domingo, 17 de junio de 2007

Mirándote, rozando con el tacón tu cuello...



A Razor. ¿Para quién, si no?







Como cada noche, escogió cuidadosamente la ropa que habría de vestir al día siguiente. Una blusa blanca, una falda gris marengo de tubo que le llegaba a media pierna. Las botas, claro. Las botas de hebilla de plata y caña imposible, de tacones stilettos y de pisar fuerte y valiente. Se metió entre las sábanas, crujientes y limpias. Y cerró los ojos.



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Pisaba el acelerador todo cuanto le permitían las leyes. Hasta que tuvo que parar. Ese día, ese maldito día, pocos minutos antes, sucedió un accidente tremendo en la Diagonal y había un follón de narices. ¡Mierda! Llegaba tarde para la presentación y a pesar de que había avisado a través del móvil, le fastidiaba no llegar a su hora. Se retocó, coqueta, el maquillaje en el retrovisor. Se sorprendió examinándose de nuevo. Los pendientes, discretos, el colgante, largo y de aros grandes, que le llegaba hasta casi la cintura y le adornaba un escote suave y perlado de lunares, asomado entre las solapas de la camisa de raso. Se mordió el labio inferior, descubriendo un pellejito inoportuno, al que arrancó de cuajo, haciéndose un poquito de sangre.


-“¡Mierda, qué bruta soy, joder!”


Rebuscó ansiosa en su bolso y sacó el lápiz de labios. Se los retocó mientras miraba por el retrovisor y, de repente, lo vio.



En el coche de atrás, un chico moreno hablaba por el móvil, con grandes aspavientos. Parecía bastante cabreado. Ella bajó el volumen de su equipo, casi enmudeciendo a Pereza. Le intrigó averiguar, si es que podía hacerlo, qué estaba farfullando aquel chico guapísimo. Aunque lo imaginaba.



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-Joder. Estas cosas sólo pasan en las películas.



-Y que lo digas.



Él le estaba acariciando el pelo rubio y largo, un cabello que olía a champú de miel y que se le enredaba entre los dedos. El chico jugueteaba con un mechón, lo acercó de nuevo a la nariz y sonrió.



-Te gusta oler mi pelo, ¿eh? No paras.



Ella sonrió a su vez y cerró los ojos, dejándose llevar por una situación que no hubiera imaginado dos horas antes. Los automovilistas salían de los coches, desesperados por el enorme tapón. Nadie podía avanzar. Muchos con los brazos en jarras, otros mirándose con resignación. Hoy todo el mundo llegaría tarde.



Sus miradas se encontraron, sí, como en las películas. Una sonrisa amplia, franca y sincera bastó para unirles en una conversación rutinaria y anodina primero sobre el accidente, como era lógico, y, posteriormente, sobre ellos mismos. El chico, sí, estaba buenísimo.



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Hacía ya una hora que ambos debían estar en sus respectivos trabajos pero unas llamadas a tiempo lo solucionaron todo. Ahora la premura residía en buscar pechos, en encontrar olores, en hallar algún lunar inesperado que hasta entonces había sido desconocido incluso para su propio dueño. Los besos urgían, las caricias querían estallar, los labios buscar, los dientes morder.



Ella no se había quitado aún las botas. Él no la había dejado, aun sin ser especialmente fetichista. La mujer estaba sin ropa, ofreciendo una desnudez de aburrido martes por la mañana, impregnando el aire de su apartamento de nardo y rosa. Él la olisqueaba, se la bebía literalmente por la nariz. Aquella chica rubia olía endiabladamente bien y mejor lo hacía su sexo abierto, entregado a él. Miró a un lado y advirtió la caña de piel casi tocándole su mejilla.



Ante el contacto de su lengua con el cáliz salado, ella cerró los ojos. Pero, inopinadamente, los abrió. Y rozó el cuello masculino con el tacón imposible, altísimo, estilizado como un puñal, cuando se agitó con el orgasmo inevitable.

2 mordiscos a esta cereza:

yinyang mason dijo...

Veo como no pierdes la forma. Siempre.

Belén Peralta dijo...

Y lo que queda por mostrarte, cariño. Estoy colgando tanto los relatos que tú ya sabes, ejem... como muchos nuevos que he escrito para el foro en el que participo, El Café del Foro.

Gracias por leerme. Gracias por estar ahí. Gracias por tu voz y tu risa esta tarde, por teléfono. Tan lejos, tan cerca...

Siempre.

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