lunes, 3 de septiembre de 2007

Eso creyeron entonces


Después de años de no verse, pero sí de imaginarse, les pareció mentira. No se creían esos dedos recorriendo trémulos la piel ajena, palpando carne algo más marchita pero también más sapiente; se asombraban de reencontrarse de nuevo en sus respectivos regazos después de tantos años. Ahora el gozo era distinto: los cuerpos, dotados de más experiencia, sabían captar todas las señales que antaño les eran imperceptibles; su capacidad de respuesta ante los estímulos era quizá más tardía pero con seguridad más placentera.

Habían pasado varios años desde la última vez que se tuvieron, desde aquella noche de luna nueva, oscura como el destino que debía separarles, llena de neblosos presagios y adelantos tenebrosos de una separación que habría de ser –eso creyeron entonces-, definitiva. Él cerró –aún más- los ojos, e intentó recordar el momento exacto de ese último beso, el instante cruel en que sus labios deseaban inexorablemente perpetuar lo perecedero, lo que tendría que morir a la fuerza en aquel mismo segundo. Le vinieron entonces a la mente las amargas lágrimas de aquella chica, menuda, pelirroja y graciosa, que en aquella lóbrega noche tornó sus mohines traviesos por desdichadas muecas de pena. Las lentejas de su cara pecosa le parecieron mucho más oscuras, de sombrías que se volvieron, y el verde de sus ojos, siempre dos lagos transparentes, aparecían ahora repletos de cieno, ofreciendo un color mucho más intenso.

La despedida fue terrible. Anterior a aquel beso que unió sus labios por última vez durante muchos años y, para siempre –eso creyeron entonces-, hubo caricias repletas de amor, abrazos que congestionaban, llenos de desesperación porque venían de personas condenadas a separarse, mordisquitos preñados de picardía que aquella amarga noche no sabían más que a dolor. Hicieron el amor como tantas otras veces, pero a sabiendas de que no volverían –eso creyeron entonces- a compartir nunca más el lecho, en vez de entregarse de una forma desbocada, se amaron por tiempos, como en una pieza musical. Desde el Adagio Cantabile al Prestissimo, pasando por el Andante Moderato… aunque predominó el Lento. No podía ser de otra manera.

Tras años y años de no tenerse, de no compartir susurros y guiños, ternura y secretos, de no adivinarse entre las sábanas de algodón, ahí estaban, el uno junto al otro, dos cuerpos con más arrugas y con la certidumbre y las ventajas de conocerse perfectamente. A pesar del tiempo transcurrido, no habían decrecido las ganas de arrullarse y eso se notaba en el cariño puesto en el encuentro, en la ilusión con la que se bajaban cremalleras y desabrochaban botones, en la apremiante necesidad de unir bocas en besos incontrolados.

Los amantes, pues, repitieron los gestos que habían protagonizado la última noche –eso creyeron entonces- que iban a estar juntos, y no por duplicados, les parecieron menos hermosos y emocionantes.

2 mordiscos a esta cereza:

Suso dijo...

A flor de piel... siempre.

Un saludo Guinda.

Suso

Belén Peralta dijo...

Me alegro muchísimo de encontrarte por aquí, amigo.

Incondicional tuya como sabes,te mando un beso grande.

B.

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