sábado, 7 de noviembre de 2009

Magia en voz alta





Te imagino afeitándote, con parsimonia cuidada y bien medida, sin prisa aun sabiendo que te espera una cita importante. Te veo aun sin estar delante, mojando la brocha en agua tibia y pasándola por la barra de jabón blanca y dura, una  medio barra que va derritiéndose al contacto de las cerdas, como doblegándose a la voluntad de las manos ancianas y habituadas al rito constante. "A primeros de mes tengo que comprar más jabón; esta barra se está gastando", piensas, y mientras te observas en el espejo con la lengua abombando la húmeda mejilla para afeitar con más precisión, no puedes evitar descubrirte, divertido, una arruga más.

Antes, hace ya muchos años, no era tan divertido. Antes, hace ya muchos años, sé que te daba rabia ver como un surco que anoche no existía, adornaba tu frente, tus mejillas, o la zona de alrededor de tus ojos pardos. Lo sé porque, presumido, me lo contaste una tarde de primavera, cuando aún el calor no aprieta y es agradable pasear a la sombra de los tilos de la residencia sin que el calor sofocante nos ahogue. Yo ahora llevo una máquina de oxígeno portátil como sabes, pero hace un par de años, que fue cuando te abriste a mí y me contaste cómo te enfureciste con el descubrimiento de que te ibas haciendo cada vez más mayor, aún podía respirar sin ayuda. Me asfixiaba un poco mientras paseábamos, pero tú, solícito, te parabas y hacías como que el que se cansaba eras tú, para así, de forma elegante, evitar que me entristeciera. Pero, claro, yo me daba cuenta. A veces hacías el amago de cogerme del brazo, ambos, el tuyo y el mío enroscados como dos eslabones de sabiduría y resignación, pero te daba vergüenza y preferías caminar a mi lado, oliendo mi perfume de abuela, aquellos narcisos y nardos en los que te hubiese encantado transformarte para fundirte con mi piel ajada. No te importaban mis surcos hundidos, la piel lastimada, las cicatrices de antiguos partos, el pelo inmaculadamente blanco con olor a limón y lavanda. Sabías que era una abuela, como tú, y esa circunstancia, junto a muchas otras, hacía que me quisieras cada día un poquito más.

Una tarde viniste con un libro bajo el brazo y me contaste algo que al principio no creí. Me dijiste que desde tu juventud adorabas leer a los demás en voz alta, y que más de una vez te habían dado las tantas leyendo a un corro de niños a los que se habían sumado sus padres, todos gente humilde y sencilla que, lo más cerca que habían estado de un libro era, en el caso de los mayores, del libro de registro de su boda, y en el caso de los pequeños, de la tosca Enciclopedia de primer o segundo grado de la escuela. Niños y padres maravillados, en una escena totalmente surrealista por lo inhabitual, pero que tú, como maestro enamorado de su profesión, sabías exprimir al máximo, impostando la voz, susurrando o gritando cuando la frase lo requería, recreándote en los momentos que sabías eran cruciales para mantener la atención. Te enternecía observar con el rabillo del ojo las caras de asombro de los más chiquitines y las sonrisas de complacencia de aquellos padres a los que jamás se les hubiera ocurrido que un rectángulo lleno de hojas emparedadas entre dos tapas duras podían contener tantísima magia. Te llenaba de orgullo pensar que estabas sembrando una semilla que, con un poco de suerte, germinaría en al menos un par de aquellas criaturas. Y, aunque luego el tiempo demostrara que no había sido así, al menos en ese instante pudiste vivir esa sensación. Y te gustó.

Ahora, con bastantes años más encima, y por la hora que es, sé que estás mojando la brocha de afeitar en el agua tibia para reblandecer el jabón, ése que tienes que reponer en cuanto cobres tu pensión a primeros de mes, y que te afeitarás con sumo cuidado. Sé que luego te echarás por el pelo y por tu camiseta de tirantes un poco de agua de colonia bien fresca, como la que a mí me gusta,  de esa que huele a bebés, para luego vestirte y salir de casa, despacito -porque el paso no te permite ir más rápido, no porque no desees volar- con un nuevo libro bajo el brazo. Y sé que cruzarás el paso de peatones de enfrente de la residencia, sé que saludarás a las cuidadoras que pasean a Julia y a Fernando por el jardín, y a las que están dando de merendar a Claudio en la sala de estar. Y sé que tú, Matías, llegarás a mi cuarto, me sonreirás, me dirás con alegría el título del nuevo ejemplar que has traído esta vez, y me acompañarás fuera, otra vez al jardín,  ayudándome con mi bombona de oxígeno portátil, para maravillar a este grupo de ancianos que te espera -amigos los más, enemigos los menos, compañeros todos en estos últimos días de viaje-, con tu voz, aun clara y agradable a pesar de la edad, que desgranará nuevas aventuras, tal y como hacías hace muchos, muchos años, delante de un corro de asombrados niños. Niños que hoy son adultos y que, probablemente y gracias a ti, hacen de magos de la voz alta a sus propios hijos.

8 mordiscos a esta cereza:

ybris dijo...

Encantador relato que algunos vemos ya no muy lejano.
No duele cuando así se viene aceptando desde mucho tiempo antes.
Y menos aún cuando hay alguien cercano que nos dice cosas tan hermosas como las que cuentas.

Besos.

Fermín Gámez dijo...

La magia de los años, la magia de envejecer, con sus impedimentos pero también con sus cosas cotidianas que siguen siempre aferrándose a nosotros y nos sostienen aquí, en este mundo.
Una pareja de personas que se acompañan, se quieren, se cuentan secretos... ¿qué mejor forma de vida que esa?

Doctor Krapp dijo...

http://www.goear.com/listen/b256567/Saturno-paco-ibañez

Charo Barrios dijo...

Precioso guinda de plata. Habla del encanto de los últimos años, que realmente lo tienen.

Unknown dijo...

Buenos días Guinda de plata. Empieza una nueva era.

http://piratademilmares.blogspot.com/

Belén Peralta dijo...

Quería daros las gracias más sinceras por vuestros comentarios.

Doctorcito, ¡mil gracias por la canción, no la conocía y me ha encantado, refleja mucho de lo que he escrito!

Pirata, así te quiero ver. Con optimismo, con valentía. CON VIDA.

Charo, Fermín, Ybris, Piratilla, Doc... de verdad que os aprecio no sabéis cuánto.

Besos,

B.

Timonel dijo...

Esto es precioso, conmueve... El paso del tiempo es algo que analizo constantemente, y tú lo enfocas de forma sublime. Me pregunto si alguna vez has pensado en escribir una novela... Creo que sería fantástica.

Belén Peralta dijo...

Antonio, ¡qué alegría más grande verte por aquí! Intenté comentar en tu blog, pero me fue imposible, no hay opción para comentar. Pero sí me he hecho seguidora. Hay que vigilarte de cerca, con ese pedazo de libro que has escrito.

Yo ya tengo escrita una novela, pero en clave de humor, nada que ver con estos relatos. Se ha quedado, maquetada y todo, esperando el momento a ser publicada.

Algún día me gustaría publicar estos relatos, pero no sé si podría escribir como has hecho tú, una novela y menos aún, histórica. Me parece que mi inutilidad para eso es total. Pero también todo es probar...

Besos, Antonio, y muchísima suerte con Las aguas del tiempo.

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