitas entre las rendijas del empedrado debajo de un árbol. Habían caído algunas semillas entre aquellas rajitas y, gracias a la acción de la lluvia, tímidamente aparecían unos tallitos que querían crecer, a pesar de las circunstancias adversas. Igualmente, también frente a las circunstancias adversas, creció aquella mentira inmensa que englobó tantos embustes juntos y que le provocaron tanto daño. Tanto que, a fecha de hoy, aun cuando ya todo pasó hace un tiempo, de vez en cuando, al escuchar alguna canción de jazz, ella se pone triste y piensa en cómo puede ser posible que alguien, conscientemente, sea capaz de hacer tanto daño. Mucho daño, sí.
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sábado, 11 de agosto de 2007
Con indolencia, entreabres los ojos. !Qué calor sientes! Coño, si son cuarenta grados. Cuarenta malditos grados. ¿No va a hacer calor? No sabes ni siquiera cómo has podido dormir. El sofocante calor se pegaba anoche a tu cuerpo como el áspid en el brazo de Cleopatra, ávida de sangre y muerte. Sudabas, dabas una vuelta, sudabas, otra vuelta más. ¿Cuándo narices va a venir el tío del aire acondicionado? ¡¡Mierda!! Pero de la mala noche apenas queda un vago recuerdo. Ha sido el postre amargo de unos momentos mágicos, sublimes, ardientes y más cálidos aún que ese calor que subía implacable desde el alquitrán de la calle.
Te incorporas un poco en la cama.
Me observas. Duermo a tu lado, inocente, no consciente de tu mirada dulce.
Te gusta mirarme mientras duermo. Es uno de esos pequeños grandes placeres de la vida de los que jamás te querrías desprender. Miras con curiosidad, como el niño al regalo envuelto en mil colores, como el gato al perro cuando ambos están a punto de enfrentarse. Te paras en mi perfil, en mis labios gruesos y entreabiertos que ultrajaste hace unas horas pero no te importó; ya vendrán más sacudidas en mi boca, y tú encantado. Y yo, más encantada aún. Mi nariz respira con cierta dificultad por el calor; te gusta oír esa respiración desacompasada porque sabes que estoy ahí. Un mechón de cabello pugna por pegarse a mi frente sudada. Mis ojos avellana no puedes verlos; ya te bastó anoche, cuando, suplicantes, te pedían que su dueña quería más y más, y satisfecha, sabía que estabas ahí para dárselo. Pagarías porque durmiera con los ojos abiertos, para así no perder de vista mis iris marrones. Sí, es una locura. Pero es una dulce locura.
Recorres mi cuello con tus ojos. Un largo cuello que besaste anoche, desesperado, dando toquecitos golfos con la punta de tu lengua mientras, tú también golfo, me penetrabas y abrazado a mi espalda me decías lo bonita que era. Uno, dos, tres leves mordisquitos, un estremecimiento mío y vuelta a empezar. Uno, dos, tres...
Te gustó besar mi escote. Y más te gustó lo que lo orlaba. Mi pecho grande, grávido, con esos pezones que te encantó besar y martirizar a pequeños bocaditos, a suaves chupetones, a desesperados lametones. Son mis pechos tan grandes que los subías y me metías mis propios pezones en la boca; aturdido y alucinado gozabas viendo como me daba placer a mí misma, y te unías a la comilona, mezclando tu lengua con la mía. Mientras hacías esto, subías la mirada y ésta se chocaba con mis ojos, que te observaban inmisericordes, traviesos, desafiantes, gozosos, divertidos. Amasabas mis pechos con la delicadeza con la que el panadero lo hace en la artesa, confiado en que el dulce masaje enervaría mis sentidos y haría que te pidiera más aún. Como así fue.
Miras ahora mi ombligo. Te acercas y lo observas sonriendo. Recuerdas algo que hiciste con él, no sé ahora qué, y vuelves tu mirada hacia abajo. El tremendo calor impide que una virginal sábana cubra aquello que tanto te gusta acariciar, chupar, lamer, adorar. Sonríes y acercas suavemente tus dedos, intentando coger un pequeño rizo inexistente. Mi escaso monte no da para más. Me retuerzo dormida, trastabillando en la cama y medio dándome la vuelta. No quieres que me despierte, así que retiras tu mano.
Continúas observándome con una sonrisa. Besaste con adoración esas piernas, esas rodillas, lamiste esos pies, esos deditos, esos talones que luego te rasparían las pantorrillas, los muslos, arriba y abajo, como un ascensor ardiente, mientras me penetrabas y me seguías diciendo lo bonita que era. Subieron a tu cintura, rodeándote como el áspid de Cleopatra, pero ahí ya no pudiste decir nada más. Quedaste en un sordo silencio y sólo me mirabas. Y suspirabas mientras, de soslayo escudriñabas el termómetro de pared. Cuarenta grados.
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Canción para los incorregibles como yo
2 mordiscos a esta cereza Escrito por Belén Peralta a las 1:04Para etiquetar en la cajita como: Reflexiones y comentarios
martes, 7 de agosto de 2007
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sábado, 4 de agosto de 2007
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jueves, 2 de agosto de 2007
Es martes, y fuera hace frío.
Suena cadencioso mi último descubrimiento:
my heart be still...
My heart's not lonely or broken
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miércoles, 1 de agosto de 2007
Fantasmas famosos los ha habido tanto en la historia de la literatura como en las creencias populares. Uno de mis favoritos es El fantasma de Canterville, de mi admirado Oscar Wilde. Nunca se ha demostrado que existan, pero muchas personas no pueden evitar un escalofrío cuando se habla de ellos o visitan algún sitio donde se suponen que vagan purgando sus faltas.
Fantasmas son también esos que alardean de lo que carecen. Generalmente se les ve venir a legua y su fama es conocida entre el círculo de amistades. Éstos conocen de sobra sus batallitas y su chafarderío y ya hasta les resultan entrañables. Se dirían que no podrían pasar sin conocer sus nuevas fantasmadas a nivel monetario, sexual o social.
Y fantasmas son aquellos que gustan de rondar en casas ajenas, agazapados tras una sábana blanca en otros tiempos, pero que se ha ido ennegreciendo con el hollín que desprenden, como si de una locomotora vieja se tratara. Menos mal que una servidora no cree en ellos y en sus aullidos ululantes, si se me permite la redundancia. Si no, apañados íbamos (lo digo por lo de creer o no en estos seres).
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