viernes, 27 de julio de 2007

Amor dentro de la limpieza


Estoy haciendo limpieza de papeles -decenas, cientos de papeles; no hay nada peor para una casa que ser su propietaria una recopiladora compulsiva y para colmo desordenada crónica-, y he encontrado incluso todos los comentarios que abrían mi magacine en Radio Puerto desde septiembre de 1999 a septiembre de 2001, fecha en la que entré en Onda Cero -en una primera etapa, porque luego volví a entrar-. Increíble la cantidad de cosas que se pueden escribir, la de temas que se pueden tocar. Hay textos de los que guardo memoria. De otros, poseo fe escrita en forma de columnas publicadas en el Diario de Cádiz. Pero algunos de esos escritos pasaron fugazmente entre mis dedos y murieron lentamente, marchitándose, en carpetas y cajones, ocupando sitio en muebles diseminados por mi casa, que no en mi corazón, porque apenas los recuerdo.


Revolviendo esos papeles, y desechando con dolor muchos de ellos, porque ya cumplieron su función en su momento y hoy por hoy estorban, he encontrado esta delicada poesía de la académica Carmen Conde, y deseaba compartirla con todos ustedes, sobre todo por la poco extendida faceta como poetisa de esta escritora cartagenera, fallecida en Madrid a los pocos días de nacer 1996. Fue por cierto la primera mujer aceptada en la Real Academia Española de la Lengua, siendo pronunciado su discurso de ingreso en 1979.


Corrían nuevos aires en la sociedad y la cultura españolas, sin duda y afortunadamente.




Es igual que reír dentro de una campana:

sin el aire, ni oírte, ni saber a qué hueles.

Con gesto vas gastando la noche de tu cuerpo

y yo te transparento: soy tú para la vida.


No se acaban tus ojos; son los otros los ciegos.

No te juntan a mí, nadie sabe que es tuya esta mortal ausencia

que se duerme en mi boca.


Cuando clama la voz en desiertos de llanto,

brotan tiernos laureles en las frentes ajenas,

y el amor se consuela prodigando su alma.

Todo es luz y desmayo donde nacen los hijos,

y la tierra es de flor y en la flor hay un cielo.


Solamente tú y yo (una mujer al fondo

de ese cristal sin brillo que es campana caliente),

vamos considerando que la vida... la vida

puede ser el amor, cuando el amor embriaga;

es sin duda sufrir, cuando se está dichosa;

pero, ¿reír, cantar, estremecernos libres

de desear y ser mucho más que la vida...?


No. Ya lo sé. Todo es algo que supe

y por ello, por ti, permanezco en el mundo.


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