viernes, 4 de septiembre de 2009
Me atusas el pelo. Con delicadeza, mientras duermo. Sonríes mientras piensas en la delicia de boca golosa que te ha estado besando, en el arco dulce de mi espalda formando un puente de placer entre la piel y las sábanas, en el gemido exhalado que sonaba a coro de ángeles. Entornas por unos instantes los ojos y, mientras sigo durmiendo, ajena a ti, rememoras la de veces que me has tenido entre tus brazos, rodeándome con fuerza para protegerme en algunas ocasiones, y para desarmarme las más. "Ríndete, ríndete ahora", parecen decirme tus ojos cuando me abrazas así. Y voy yo, irredenta tenaz en otras ocasiones, y te hago caso.
No quisiera seguir durmiendo para así no perderme el significado de tu sonrisa, de tu gesto maravilloso del cual podría extraer mil y una preguntas. Pero no lo haría, puesto que sé las respuestas. Las veo en cada caricia, en cada beso que me das, en cada rizo que enroscas en un dedo. Las noto en mi cuerpo cuando me tocas levemente con tus labios y me erizas cada vello, cuando tu aliento cálido me roza la oreja al hablarme muy bajito, casi avergonzándote de quebrar el silencio que nos envuelve. Las obtengo cuando te pregunto si me quieres y me reprendes con tu mirada por gastar mi esfuerzo y mi saliva en cuestiones tan tontas.
Pero, al contrario de mis deseos, sigo durmiendo, y continúas sonriendo en la penumbra de la habitación, y sigues pasando una yema leve, sin apreturas, sobre mi piel canela y morena de playa y sal. Y, con el calor de la tarde septembrina como testigo mudo de nuestro encuentro, apurando ya los últimos días de verano, te obligas a seguir sonriendo mientras me recuerdas con el agua del Atlántico a media pierna y la espuma salada entremetiéndose por mis dos muslos.
No quisiera seguir durmiendo para así no perderme el significado de tu sonrisa, de tu gesto maravilloso del cual podría extraer mil y una preguntas. Pero no lo haría, puesto que sé las respuestas. Las veo en cada caricia, en cada beso que me das, en cada rizo que enroscas en un dedo. Las noto en mi cuerpo cuando me tocas levemente con tus labios y me erizas cada vello, cuando tu aliento cálido me roza la oreja al hablarme muy bajito, casi avergonzándote de quebrar el silencio que nos envuelve. Las obtengo cuando te pregunto si me quieres y me reprendes con tu mirada por gastar mi esfuerzo y mi saliva en cuestiones tan tontas.
Pero, al contrario de mis deseos, sigo durmiendo, y continúas sonriendo en la penumbra de la habitación, y sigues pasando una yema leve, sin apreturas, sobre mi piel canela y morena de playa y sal. Y, con el calor de la tarde septembrina como testigo mudo de nuestro encuentro, apurando ya los últimos días de verano, te obligas a seguir sonriendo mientras me recuerdas con el agua del Atlántico a media pierna y la espuma salada entremetiéndose por mis dos muslos.
miércoles, 2 de septiembre de 2009
Mmmm... Desde ayer algo raro le pasa a mi blog, me refiero a su configuración, al menos con el Explorer (no lo he probado a ver con Firefox, pero lo cierto es que el Explorer nunca me dio problemas). La entrada de ayer está bien, pero el resto se ha desplazado hacia abajo y la izquierda, presentando un aspecto bastante feo. ¿Algún amable comedor de cerezas podría ayudarme y echarme una mano a ver si se puede solucionar? Mil gracias, de verdad.
martes, 1 de septiembre de 2009
Que no, que no me he vuelto loca. Que el 1 de septiembre se postula, cada año con más fuerza, como el verdadero inicio de un año nuevo. Terminan las vacaciones para casi todos, los estudiantes remolones que vivieron la buena vida durante el curso vuelven a sus exámenes, todos, los más mayores y los más jóvenes, a sus clases, al reencuentro con sus compañeros, con sus maestros (recordarán los más voraces e impenitentes seguidores de estas Cerezas y Guindas que me gusta utilizar la palabra "maestro" y no "profesor"), retornarán a sus bocatas de chorizo, a sus zumitos en brick, a sus juegos o charlas en el patio, viviendo quizá los primeros amores entre miradas furtivas y medias sonrisas. ¡Cuántos recuerdos!
Y nosotros, adultos, los más afortunados que tenemos un trabajo, no tengamos ningún tipo de síndrome post vacacional, como se ha puesto tan de moda en estos últimos años, porque considero que sentir esto es un insulto hacia esos millones que se encuentran en paro y que rezan porque pudieran levantarse cada mañana a las siete menos cuarto, como es mi caso, o volver de unas merecidas vacaciones para enfrentarse a montañas de papeles en la oficina o a la llave inglesa en el taller.
Con mis mejores deseos de que este septiembre y los meses venideros vengan cargados de prosperidad y cosas buenas para todos, les deseo... ¡Feliz Año Nuevo! Y no, no me he vuelto loca.
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